Cultura

Ullate en el Teatro Chapí

Como nunca llueve a gusto de todos, permítanme queridas personas que, de modo personal, por lo que me toca, felicite al Teatro Chapí por el cambio en el horario de su programación. Y aunque sé que ha habido quejas razonables, sobre todo por quienes trabajan en un comercio, porque les resulta imposible asistir a una función que comienza a las ocho de la tarde. Por otro lado pienso que en general se agradecerán las dos horas en el horario de salida del teatro, sobre todo en aquellas propuestas que superan los ciento veinte minutos de duración.
Lo siento por quienes tienen mayor dificultad para asistir a los espectáculos con el nuevo horario, porque creo que es mucho más lógico y práctico que el anterior, donde en muchos casos el público llegaba recién cenado y se sumergía en una sala confortable, caliente y oscura. Así, a las ocho menos cuarto de la tarde del sábado, se desvelaron los temores que albergábamos respecto al espectáculo del Víctor Ullate Ballet: dos largas filas apuntaban a las dos ventanillas de venta de entradas del teatro. La respuesta del público de Villena y Comarca hacia El Arte de la Danza parecía desbordar expectativas, algo que no puede más que alegrarnos.

La propuesta se anunciaba como un personal recorrido sobre algunos de los muchos aspectos, estilos e “importancia del único elemento sin el cual la danza sería imposible: el Bailarín” (sic.). Premisa que resultó poco menos que desconcertante desde el mismo momento en que hojeamos el programa de mano. Adjunta al dicho tríptico encontramos una cuartilla donde figuraban los nombres de los bailarines y bailarinas en orden alfabético, algo que no resulta muy reverente con el elenco y que imposibilitará citar en este texto los nombres aquellos bailarines y bailarinas cuyo trabajo y arte nos enamoraron en mayor medida.

En cambio la ausencia de escenografía sí ayudó a destacar el trabajo coreográfico, ya que el escenario quedaba rendido únicamente al movimiento y a los contrastes que la iluminación dibujaba en las figuras. Una iluminación principalmente cenital que delimitaba el espacio en nueve cuadros de luz y sombra, que en determinadas piezas era apoyada lateral o frontalmente, con color, para reforzar junto al vestuario el estilo musical y plástico. Un juego a fin de cuentas, que cambiaba según escucháramos a Chopin o a Madre Deus, a Wagner o a Massive Attack, donde predominó lo único que no podía fallar: el excelente elenco: sus cadencias, su ritmo, su precisión, su alma. Y si a alguien le chirrió alguna de las piezas que componían esa línea serpenteante a lo largo del tiempo y de los estilos elegidos, seguro que le compensaron otros muchos que consiguieron crear sensibilidad, energía, comicidad, magia, arte, encima de aquellas tablas vacías. Quizás no deje el sabor de un espectáculo redondo, pero sí deja ese regusto propio de las verdaderas experiencias.

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