Un ‘alesiano’ que no sabe silbar
Si Bartolomé Garelli hubiera sido yo, hoy no existirían los Salesianos. Siempre pienso esa tontuna cuando llega el 31 de enero, día en que se celebra la fiesta de Don Bosco. Para quién no sepa la historia, todo el movimiento Salesiano nace a partir de un encuentro entre Don Bosco y un joven, Bartolomé Garelli, un muchacho de 16 años pobre y desamparado que no sabía ni leer, ni escribir, ni cantar
pero que sabía silbar.
Yo soy total y absolutamente incapaz de silbar. No me sale. No puedo. Es lamentable verme intentarlo y ya hace años que he desistido de aprender. Ese encuentro con Bartolomé Garelli y esa pregunta: ¿Sabes silbar?, está considerada la chispa que inició lo que hoy llamamos Familia Salesiana, porque fue de esa manera, silbando, como Don Bosco se ganó la confianza de los jóvenes que entrarían a formar parte de su primer oratorio en la Iglesia de San Francisco de Asís de Turín.
Así que menos mal que Bartolomé Garelli no era como yo y él si sabía silbar. Porque de no ser por ese comienzo, por esa chispa inicial, quizás hoy no habría en España más de 360 obras Salesianas entre colegios, oratorios y parroquias, donde estudian cerca de 90.000 alumnos y trabajan unos 6.000 profesores. Quizás no habría aproximadamente 300 centros de atención para jóvenes en riesgo de exclusión social, vinculados directamente con los Salesianos, en los que participan unos 10.000 beneficiarios atendidos por alrededor de 1.000 profesionales y cerca de 1.200 voluntarios. Quizás no habría 130 y pico centros juveniles, con alrededor de 4.600 animadores y casi 41.000 destinatarios cifras mareantes y es sólo España. Ni me imagino en todo el mundo.
Mi relación con los Salesianos (alesianos en nuestro dialecto local) viene de largo. Desde antes de existir. Exactamente desde que mis padres se enamoraron en el Centro Juvenil Don Bosco. Por eso mi vínculo con la familia Salesiana de Villena siempre ha sido y sigue siendo cercano y especial. Y como no podría ser de otro modo, arrancó en el colegio. Cuando con tres añicos crucé por primera vez las puertas del portón y me dejaron en manos de Charo.
Olvidar los años de colegio es imposible. Es imposible olvidar a los compañeros que en preescolar se comían los lápices de colores (ellos saben bien quiénes son), los festivales de teatro y villancicos, las clases con Doña Virginia o Don Emilio, las Olimpiadas en las que los de B siempre ganábamos a los de A, la manía de Don Paco Marco de llamarme Rafa, las primeras salidas a la granja escuela de Xátiva o a Godelleta, el respeto que le tenías a Salesianos mayores como Don Deo, Don Luis Suberviola o Don Gabriel, el olor a sobrasada fundida que desprendían los bocatas que colocábamos entre las rejas de la calefacción, la primera cuadrilla de amigos: Rico, Andrés, Picazo, Pablo, Aniceto, Luis, Miguel Ángel...
Imposible olvidar el paso a la E.S.O., a Julio Néstor liándola o intentando robarle algún examen a su tocayo Julio, el conserje, Ana Terol sacando siempre más nota que cualquiera, las risas con los repetidores, el primer amor, el maravilloso aliento a ajo de las tostadas del bar, congeniar con el grupo de amigas que mantengo hasta hoy día, la época choni, el viaje a París, la moción de censura a la delegada, Gloria, por no poner un examen en la cartelera
Imposible olvidar a los Salesianos que ya no eran Don, eran Jota Jota, Santi, Tomás o el querido Juanga. Olvidar a los profesores, que tanto nos enseñaron y a los que tanto por saco dimos. Héctor de laboratorio, Toni de Tecnología, Carolina y su análisis de oraciones, Martín y sus lecciones y chistes, la Pochola riéndose con Paco Guillén en clases de cultura clásica, Edu, Gaspar, Mª Carmen, Mª José, Enrique, Jesús aquellos primeros suspensos en Física con Rafa Penadés y aquellas divertidas clases de historia con el Fofi (espero que me perdones Sr. Director, pero en aquel entonces por Rafa no te conocíamos ninguno).
Luego vas creciendo, dejas atrás la etapa escolar y con la mayoría de tus compañeros del colegio, Salesianos o el que sea, aunque sigas teniendo cierta relación, os sigáis por redes sociales y os saludéis por la calle, no quedas a tomar café y no tienes realmente ni idea de que es de sus vidas. Pero te acuerdas de todos sus apellidos. En orden. Podrías decir hasta el número de la lista de clase de cada uno. De cada una. Porque mantienes muy vivos en tu memoria las miles, millones de cosas que viviste en ese edificio y en esos patios. Cuando éramos tan pequeños como felices. Los recuerdos de aquellos días de cole.
En más de cien años de historia de la familia Salesiana en Villena somos muchas las personas que les debemos esos recuerdos. Cada generación con su propia historia. Cada clase con sus anécdotas, su idiosincrasia y sus peculiaridades. Pero siempre con Don Bosco presente. Siempre con la sensación de que el estilo Salesiano, esa manera especial de ser y enseñar, empapa y queda. Permanece.
Lo dicho, menos mal que Bartolomé Garelli sí sabía silbar. Feliz Don Bosco.