El Volapié

Una corrida en toda regla

Durante la semana pasada han sucedido hechos de importancia diversa, como el amancebamiento entre los separatistas vascos y el agonizante Zapatero, el esperpento que están protagonizando los dudosos defensores de los intereses de los trabajadores, las comidas de varias comparsas y las declaraciones de algunos antitaurinos villenenses con relación a la última corrida de fiestas. La de toros, claro está.
De estas últimas manifestaciones se pueden entresacar claramente unos conceptos que entran dentro de lo que suele llamarse opinión y otros que son fruto de los errores de diagnóstico. Obviamente, parece razonable que a quienes disgusta este espectáculo en vivo rara vez pueda encontrar razones de agrado. Sumado al derecho de libertad de expresión, la consecuencia es la lógica y humana crítica. Ahora porque unos van borrachos y disfrazados de flamenca, ahora porque otros muestran pulcramente sus conocimientos taurómacos. Tras lo opinable, a mi juicio la clave está en que nadie alteró el orden público, pues la fiesta que se montó en los tendidos de sol careció de incidentes. Dicho esto, tampoco a mí me parece que este ambiente sea el más apetecible en una plaza de toros, como tampoco me atraen los festejos que se celebran en plazas portátiles salvo por el mero interés informativo.

No parece que la lidia que tiene lugar en un coso de estas características tenga verdadera integridad por el básico argumento de la inevitable merma de las condiciones físicas de las reses que saltan al ruedo directamente desde el camión tras el largo viaje, por lo que no están en plenitud de facultades. Los encierros que han venido a Villena las dos últimas temporadas han sido de agárrate y no te menees, y si esos toros hubieran podido descansar un par de días antes de correrse, habríamos disfrutado de lidias tremendas.

Sin embargo, es perfectamente legal que esto se haga así y es quien acusa el que soporta la carga de la prueba, porque todos pudimos comprobar que el corral de reconocimiento estuvo adosado a la plaza, instalado tal y como dispone el Reglamento Taurino.

A la hora del sorteo tuve la suerte de compartir una tertulia con don Felipe –el capellán–, con Canito –el decanísimo de los fotógrafos taurinos–, con Agustín Parra Parrita –triunfador en 1976– y con el Delegado Gubernativo –un honesto miembro del Cuerpo Nacional de Policía. Estuvimos charlando precisamente debajo de una carpa que la empresa habilitó para resguardar de la vista de los sensibles el camión que se encargó de transportar las reses muertas hasta el desolladero de la plaza de toros de Elda.

Si se registrase una denuncia formal sobre este hecho, quedará en nada porque la corrida se celebró dentro de la más estricta legalidad aunque no fuese del gusto de todos.

El Monumento Plurifuncional La Plaza tendrá, Dios mediante, la consideración de plaza de toros de carácter permanente de tercera categoría. Será harina de otro costal con obligación de contar con ocho chiqueros –que ya están construidos–, más tres corrales y dos patios pendientes de construcción bajo el graderío.

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