Fuego de virutas

Universidad

Será lunes de mediados de septiembre. Por la tarde. Y el día siguiente será martes. Y será también por la tarde cuando no sé si me acostumbraré, así tan de repente y tan pronto el otoño y después de nueve años continuados, a no atender ni lunes ni martes por la tarde clases en la Universidad. Nueve años de docencia, comprometidos como profesor asociado, sin ser rutina porque enseñar nunca puede ser rutina –la rutina es automatismo–, no se olvidan fácilmente tomando un café de lunes y martes en casa, ya sin prisas, o yéndose a pasear por la margen del río para ver si, siendo septiembre camino de octubre, se han limpiado los cauces. Por si las lluvias y bardomeras encumbran las aguas con riesgo.

A la Universidad de Alicante le debo todo lo que soy. Lógicamente, no menospreciamos en nuestra formación la constancia de nuestros padres que, como padres, toda su vida estuvieron sobre nosotros. Tampoco los desvelos preescolares y escolares de nuestros maestros, de nuestras maestras. Ni tampoco el empeño de quienes en el Instituto se esforzaron por alimentarnos inquietudes y afanes. Todos nos inculcaron la necesidad de saber y de ser. Pero ya en la Universidad, con la libertad plena de vivir en libertad, con la responsabilidad de ello, tuvimos que saber y ser nosotros por nosotros mismos, sin apenas las tutelas familiares, sin los corsés propios y necesarios de una enseñanza preuniversitaria orientadora. Tuvimos que ser y saber.

Llegué a la Universidad con la voluntad de ser historiador pero la Facultad, mis profesores, me hicieron más geógrafo. Lo que faltaba a mi particular dispersión. Si no tenía muy clara mi especialidad en Historia, la Geografía, con sus múltiples campos, se sumó al maremágnum de atracciones. Durante los años universitarios, la pasión por la investigación histórica y geográfica creció, pero no disminuyó mi principal vocación: La de la docencia. Nos gustaba y nos gusta la investigación, pero sobre todo queríamos enseñar. Por esto, por poder hacer lo que queríamos hacer, nos sentimos privilegiados.

Nuestra licenciatura no fue despedida. Afortunadamente, finalizada la carrera, aún continuamos en contacto con la Universidad. Aquí debemos mucho al Instituto Universitario de Geografía participando en cursos, conferencias, congresos... Y disfrutando de la amistad de profesores que apreciamos en su quehacer científico y personal. Y en estas, pasando los años, cupo la posibilidad de colaborar con la Universidad de Alicante como profesor asociado en el Departamento de Análisis Económico Aplicado de la Facultad de Económicas y Ciencias Empresariales. Nueve años. Un lujo.

Cumplida esta experiencia, desde la gratitud a los profesores compañeros que me acogieron en un de tú a tú que me avergüenza al contrastar mi limitada capacidad con sus amplias capacidades, no ocultamos cierto desasosiego que en estos tiempos de transición educativa universitaria nos preocupa. Si por un lado –y esto es bueno– se ha devuelto la importancia de la asistencia del alumnado a las clases; por otro, el constreñimiento de los programas, algunos adaptados de asignaturas anuales a cuatrimestrales, ha embutido los contenidos de tal manera que la labor docente –esta que decimos que amamos y disfrutamos– se reduce a un ejercicio más tutorial, pero menos transmisor. Sacrificando lección por orientación. Pero seguramente resultará que ya somos un poco viejo profesor que cansado y requerido por su familia, amén de otras cuestiones personales, atenderá gustosamente y sólo sus clases de Instituto en un pequeño pueblo y que, por las tardes, cumplidas las tareas que exige la docencia, será... Café, pretendido escritor, mucho lector, paseante de aguas. Fugitivo inútil buscando abrigo en el margen del río que irremediablemente nos lleva.

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