Utopía, realidad, esperanza y desencanto
A mí me gustaría que los recursos hídricos de España estuviesen controlados directamente por el Estado y no entregados a Confederaciones Hidrográficas, que si bien están adscritas al organismo público desde 1926, actúan con personalidad jurídica propia y distinta de la Administración, influenciadas además por distintos gobiernos autonómicos que rivalizan entre sí por el dominio del agua, desatándose esa absurda guerra entre territorios norteños bien abastecidos y los sureños sedientos. También me agradaría que hubiese una Banca Pública que facilitase mis demandas sin tener que recurrir a la usurera Banca privada, que suele adquirir opulentos beneficios en épocas doradas y es financiada por el Gobierno cuando es víctima de sus propias tropelías.
Me complacería igualmente que no me sablearan las compañías eléctricas y que existiese una entidad pública que les hiciese la competencia, prefiriendo que mis facturas redunden al Estado antes que incrementar los bolsillos de directivos de Consejos de Administración, entre ellos ex políticos consagrados y favorecidos por las puertas giratorias. Me alegraría sobremanera que hubiese, asimismo, una compañía estatal de telefonía móvil, evitando así que me llamen todos los días distintos competidores ofreciéndome lo más de lo más y lo mejor de lo mejor. Me seduciría que Iberia fuese también gestionada por los recursos públicos cuando subo a un avión, para no ser damnificado por alarmantes oscilaciones de precios de un día para otro.
Me encantaría que lo mismo ocurriese con Renfe, cuyas infraestructuras fueron pagadas por el Estado pero su gestión explotada por un organismo privado. Antaño todas estas empresas eran públicas, siendo vendidas al mejor postor para expoliarse así el Estado de sus propias haciendas. Se dice que eran ruinosas, pero en realidad, si resulta un negocio para unos, ¿por qué no lo iba a ser para el interés del país si hubiese sido bien gestionado? Me motivaría que el Estado fuera garante con mi jubilación después de cotizar toda la vida, mas parece que me invita a abrazarme a aseguradoras privadas. Me agradaría igualmente que el BCE reflotara directamente a gobiernos en dificultades, no favoreciendo el negocio a unos bancos que hacen de intermediarios y me contentaría si el TTIP fuese cristalino.
Estaría entusiasmado si la Sanidad, la Educación y la Investigación fuesen bienes universales y gratuitos, mas están cada vez más desprotegidos y en detrimento de unos costosos conciertos con la competencia privada con la excusa de la libre elección. Me gustaría que por fin el sistema judicial fuese independiente del poder político, recuperando recursos para hacerse más ágil, rápido y efectivo. Me alegraría que mi país, porque es el único que tengo, ostentara bienes para no dejarme en la indefensión frente a mercaderes charlatanes y negociantes, pero me temo que estos anhelos son utopías soñadoras y que vivo en esa jungla competitiva que promueve continuamente el sálvese quien pueda.
Si han llegado los lectores hasta aquí habrán comprobado que tengo un perfil de izquierdas. No se equivocan. Soy votante de IU y lo seguiré siendo hasta que deje de existir. Podrán pensar muchos que es una lealtad disparatada, pero por la misma razón puedo yo pensar que es irracional el voto mayoritario que premia a quienes nos han castigado con recortes y ajustes en los últimos años, o a quienes llevan desde junio de 2015 deshojando la margarita de si se abstienen en la investidura o votan en contra, habiéndose perdido así un año estúpido y evitable. La pasión política es como la vehemencia futbolera, que nadie sabe responder con juicio por qué se es del Barça, del Madrid o cholista colchonero; sin embargo, en política o en deporte, disculpamos los errores y magnificamos las virtudes.
No me gustan los Estados totalitarios ni deseo estatalizar mi país, pero sí preferiría unos Gobiernos con buen fondo de armario para competir con sectores privados que campan a sus anchas, se eximen de obligaciones tributarias por condonaciones fiscales consentidas y nos esclavizan con pagos abusivos, comisiones ilegales y facturas casi ininteligibles. Mientras tanto deseo que haya gobierno por fin. Que el pueblo, racional o irracional, no quiere terceras elecciones porque está cansado de campañas demagógicas y porque quien gestione la nación a partir de ahora no tendrá la mayoría suficiente, sujeto su mandato al control parlamentario. Es el peaje y el tránsito de la utopía al desencanto.