Vacaciones pascueras
Espero no sorprenderles demasiado, queridas personas, si les confieso que he sido débil, que he sucumbido a una tentación mayor que mis propias circunstancias. Cualquiera se debate diariamente entre la paz y la guerra, entre lo justo y lo injusto, como entre lo apropiado y lo inapropiado. De modo que pese a la que está cayendo, encaprichado por unas vacaciones muy por encima de nuestras posibilidades, esta Semana Santa nos hemos liado la manta a la cabeza y nos hemos ido a pasar dos días al piso de la tía Encarnita en Alicante: gasolina, playas, cerveza y tapas
, y que nos quiten lo bailado.
Todo eran excesos y sonrisas (¡venga, compramos un litro de cerveza más en el veinticuatro!) hasta que contemplamos las vistas del ático de Maribel en la Avenida Xixona, cerca de la Plaza de España. Allí se erigía entre los dos castillos: blanco, inmaculado y geométrico, el Auditorio Provincial de Alicante, sobre el terreno donde antes se montaba el mercado de Campoamor. Una monumental e imprescindible edificación de la que apenas hemos tenido noticias pese a su potencial y su coste para (nuestros bolsillos) el erario público. Un nuevo edificio abandonado nada más nacer a causa de un embarazo forzado, digamos. Millones de euros plena y legalmente justificados en beneficio de la ciudad de Alicante y de su provincia. Una millonaria construcción frente a colegios sin aulas, deudas acumuladas en pagos a los servicios socio-sanitarios cubiertos por asociaciones, recortes en educación, sanidad, cultura
Mientras degusto mi Emdbrau en vaso de plástico justifico mentalmente la muerte en vida del edificio haciendo cálculos en mi cabeza. Sumo personal de limpieza, personal técnico, de mantenimiento, de protocolo, secretaría, contabilidad y dirección Entonces aventuro una cifra: unos ciento veinte mil euros mensuales la cantidad necesaria para cubrir sueldos, seguros sociales y mantenimiento del edificio. Y pienso si alguien pensó en tales gastos cuando dispuso que era oportuno aprobar la construcción del mastodonte. Y me pregunto qué pensarán ahora quienes consideraron que sí. Pensaron que no solo se debía levantar aquel proyecto sino que el presupuesto era capaz de asumir sus costes anuales. Me pregunto qué piensan ahora. Viendo esa enorme masa blanca robando el espacio como una materia fantasmal sobre el suelo.
Y no es que me disguste. ¿A quién le puede disgustar que levanten un nuevo edificio cultural en su ciudad? Y me encantaría entrar a verlo, sentarme y escuchar y ver esa maquinaria en funcionamiento. Me gustaría disfrutar con una buena propuesta ese espacio. Pero creo que ese no es el tema, el tema tiene que ver con las circunstancias de cada momento: tener claras la escala de valores, la pirámide de necesidades. Y hay veces que se piensa que apostando alto, las ganancias cubrirán el resto de problemas. Se acepta una subvención como quien acepta un caballo regalado, sin pensar que necesitará un establo, comida y cuidados.