El Ordenanza

Ventarrón

El Ordenanza. Capítulo 53

Escena 1

  • He quedado a comer con Anna, Cecilia y Héctor el domingo, ¿te apetece?
  • ¿Héctor? ¿Quién es Héctor?
  • Un antiguo compañero de facultad y...
  • Nunca me habías hablado de él, Elisa.
  • Hace muchísimo que no sabía nada de él. Volvió de Argentina la semana pasada y...
  • ¿Es argentino?
  • Sí, hijo de un ejecutivo de YPF...
  • ¡Oh! Argentino y rico...
  • Héctor siempre fue un espíritu libre.
  • Ya...
  • Sí... compartimos piso en cuarto de carrera.
  • ¿Viviste con él?
  • Viví con él, con Anna, con Cecilia y con Alberto, que ya estaban juntos por aquel entonces.
  • … viviste con él...
  • ¡Claro! ¡Era un piso de estudiantes! ¿Tú no compartiste piso en la facultad?
  • Sí, con Juanjo y López.
  • ¿Entonces?
  • Bueno, no es lo mismo.
  • ¿No? ¿Por qué no es lo mismo? ¿Porque Héctor es un tío?
  • No, no es eso... es que es... argentino.
  • ¡Vaya! ¿Qué tiene que ver ahora su país?
  • … todos sabemos que, si los argentinos pasan media hora sin intentar ligar, la República Argentina les retira la nacionalidad...
  • ¡No me lo puedo creer! ¿En serio piensas eso?
  • Pues... no lo sé...
  • ¿Sabes? ¡A veces eres demasiado crío!
  • Elisa, yo...
  • Mira, si tus prejuicios te lo permiten, vendrás a comer con nosotros el domingo. Si no vienes, dejarás claro que te importa más tu estúpido sentido de la propiedad que yo.
  • ¡Elisa!
  • Tú decides...

Escena 2

  • Creo que, esta vez, la he cagado mucho con Elisa, Avelino.
  • Lo de ustedes parece un culebrón venezolano...
  • Argentino, más bien. El domingo nos ha invitado a comer asado un tal Héctor, compañero de facultad y piso de Elisa y Anna.
  • ¿Héctor? ¡Excelente muchacho! ¡Y guapo! Recuerdo que anduvo saliendo con...
  • … con Elisa...
  • Sí. Luego volvió a Buenos Aires y ya no supe más de él hasta hoy.
  • … ya...
  • ¿Es él el problema?
  • No, Avelino, el problema soy yo. A veces, me da vértigo pensar que su pasado haya sido mejor que el presente que yo le puedo ofrecer.
  • Y, ¿piensa usted que eso favorece a su relación?
  • Yo... yo ya no pienso, Avelino... casi que me dejo llevar. Voy más perdido que un pato en un garaje.
  • ¿Me permite que le cuente algo?
  • Claro.
  • Cuando Aurora acabó Bellas Artes, consiguió una beca de un año en París. Nuestro noviazgo era incipiente y aquella oportunidad se cruzaba en nuestro camino. Por el bien de los dos, decidimos dejarlo por un tiempo. Marchó a París y yo me quedé aquí, estudiando para las oposiciones. Aquel primer mes fue, con mucho, el peor de mi vida.
  • (VOZ EN OFF) Avelino, esto se está poniendo un poco del rollo “Cuéntame cómo pasó”. No se ponga tan Alcántara, por favor.
  • Descuide. El mismo día en que la dejé en el aeropuerto, cuando me disponía al tedioso trabajo de memorizar, artículo por artículo, el farragoso texto de nuestra incipiente Constitución, me sobrevino una repentina infección gastrointestinal, que me tuvo en absoluto reposo durante más de un mes, gran parte del cual pasé hospitalizado con unas calenturas contra las que no valía el Santo Óleo. Al volver a casa de mis padres encontré, sobre el escritorio, veinte cartas con dirección parisina: la primera, fechada el día posterior a la partida de Aurora; las restantes, enviadas en días consecutivos... salvo la penúltima y la última, entre las que había un intervalo de tres días. Instintivamente, fue esta última la primera que leí. En ella, me contaba que había conocido a un pujante escultor francés y, el resto, se lo puede imaginar. Me senté, acomodé un folio sobre la mesa y elegí mi mejor estilográfica (la Vieja Fiable) para centrar lo mejor que pude, en toda la página apaisada, un somero “¿Es lo que quieres?”. Pasó el resto del año, la beca acabó, Aurora volvió de hacer lo que tuvo que hacer en París y... ¡hasta hoy!
  • (VOZ EN OFF) Parece usted Jorge Bucay, Avelino. ¡Ande y escriba ya la siguiente escena, que me tiene contentico hoy!

Escena 3

  • Hijo, este chico te anda buscando.
  • Hola, soy Héctor, ya sabés...
  • Sí... pasa, pasa...
  • No. Prefiero que seas vos el que venga conmigo al asado.
  • Soy vegano.
  • Lo sé, pero podés comer pasto, si querés. Allá es muy abundante.
  • ¿A qué has venido, Héctor?
  • A cerciorarme de que no le hacés ninguna boludez a Elisa, amigo.
  • ¿Y eso? ¿Has salido del armario? ¿Te estás muriendo?
  • ¡Sos un grandísimo pelotudo, alcalde! Elisa y yo estuvimos juntos, tuvimos un tiempo muy feliz y un sexo tremendo... pero ya fue. Ahora sos vos, hermano, el que tiene la suerte de estar con ella. Sos una de las claves actuales para que ella sea feliz y no voy a dejar que te enroqués, ¿me entendiste? Subí al auto.
  • … pero... he de cambiarme y...
  • ¡Subí-a-la-concha-del-auto! ¡Ahora!
  • Me gusta el mate.
  • Yo lo aborrezco: demasiado amargo.

Escena 4

  • ¡Oh! Habéis venido... ¡juntos!
  • ¡A ver! ¡Damas y caballeros! ¡Atención! El pelotudo de vuestro alcaldesito creo que quiere decir algo...
  • … esto...
  • ¡Andá! ¡Decílo!
  • Vale... ahí voy: Tengo casa, tengo pingo, tengo yerba pa' matear. Sólo me falta una china que me quiera acompañar.
  • ….
  • …......
  • Tenés casa, tenés pingo, tenés yerba pa matear y, si te falta una china, yo te puedo acompañar.

Bueno, cerrando el círculo, todos sabemos que, además de en ligar asiduamente, los argentinos sólo piensan en fútbol y en su astro, Dieguito. ¡Disfruten!




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