Verbo inflamado
"Nuevo Moisés de una España en éxodo, con la vara de su verbo inflamado, alumbró la fuente de las aguas vivas en el desierto estéril. Concibió leyes para conducir su pueblo a la tierra prometida. No legisló." El epitafio, porque es epitafio lo anterior, tiene el sabor de una España aún romántica y tarda cuando desperezaba el siglo XX. Una España dolida de noventayocho. Es el epitafio del mausoleo dedicado a Joaquín Costa en el cementerio de Torrero, en Zaragoza. Joaquín Costa Martínez murió en Graus. Un ocho de febrero de 1911. El centenario de su muerte no ha tenido el eco que debiera.
Posiblemente el discurso de Joaquín Costa, como el epitafio redactado por Manuel Bescós Almudévar (alias Silvio Kossti), sea un discurso formalmente trasnochado, pero no su contenido que, por regeneracionista, corriendo los tiempos que corren, denuncian una España que es "desierto estéril", una España pendiente, como "en éxodo", sempiterno, hacia una tierra prometida. Una España que nunca es lo que quiere ser. Por esto, el discurso rancio de Costa, aligerándolo de las florituras románticas como de las posibles incitaciones al totalitarismo al aludir a un "cirujano de hierro" con cuya bata se vistió Miguel Primo de Rivera podría ser un discurso de futuro.
Porque el discurso de "despensa y escuela" es todavía en España un discurso de futuro. La escuela siempre y la despensa también ahora cuando la crisis nos ha dejado con el culo al aire y vuelven las hambres de nuestros antepasados, hambres de pan, amplificadas con nuestras hambres de consumismo desenfrenado. Porque el discurso republicano de Costa es un discurso de una República civilizada que podría ser para redimirnos tanto de la que fue degenerado e inviable puzzle cantonal, la Primera, como de la que vio destrozada todas sus esperanzas en el enfrentamiento entre los que todo les parecía demasiado y los que todo les parecía poco, la Segunda. Porque el discurso regeneracionista contra la corrupción política de la Restauración, que bien plasmó Joaquín Costa en su "Oligarquía y Caciquismo como la forma actual de gobierno en España: urgencia y modo de cambiarla" (1901) podría ser útil contra la corrupción política de nuestros dirigentes de ahora que parecen estancados interesadamente en una Santa y Perpetua Transición que empeora más que mejora. Porque el discurso de política hidráulica de Costa apagaría nuestra sed al equilibrar los desequilibrios entre la España húmeda y la España seca.
Costa nos sirve para la despensa y para la escuela. Porque nuestra escuela necesita recuperar el verdadero espíritu de la Institución Libre de Enseñanza (ILE). Decimos verdadero espíritu porque los teóricos de las logses entiéndase el palabro como LOGSE y sucesivos derivados legislativos sobre educación siempre pretendieron vestirse de ILE, pero han resultado mamarrachos.
Joaquín Costa, despojándolo de las envolturas de su discurso decimonónico, nos puede servir. Pero es posible que no interese reeditar su verbo inflamado, es posible que interese su carácter críptico y exagerar su pesimismo. Así, que España siga en el desierto estéril con unos campos esquilmados por la sed y el abandono, con una despensa que se vacía y una escuela que fracasa. Una España de ciegos guiados por lazarillos que sólo la conducen, desde su egoísmo, al desastre: "No reflexionaron que el que no sabe es como el que no ve, y que el que no ve tiene que ir conducido por un lazarillo a donde el lazarillo quiere llevarle, que raras veces es a donde al ciego le conviene, que casi siempre es donde le conviene al lazarillo." Desgraciadamente esto es lo que le pasó a Máximo Estrella, el de "Luces de Bohemia". Esperpento.