Viaja en tu tren azul…
De modo que es domingo, faltan unos minutos para las nueve de la mañana y estoy en la estación de Atocha: de pie, apoyado en la barra de un ¿bar? que se insinúa italiano, tomando un café con leche digno de figurar entre los remedios contra el estreñimiento, tanto por sus efectos como por la cercanía de su precio al de un medicamento de gama media/baja. No hay demasiada gente. Estoy en Madrid, en una importante estación ferroviaria. No hay demasiada gente. Al menos la información necesaria está a la vista. Como en cualquier aeropuerto. Me extraña que las voces que aparecen por megafonía no se doblen como norma a otros idiomas.
Busco mi billete, ahí está, donde hace cinco minutos. Pago el euro sesenta y me encamino a la puerta de Salidas. Vuelvo a mirar el billete: cincuenta y cuatro con treinta. He tenido suerte. Un asiento en Preferente con descuento estrella. Alrededor de ochenta y cinco euros. He pagado cuatro euros menos del coste de un billete en clase turista. Una cantidad algo mayor a la que desembolsé la última vez que fui a Madrid (aunque entonces el billete era de ida y vuelta; aunque entonces el trayecto duraba una hora más). Consigo atravesar los diferentes puntos protocolarios sin problemas. Llego a las vías. Subo al tren. Pienso en los cincuenta y cuatro euros. Pienso en los cincuenta y pocos euros de ida y vuelta de aquel entonces, no tan lejano. Pienso en las vías del tren, del AVE, recortando sesenta minutos al trayecto y sumando casi treinta euros al precio del billete al resto de líneas. Como a ésta que yo utilizaba. Pero yo no tengo prisa. No tanta
Ni necesidad de tanta atención: periódico, auriculares, toallita caliente, zumo, cruasán, huevos revueltos con longaniza madrileña, pan, mantequilla, café con leche, toallita olorosa, vaso de agua
Sólo buscaba un transporte que me llevara de Madrid a Villena. Con una duración razonable. Con unas condiciones mínimas de comodidad e higiene. Con el menor coste posible
Pero parece que tales expectativas son ya casi inalcanzables. España ha apostado por un transporte ferroviario de cinco estrellas, ventajoso para la gente de negocios dicen, pero fuera del alcance de los bolsillos terrenales. De quienes necesitamos ir de aquí a allí, y de allí a aquí, luego. Vías y maquinarias pagadas con el dinero de nuestros bolsillos que se nos ofrece más tarde a un coste desproporcionado para los mismos. Eso sí que es hacer el imbécil pensaba mientras cruzaba los campos eólicos a doscientos cincuenta kilómetros por hora. Como tantas otras cosas, murmuraba alguien desde algún otro lado de mi cerebro. Imbéciles
Y, al llegar a casa, como remate al trayecto, la vergüenza al ver las filas de coches paradas a ambos lados de las vías. Somos imbéciles, pensaba, imbéciles hasta rozar el absurdo.