Fuego de virutas

Villancico

Es mi villancico preferido. Lo aprendí hace muchos años en el colegio salesiano. No sé si tiene o no tiene autor. Algunos cancioneros ponen "popular". Otros nada. Incluso las letras que busco no son iguales, varían por ejemplo entre un "mi amor" y un "su amor" en el cuarto verso de la primera estrofa. Si no me falla la memoria, nosotros cantábamos "mi amor". No lo sé bien. Ahora dudo. Ni siquiera sé el título. Unos dicen "El molino", otros "Tengo un molino", otros "Llévale este trigo trigo", otros simplemente "Trigo trigo", otros... Con comas. Sin comas. A saber.

Lo mejor, aquello que recuerdo cantar emocionado, la primera parte del estribillo: "Llévale este trigo trigo / a los niños que no tienen pan / a los niños que mueren de hambre / sin saber lo que es Navidad".

Acostumbrado a los tradicionales villancicos donde normalmente rebosa la alegría y el desenfado, con éste sentía tristeza y ternura; porque me recordaba, primero, que había gente sin pan, segundo, que había gente con frío –"y en sus manos que tiemblan de frío"... – Instándonos hacia la solidaridad. Pero no quisiera caer en lo ñoño y almibarado en que solemos caer estos días. De cualquier modo, bendita sea si son días en los que se nos ablanda el corazón. Que buena falta nos hace. Porque si por un momento sentimos la necesidad de ser para los otros, a lo mejor al tiempo que quemamos la tarjeta o espolsamos los bolsillos en gastos de cosas superfluas, no está mal. Vivimos demasiado para nosotros y nos hace falta vivir para los demás. Si la Navidad nos espolea la necesidad de vivir para los demás, incluso desde la incongruencia, no está mal. La parafernalia navideña –luces, cantos, regalos y regalos– nos despista mucho de lo esencial. Pero si algo nos queda de lo esencial... La conmemoración del nacimiento de Jesús, del nacimiento del Cristo, puede ser el renacimiento de muchos valores que pueden hacer que el mundo en el que vivimos sea un mundo mejor. En el propio nacer o renacer está la esperanza, porque la vida, toda vida, despierta vida. Vida por delante. Reto. Esperanzas y desesperanzas. Vida.

Con estos deseos escribía el sábado esta columna que quería ser postal navideña para los lectores de EPdV. Pero mientras la escribo me llega la noticia de la muerte en San Juan del pintor Pablo Lau. Y me vuelve repentino Lau con toda su grandeza a pesar de esos momentos que tuvo de trato muy difícil. Marqués que se autoproclamó del pueblo de los ajos cuando con felicidades y tristezas compartimos redacción en la revista mensual "Villena". Y se me ocurre que no sólo tendremos que valorar su pintura valiosa, también ese escribir trepidante y retador que tuvo y mantuvo con mucho ingenio. Pablo Lau, camino de la Navidad, se nos ha ido. Y quién sabe si a buscar colores, nieves y musgos en las orillas del Báltico para el belén nuestro de cada día. Más frío sin él. ¡Feliz Navidad!

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