Violencia en las aulas
Partimos del convencimiento que el mundo de la infancia es violento por naturaleza. En nuestra infancia también, aunque seguramente menos, porque no podemos negar que Pippi Calzaslargas o Sccobby Doo eran bastante mas light que las series que ahora ven los chicos. Pero violencia y crueldad infantil había. Seguramente porque el mundo de la infancia de tan sincero resulta cruel, la tendencia a reírse del más débil, a ridicularizarlo, a poner contra la espada y la pared a quien no perteneciera al grupo, con la consiguiente obediencia a la líder en mi caso, eran cuestiones normales en las aulas de mi infancia. Las que resultaban chivatas porque les decían a las monjas que fumábamos en los aseos, recibían el cruel castigo del grupo. Castigo en absoluto comparable a lo que parece ser que está ocurriendo en algunos institutos.
Pero el respeto a los enseñantes, a los maestros en la educación básica y a los profesores en el instituto, nunca lo perdimos. Es cierto que siempre hay roces entre la autoridad y los subordinados, en mis años también los había. Pero el principio de que el maestro o la maestra eran nuestros superiores y tenían poder sobre nosotras, era respetado tanto en la propia escuela como en los hogares. De su importante papel en nuestras vidas caes en la cuenta más tarde, cuando te haces mayor, sobretodo cuando vives de cerca el proceso de aprendizaje de una niña, o de un niño, y especialmente cuando aprenden a leer. Ahí es cuando caes en la cuenta del importante papel que tienen los enseñantes para la sociedad en la que vivimos.
Por ello me duele aún más la violencia en las aulas, porque aún preocupándome mucho el sadismo gratuito de alguna de las agresiones de las que he tenido noticia, lo que me preocupa todavía más, lo que creo que causa una fractura importante en el sistema educativo, son las agresiones a los profesores.
Es preocupante que algunos padres pongan en tela de juicio el importante, e imprescindible, papel que tienen los profesores, no sólo en la educación de nuestros hijos e hijas, sino en la construcción de la estructura social en la que vivimos.
Aunque sean pocos, aunque sean casos aislados, aunque hagamos caso a la ministra y no creemos alarma social, entiendo que estas agresiones deben ser combatidas de manera tajante e inmediata. Y de hecho me parecen bien algunas de las medidas que ha tomado el Ministerio o la Consellería, aunque creo que resultarán poco efectivas. Poco efectivas porque se está excluyendo en todo esto la gran responsabilidad que tienen las familias en la educación de los hijos. Seguramente si estos castigos ejemplares que se quieren poner en marcha, tuvieran una repercusión directa sobre quienes tienen la responsabilidad de los menores, los padres y las madres, las medidas serían mucho más efectivas. Al fin y al cabo los progenitores tenemos la responsabilidad de la tutela de nuestros vástagos, por tanto somos también responsables de sus actos. Y si los actos de nuestros hijos ponen en entredicho los valores del sistema educativo, somos nosotros también co-responsables de esa agresión.
Por ello no creo que tengan que pagar nuestros hijos exclusivamente sus errores, al fin y al cabo también son en parte nuestros. Deberían arbitrarse medidas para que también estos castigos tuvieran repercusión en los padres. Seguramente si una agresión a un profesor fuera castigada también con una multa a los padres del agresor, o con unas sesiones de trabajo a la sociedad, muchas de éstas no tendrían lugar.