El Diván de Juan José Torres

¿Volvemos a la España de postguerra?

El titular parece fuera de lugar y una exageración, lo sé. Las guerras sin sentido, y todas lo son, dejan muertos, viudas, hambre, recelos y desconfianzas. Familias rotas y resentimientos, resquemores y venganzas, odios y distancias, sueños de poder y pesadillas sin horizontes, riquezas para vencedores y abandono para derrotados, la instalación institucional y silenciosa de las dos Españas. Pero hoy, agonizando ya 2012, me pregunto si el interrogante del título es una invención gratuita y malintencionada y me temo que no, ni siquiera una broma de mal gusto.
Según datos recientes la Unión Europea acaba de destinar a Cruz Roja y al Banco de Alimentos 1.200.000 kilos de alimentos para atender a los 80.000 pobres de la provincia de Alicante. Da escalofrío leer estas cifras, sólo de nuestro entorno más cercano, y habría que ver cuántos ascienden en otras Comunidades de España. Traspasar esa línea roja, ese umbral de la pobreza, es un viaje sin retorno y el abandono y dependencia de quienes lo sufren se convierte en una existencia condenatoria crónica. Es un pecado para los creyentes y un grito de indignación para los que no lo somos porque no hay derecho que en el mundo de las tecnologías, la informatización y el progreso existan miserias tan crueles que se ensañan con los más indefensos: niños, mujeres y personas mayores.

Si a este esperpéntico panorama le añadimos que nuestro país alcanza ya la histórica cifra del 25% de paro es para ponernos a temblar. Sí, es verdad que en ocasiones es un paro disfrazado y que existe el trabajo sumergido, que también defrauda a las arcas públicas. Pero esa actividad irregular no deja de ser pan para hoy y hambre para mañana. Vivimos en encrucijadas donde el mal de muchos es el consuelo de tontos y mientras a mí no me toque, paz y amor. Es la retahíla de siempre, donde la sumisión, nunca la insumisión, prevalece en nuestros miedos y nunca levantaremos un dedo hasta que el problema lo tengamos en nuestras narices y bolsillos, por más que lo veamos en las barbas del vecino.

Es lo que le ocurre a Alberto Fabra, presidente de la Generalitat, cuando va a recibir la mitad de lo que pidió al Gobierno. Sabiendo el Consell que el rescate recibido no cubre, ni por asomo, las deudas contraídas, calla y otorga; resultando entonces imposible hacer frente a tanta demanda pendiente, ocurriendo lo mismo en otras Comunidades. Tanto es así que habrá que satisfacer primero el pago de intereses a los bancos, luego alguna partida para ponerse en paz con las farmacias, más tarde con los abogados descontentos discriminados en sus derechos, las migajas siguientes a la dependencia y si algún resto queda para servicios sociales. En total 144 millones de euros mal repartidos para asuntos desproporcionalmente considerados.

Vivimos tiempos en que los problemas de las personas no ocupan ni interés ni calendarios. El protocolo, la burocracia, el máximo rendimiento a los beneficios mandan y así nos encontramos con que el director de un banco ya no conoce al cliente, el recibo impagado de Suma pasa al juzgado y las decisiones gubernamentales limpian la baba a los codiciosos comensales pero no ponen pañales a las gentes que se cagan, no de una puntual colitis, sino de miedo. Vivimos tiempos donde es más importante ajustarnos a unos pagos que atender la pobreza, hacerle la pelota a la jefa del Bundestag que lamerle las heridas a una ciudadanía ofendida, ceder al chantaje de los mercados que evitar un retroceso al pasado en cuanto a derechos, recursos y prestaciones. Nos están entregando las almas, que no se ubican en los órganos, a un futuro traicionero. Y no habrá Dios que a los responsables les confiese.

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