Fuego de virutas

Zapatos de moro

Aún sentimos los ecos del Ecuador Festero porque aún resuena el golpe seco de alguna ficha de dominó sobre una mesa. También escuchamos los brincos caprichosos de un dado de parchís en el que se resisten los cincos. Salta se para y... Y otra vez sale un tres. Al tiempo, en la partida de truque, una china que se ha caído del mantel, cuando la bravuconada del jugador que ante el "envido" retó la falta de farol, resulta meteorito en el ensueño. Nube de polvo. Todo mágico. Todo magia.

Entre los sonidos de la alucinación también percute, pero percute floja, la fatiga del mortero –fábrica del sabroso ajo– que en el cansancio es madera muerta y rumor. Al tiempo, y aún calor, se oye el agonizante crepitar de algunas brasas que alimentaron el fuego en las gachamigas. Calor moribundo, nos acogemos al suave rescoldo para iluminar el sueño y ahuyentar algo los fríos cuaresmales que camino de la Pascua son menos. Pero como son fríos de nuestra ausencia de la Villena que tanto estimamos necesitan el abrigo de la memoria, ausencia que cada vez más, sobre todo para la Fiesta, es más lejanía. Distancia.

La alucinación sonora se alimenta ahora con una fotografía hermosísima que desde que la recobramos en la exposición de Miguel Flor, "Crónica gráfica de Villena", nos viene rondando en la cabeza por ver en ella, como una premonición, el presente de la Fiesta. Esta exposición nos persigue doliéndonos la memoria con la ternura del recuerdo que tantas veces remuda en nostalgia. La fotografía en cuestión es una fotografía de 1990 que perpetúa unos zapatos de moro ahormándose, queriéndose ensanchar para ser útiles y no tormento en la Fiesta venidera. Miguel Flor –en más de una ocasión nos lo ha comentado– no es amigo de "crear" la escena, siempre ha estimado el recoger el arte que de improviso nos ofrece lo cotidiano y que con nuestras prisas burguesas no sabemos ver. Suerte que los ojos atentos de Miguel Flor, su perspicacia para ver, han inmortalizado estos detalles, elevando a arte y a memoria lo que podría ser cotidiano y fugaz. Así, esos zapatos de moro nos persiguen mostrándonos una metáfora de las fiestas nuestras de Moros y Cristianos, fiestas que, como esos zapatos fotografiados, parece ser que ya no nos vienen y que, posiblemente desde la ilusión, queremos ensanchar. Es normal que queramos que la Fiesta crezca y que, creada en el siglo XIX, recreada en el siglo XX, también nos venga en el presente siglo y en el futuro. Pero al tiempo sentimos la inquietud de que, como pudiera pasar con el cuero de los zapatos, estirándolo se rompa. Que de tanto querer ensanchar, deje de ser. En ocasiones sentimos los cambios como fiebre y no sé si, como en poesía, pudiera ser que la terapia del tocar y retocar, derivara en la destrucción del objeto. "¡No le toques ya más / que así es la rosa!" —advirtió Juan Ramón Jiménez en "Piedra y cielo" para referirse al escribir el poema.

Nos disgusta que nos aprieten los zapatos y la solución más rápida pudiera ser tirar los viejos y comprar unos nuevos, pero en los viejos resulta que hay muchos rasgos que de no ser desvirtuarían la esencia. No sé... Y hablando de fiestas y de zapatos, traemos una curiosidad que encontramos en Wikipedia al definir "babucha": "En España, se llevan como parte de los disfraces de árabe, por ejemplo en las representaciones de moros y cristianos que se celebran en la Comunidad Valenciana".

Si se tratara de disfraces, y sólo babuchas, todo toleraría más los estirones.

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