Vida de perros

14-N

Como lo tengo a mano, saco de la estantería el diccionario de alemán y… efectivamente encuentro la palabra huelga (Streik), por un momento no sé qué me pasó por la cabeza. Y es que si hoy es Martes y Trece, mañana es Día de Huelga General en España, poco menos. Si hoy es un día con presunta mala suerte, mañana será el día del cambio –como pueden ustedes comprobar, la asociación de días e ideas es libre y no necesariamente vinculante–. El caso es que el martes trece se acaba sin grandes incidentes ni en las bodas ni en los transportes marítimos. Y llega el miércoles catorce.
Confesaré sin tapujos que de algún modo voy a ser uno más en las cifras oficiales, voy a secundar la huelga. Lo siento como una obligación, del mismo modo que me siento obligado a salir a la calle, sumar en la calle, para manifestar mi desaprobación ante cualquiera de las penalidades por las que se nos hace pasar como masa, como rebaño que ni siente ni padece. Me temo que es el único modo que en los despachos que pagamos, el personal que contratamos cada cuatro años, aprecie nuestra opinión acerca del trabajo que realiza. Aunque sea levemente y aunque solo sea por la embarazosa situación en que les situamos frente al resto de países asociados. Ya saben, queridas personas, esas incómodas conversaciones: “– ¿Qué pasa, Mariano, que te han montado otra huelga? – Nada, nada, cosa de la crisis, ya tú sabesh. – Claro, claro, si es que piensan que el dinero crece en los árboles. Tú dales duro, que es por su bien. – Lo que sea necesario, ya tú sabesh.”

Pero España no va bien. No va bien. Y una gran mayoría nos hemos puesto a informarnos del porqué, así, a lo bestia, a grandes rasgos. Y nos hemos dado cuenta de que si no va bien es porque pensábamos que el sistema que habíamos organizado garantizaba nuestros derechos y regulaba nuestras obligaciones. Que todas las personas que conforman este país estábamos protegidas por una “necesaria” compleja estructura de organismos. Que éramos algo así como una enorme asociación de vecinos y vecinas. Pero ha resultado que aquí el más tonto hacía relojes, y los listos montaban relojerías. Ha resultado que para ocupar un puesto público ser prima o cuñado puntuaba más que cualquier titulación; que no importaba quintuplicar el número de puestos de trabajo a costa de las arcas públicas si con ello se podían comprar favores; que no importaba engañar al populacho, que ni siquiera era necesario darle explicaciones de nada: de lo que se hacía con su dinero. Si este país ha soportado toda esa ristra de gobernantes incapacitados a lo largo de siglos de historia, era normal que continuara tragando con el abuso y la torpeza de los contemporáneos.

De modo que escucho la radio y la televisión, leo los periódicos, y continúo atragantado por aquello de secundar la huelga “de los sindicatos”, los de la negociación colectiva. Me entran ganas de hablar con ellos, tomar un café, hacer unas preguntas y recibir algunas explicaciones. Porque mi impresión es que hoy más que nunca son imprescindibles para el gobierno (y la patronal). Necesarios porque sin ellos, los sindicatos, la escenificación quedaría incompleta. Sin ellos, los sindicatos, el timo aparecería como tal: gobierno y patronal haciendo migas para conseguir poder y dinero a costa del resto, de nuestro tiempo, nuestro esfuerzo y nuestros bolsillos. De modo que los Sindicatos son necesarios en el juego teatral, en esa batalla decidida de antemano.

Los sindicatos convocan una Huelga General y la masa trabajadora debemos secundarla pese a no haberles visto romperse los dientes luchando contra todas las decisiones que nos afectan dramáticamente. Una Huelga General contra resoluciones ya presentadas y aprobadas por una cámara que nos representa a todos y a todas gracias al milagro de las urnas (y de la Ley D'Hondt). Una Huelga General donde incluso el Partido Socialista interviene convocando concentraciones y manifestaciones, como si en el Congreso fuera incapaz de realizar el trabajo por el que le pagamos. ¿Cómo debemos de tomarnos la participación activa del Psoe en la Huelga General? ¿O cómo quieren que nos lo tomemos? El único modo que yo encuentro es bastante agorero y se encierra en el casi logrado ideal bipartidista.

En esas estamos cuando tengo que tomar la decisión de abandonar mi puesto de trabajo y adherirme a una Huelga General que considero totalmente necesaria para mí, para mi entorno, para mi país y para el futuro. En esas me encuentro, apesadumbrado por engrandecer con mi presencia el músculo sindical o “izquierdista”, pero obligado por las circunstancias. Necesitado de grupos de presión y opinión como DRY –Democracia Real Ya– o 15-M, o Toma la Plaza, a los que sumarme en sus convocatorias para así desvincularme de esos grupos oficiales que hasta el momento no han demostrado ser capaces de transmitir o de enarbolar nuestra indignación, nuestra miseria y nuestro desaliento.

Escribía Bertolt Brecht no demasiado antes de ser citado por ministros de todos los colores –qué más les dará lo que escribió este comunista si queda bonito en su discurso–, un poema titulado La Compradora (Die Käuferin, 1934) acerca de una anciana que cada día entraba a una tienda y solicitaba los artículos de su lista de la compra, y en la caja los abandonaba porque no le llegaba el dinero: […] si todos los que no tenemos nada/ dejamos de aparecer donde se exhibe la comida,/ podrían pensar que no necesitamos nada./ Pero si venimos y no podemos comprar nada,/ se sabrá cómo están las cosas. Me aplico el cuento.

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