Literatura

2020: El confinamiento

Era momento de encontrarse a uno mismo. De sumar, aprender y comenzar a pensar de otra manera

¿Cuánto durará? se preguntó de nuevo José mientras paseaba a la perra por las inmediaciones del castillo. Las calles estaban desiertas, salvo algún cruce esporádico con sus vecinos. Perduraban los saludos cordiales, sin embargo tenían una esencia fría y distante. Era de esperar con todo lo que estaba sucediendo. Aquellos rincones de la ciudad transmitían una sensación desoladora y estaban impregnados de un intenso olor a distanciamiento.

¿Estoy aprovechando el tiempo? Los pasos de José sobre las losetas del suelo marcaban un ritmo constante. Las malas hierbas se abrían camino en lugares donde hubieran sido pisoteadas hace unas semanas. Primero apoyaba su pie derecho, luego dejaba con firmeza el peso en ese pie y, finalmente, el arrastre de su pie izquierdo con sumo cuidado, acompañado, como de costumbre, por unos dolores punzantes que le repercutían en el tobillo y la rodilla. Lo repetía una y otra vez, al mismo ritmo. No es momento de lesionarse.

La monotonía del breve paseo quedaba interrumpida por la presencia de un limpiador que desinfectaba la zona equipado cual astronauta, una escena digna de la mejor película de ciencia ficción en la puerta de casa, por no hablar del ejército por las calles de Villena o la incesante lluvia que había inundado la Laguna, recibiendo de nuevo a flamencos. Al menos eso le había sacado de la rutina diaria, de su propio día de la marmota. Un tirón de la perra interrumpió sus pensamientos. La posición de sus patas daba la señal inequívoca de lo que venía. Era momento de recoger sus restos y volver a casa antes que un agente le solicitase un certificado o documentación que justificara su salida, siendo confundido con cualquier insensato. De nuevo a salvo.

Si le hubieran dado la oportunidad de disponer tantos días libres, José habría aceptado sin dudarlo. Antes de que comenzaran las desdichas, cuando todo estaba abierto y vivía rodeado de actividad, nunca se había fijado en su importancia. Pero se había detenido. Se habían suspendido todas las clases, actividades, conciertos, fiestas de Moros y Cristianos de las poblaciones cercanas y hasta la Semana Santa. No era algo que le afectara directamente, pero le helaba la sangre lo que podía haber afectado la moral y economía de tantos.

José había perdido el trabajo, al menos hasta que todo pasara. No obstante, le preocupaba más el bienestar de sus padres, o afrontar de nuevo una crisis, esta vez a nivel mundial. El futuro de mi hija. Sin embargo, José sabía que la humanidad había superado otras pandemias peores, como la Peste. Todo lo que podía hacer era aguantar en casa, disponiendo de todo su tiempo. Ahora tenía disponibilidad para ver crecer a su hija, leer, cocinar platos elaborados, hablar, tocar la guitarra, hacer deporte y descansar. En otros tiempos hubiera sido mucho más complicado. Ahora, con internet y la telefonía, tenía acceso a música, lectura, formación, entrenamientos y videoconferencias con sus familiares. Impensable hace unas décadas.

Entendía a la gente que dedicaba su tiempo a protestar sobre cualquier cosa, al principio también se había olvidado de cómo emplear su tiempo. Pero él no iba a desperdiciar su tiempo y energía en criticar las cosas que no entendía. Era momento de sumar, de aprender y comenzar a pensar de otra manera. Era momento de encontrarse a uno mismo.



José sonrió al recordar que antes pensaba que el confinamiento era la fruta que apartaba del roscón. Ahora no dejaba de escucharlo a todas horas, cómo cambian las cosas. También estaba cansado de escuchar aquella canción española que era sospechosamente parecida a “I will survive”. Puso su disco favorito para olvidarla y cogió su ebook para continuar leyendo el quinto libro desde que todo comenzara. Al menos, este momento le había hecho recordar lo apasionante que era leer.

Un ruido exterior detuvo su lectura. Eran las ocho de la noche y los vecinos salían a aplaudir. Esos aplausos eran para los sanitarios y los cuerpos de seguridad. José aplaudía también a los limpiadores y a todos aquellos que jugaban un papel importante en aquella situación. Incluso aplaudía a sus vecinos por aguantar y, por qué no, a él mismo, que había aprendido a pensar de otra manera.

Por: Javier H.G. Belze




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