Escena 1
- Si colocásemos todos esos euros, uno tras otro, sumarían novecientos treinta metros.
- ¡Qué barbaridad!
- ¡Bien podrían arreglarse el tejado ellos mismos!
- Lo que no entiendo muy bien es que les tengamos que ayudar con lo que se ahorran en impuestos.
- Porque ocupan edificios culturalmente importantísimos para la ciudad.
- Sí, pero son cuarenta mil euros del ala.
- Con la cantidad de impuestos de los que está exenta la Iglesia y los cientos de millones que se ahorran por dichas exenciones, bien se podrían pagar los ciento diez mil euros de la reparación del templo con los huevos.
- Sí, pero no es así. Tenemos que venir los españolitos de a pie a apoquinar.
- Dos más dos, cuatro.
- Como siempre, vamos.
- ¡Joder! ¿Os parece raro que los curas pidan dinero o saquen tajada?
- ¡Cómo nos la metieron los padres de la Constitución con lo del estado aconfesional!
- Aconfesional… una palabra que no conoce ni el corrector del Office.
- ¿Y qué hacemos? ¿Se los negamos? ¿Les pedimos un descuento?
- ¡Qué ascazo de religión!
- ¿Ascazo? ¡Si la inmensa mayoría de las fiestas del año son religiosas!
- Nos tienen bien agarrados por los…
- … por los días de descanso.
- Lo peor es que el que tiene que salir públicamente a dar la noticia soy yo.
- ¡Te jodes! ¡Para eso eres alcalde!
- Sí, pero que conste que no estoy de acuerdo en absoluto con ello.
- Ni yo.
- Tampoco yo.
- Ni yo.
- ¿Entonces? ¿Quién ha votado a favor para que tal partida se haga efectiva?
- ¡Ay, hombres de poca fe! ¿No sabéis que el Todopoderoso todo lo puede?
- ¡Claro! Si no fuese así, se llamaría Casi-todopoderoso.
- ¡Touché!
Escena 2
- ¡Joer qué calor me estás dando hoy, Gabriela!
- Es que hace calor, Cuchi-cuchi.
- Sí, pero lo de esta noche no es normal.
- Lo que no es normal es que, en enero, hayamos llegado a los veinte grados.
- ¿Puedes hacerte un poco para allá?
- ¡A ver si me voy a caer de la cama!
- No, mi vida, no te caigas. Solo sepárate un poco, que con tanto pelo…
- Ya sabes, cariño: cuando hay luna llena…
- Creo que tengo algo de fiebre.
- ¿Quieres que te traiga el termómetro?
- No te preocupes, vida.
- Sí me preocupo, Andrés. ¿Te traigo una pastilla?
- Me he tomado una antes, pero me sigue doliendo el tórax.
- ¡A ver si has cogido gripe!
- No sé. Mañana iré al médico.
Escena 3
- Calor en enero. ¿Quién lo diría, don Andrés?
- Yo, desde luego, no hubiera imaginado que pudiera pasar, Avelino.
- Debe ser consecuencia del cambio climático, como esas dos banderas de los Estados Confederados que hay en el balcón. Deben haber sido izadas para advertirnos de los ataques de las hordas de viridinífagos.
- ¿Viridinífagos?
- ¿No se ha enterado?
- ¿De qué debería haberme enterado?
- Los viridinífagos están devastando el sureste asiático. Comen todo lo que sea verde: árboles, setos, paneles de croma, políticos de esa tendencia y brócoli.
- ¿Brócoli?
- Sí, ya sabe, la adaptación del italianismo «broccoli» para referirse al brécol de toda la vida.
- ¡Qué cosas!
- Es lo que tiene el progreso, don Andrés: dejamos de utilizar palabras autóctonas para suplantarlas por extranjerismos. Es lo mismo, pero dicho de una manera diferente.
- Realmente, lo que me extraña es que los viridinífagos coman brócoli.
- No hay de qué extrañarse, don Andrés: el brécol tiene una gran cantidad de vitamina A, en forma de beta-carotenos, vitamina C, ácido fólico, potasio y hierro.
- ¿Hierro?
- Sí. Lo plantan en campos de óxido y, al crecer, cambian sus religiones: unos se hacen llamar ferrosos, otros férricos… incluso hay, entre ellos, los que adoptan la doble religiosidad. Son los ferroso-férricos, que intentan distinguirse de sus semejantes llamándose magnetitas. Ya sabe lo complicadas que son las relaciones entre religiones y religionarios. De todas formas, los viridinífagos solo están interesados en los ferrosos, que son verdes y no marrones, como los demás óxidos.
- ¡Vaya lío!
- No crea. La realidad es que las raíces de hierro no son muy retorcidas. Son como pequeñas viguetas ancladas a un metro de la superficie.
- A mí, personalmente, no me gusta el brócoli…
- ¡Shhhhhhhhhh! Procure que no le oigan decir eso.
- ¿Los viridinífagos?
- No. Los entrenadores personales. Cuando se enteran de que alguien no come la suficiente verdura o no bebe los dos litros de agua reglamentarios, colapsan. Es muy peligroso cuando esto sucede, ya que sufren una alteración hipermetabólica que, en algunos casos aislados, les genera una tendencia a realizar series no definidas de flexiones, cuyo resultado puede dar lugar a una desviación del centro gravitatorio terrestre, con la consiguiente modificación orbital de nuestro planeta. Como consecuencia de ello, algunos expertos teorizan sobre un cambio en el clima de algunas localizaciones del sureste español, elevando la temperatura considerablemente para caer y estabilizarse, en las últimas fechas de enero y las primeras de febrero.
- ¿Por eso están tan morenos?
- Por eso y por la cantidad industrial de estrógenos producidos por su frenética actividad física.
- ¡Ah…!
- ¿No ha entendido una palabra, verdad?
- Sinceramente, no.
- ¡No me diga! A estas alturas, debería estar experimentando usted síntomas de la comúnmente conocida «gripe estacional», llevando consigo un elevado aumento de su temperatura corporal.
- ¡¿Qué me está usted contando?!
- Como le digo: el que estemos hablando ahora usted y yo, puede ser fruto de la elevada temperatura de su organismo. ¿Suda usted?
- ¿A qué se refiere?
- ¿Está usted sudando? ¿Siente escalofríos?
- … A ver… Sí, estoy sudando como un pollo.
- ¿Y qué me dice de los escalofríos?
- Yo, de pequeño, era fan de la magnesia.
- ¡Esos escalofríos no, hombre de Dios! ¿Siente escalofríos por todo el cuerpo?
- … Espere un momento, que lo compruebo.
- Tómese su tiempo…
- … Parece que algo hay…
- Hágame caso, entonces. Póngase un paño de agua fría en la frente y mañana, lo más tardar, visite a su médico de cabecera.
- Mañana iré a urgencias, a ver qué me dicen.
- Espero que se reponga pronto.
- Gracias, Avelino. Siempre es un placer conversar con usted en mis flipadas febriles.
- No hay de qué, don Andrés. ¡Para eso estamos!