El Ordenanza

Zarzuela

El Ordenanza. Capítulo 263

Escena 1

Sobre un antiguo zarzal se erige el Palacio de la Zarzuela, un lugar que dio nombre a un estilo musical propio de nuestro país. Un zarzal en el que se retuercen las espinosas ramas que protegen las más deliciosas bayas.

Fue un rey, Felipe IV (el llamado Rey Planeta), el que mandó construir un palacete de caza en el Valle de la Zarzuela, allá por 1627. No, no apriete los puños todavía: Felipe IV no fue un mal rey, dicen. Los Austrias no es que fueran mejor que los Borbones, la verdad, aunque no estamos aquí para juzgar dinastías. Ni siquiera para acabar con ellas.

El hecho de ser un pabellón cinegético no mermó la suntuosidad del edificio, que fue adornado con pinturas de Paul de Vos, entre otros muchos. Carlos IV, que tampoco fue mal monarca, mandó adaptarlo al gusto del siglo XVIII algunos años antes de protagonizar la versión española de «Dos tontos muy tontos» en Bayona, en 1808.

El caso es que, tras su reconstrucción en 1958, dados los grandes desperfectos que sufrió en la Guerra Civil, el primer Juan Carlos de Borbón instaló a su familia allí y, desde entonces, el edificio ha sido testigo de muchos acontecimientos de la historia reciente del Reyno, unas veces para bien y otras para flipar como un pepino: intrigas, infidelidades, discusiones y esas cosas que te hacen pensar, con bochorno, en la utilidad de la Institución Monárquica.

Para el español medio no es nuevo que los Borbones son unos fenómenos y que, el Felipe VI, ha pretendido limpiar el «buen nombre» de su apellido. Entre usted y yo, estimado lector, lo tiene difícil. Muy difícil. Lejos de comportarse con dignidad, los integrantes de la Familia Real parecen un completa y vergonzosa jaula de monos en celo.

Aun así, el Rey y el Emérito hablan todos los días por teléfono y, según la prestigiosa periodista Pilar Eyre (guiño, guiño), intercambian consejos.

Aunque le sorprenda, estimado lector, no logro hacerme una idea de los consejos que pueda intercambiar esta pareja.  A día de hoy, tristemente, la Zarzuela se ha convertido en un sainete.

Escena 2

    • Hola, papá.
    • Buenos días, hijo.
    • ¿Buenos días? ¡Son las cinco de la madrugada!
    • ¡Huy! ¡No he tenido en cuenta la difedencia hodadia entde Maddid y Abu Dabi!
    • Aun así, has madrugado, papá…
    • ¡Qué va! ¡Lo que pasa es que no me he acostado todavía!
    • ¡Cómo eres, papi!
    • Espedo no habedos despedtado.
    • ¿Haberos?
    • Sí, a Letizia y a ti.
    • … ¡Qué guasa tienes, papá! ¡Siempre haciendo bromas!
    • ¡Tengo una chispa! ¡Ay! ¡Cuidado, no me mueddas!
    • ¿Qué?
    • Nada, nada. No es a ti. ¿Cómo va todo pod la Zadzuela?
    • Bueno… desde que Leti se ha desmelenado definitivamente, mucho más tranquilo. El otro día fuimos al cine y eso…
    • ¡Eso está bien! Debes seguid apadentando que la cosa va fina. Cuando se tuerza del todo, cojes una muleta y pides peddón con caída de ojos incluida. ¡Siempde tdagan!
    • ¡Qué buen consejo, papá! ¡Se lo diré a Leonor en cuanto la vea!
    • De ella quería habladte, hijo mío. He sabido que ahoda tiene una casa alquilada en Galicia.
    • Sí, ya sabes: es mayor de edad y tiene que hacer vida normal, como todo hijo de vecino.
    • ¡Amos, no me jodas, Felipe! ¿Cuántos hijos de vecinos conoces que puedan pedmitidse alquilad una casa en Galicia a los dieciocho años?
    • Leti y yo nos asesoramos antes de dar el visto bueno y…
    • … Y así dais cancha a cualquied hijo de vecino pada que la pueda llevad pod el mal camino, ¿no?
    • No, papá… Nosotros…
    • ¿Sabes de qué me he entedado, Felipe? ¡Que tu hija fuma!
    • ¿Felipe?
    • … No… No lo sabía…
    • ¡Pues habed si estás más atento a las señales, hijo mío! ¡Le han hecho fotos fumando!
    • ¡No puede ser! … Yo… Yo voy a llamar a su madre…
    • ¿A su madde? ¡Mida que llegas a sed calzonazos, Felipico! ¡Toma de una vez las diendas de tu vida!
    • ¿Y qué hago?
    • Lo que todo buen padde hadía con sus polluelos: llamadla al odden.
    • ¿Qué?
    • Llamadla al odden.
    • ¡Madde mía del Amod Hedmoso! ¡Qué paciencia he de malgastad contigo! ¡Ya se lo decía yo a tu madde! «Sofía, este hijo que me diste es más codto que alto. No sé yo si tiene madeda de Bodbón». En cuanto cuelgues, llamas a Leonod y le pones las pedas al cuadto, igual que hago yo con Fdoilán.
    • ¡Pero si Froilán no te hace ni puñetero caso!
    • ¡Pedo lo intento! El otdo día le dije «Fdoilancito, aquí hay un señod que dice que viene a padtidte las piednas si no pagas las deudas de juego. ¡Haz el favod de no dejad nada a debed, hombde! ¿Que has peddido diez mil eudos en una mala timba? No pasa nada. Me los pides a mí y yo te los pago. ¡Pero dejad a debed es algo misedable, pod Dios, Fdoilán! ¡Que edes la espedanza de este pobde anciano!». Con la juventud, hay que mostdadse implacable, Felipe.
    • Intentaré ser más firme, aunque ya te digo que no estamos pasando por el mejor momento. Leonor odia a su madre, su madre me odia a mí, yo odio a sus amantes y…
    • ¡Mientdas no me salpiquéis a mí de miedda, os podéis odiad bodbónicamente!
    • ¡Oh! ¡Qué gran consejo!
    • ¡Y hazme el favod de abdidte una cuenta en Tinded, que pod las últimas fotos tuyas que he visto, metes menos que Tintín, hijo mío! ¡Y eso no puede sed bueno pada un Bodbón!
    • Gra… gracias, papá.
    • De nada, hijo, de nada. Bueno. Voy a ved si tedmino el asuntillo que me ocupa y me voy a la piltda.
    • Que descanses, papi.
    • Gdacias, hijo mio. Chao. ¡Hay que ved qué despeddicio de juventud! ¡Fumad pedjudica sediamente la Monadquía! ¿Y a ti quién te ha dicho que pades? ¡Dale, que no tenemos todo el día!

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