Escena 1
- Buenos días, Avelino. ¿Qué tal está?
- ¡Don Pedro! ¡Qué sorpresa verle por aquí!
- He salido a hacer unos recados y, como me pillaba de paso me he dicho «Pedro, ¿por qué no le echas una visita a Avelino y le felicitas los días?
- ¡Pues ha hecho usted muy bien! Pero no se quede en la puerta, hombre. Pase y siéntese conmigo un rato. Aurora salió a la panadería y estará al llegar. Me ha pillado usted perdido en mis pensamientos.
- ¡Oh! No quisiera molestarle…
- No se preocupe. No ha interrumpido nada trascendente. Estaba aburrido. Esto de la convalecencia no está hecho para mí, la verdad. Aunque aprovecho para leer, escuchar música y disfrutar de los cuidados de Aurora, echo de menos sentir el frío de la calle. Las conversaciones casuales. Le parecerá una tontería, pero echo de menos empujar el carrito de la compra.
- Ya tendrá tiempo, Avelino.
- ¿Le apetece tomar algo? Acabo de hacer café.
- Pues no le digo yo que no, que hace un frío… ¡Total, no voy a dormir!
- ¿Lleva usted mal las horas de sueño?
- Parece que, con el frío, los ruidos están más controlados y puedo descansar mejor, pese a que el hijo de los vecinos de arriba se tira todas las tardes jugando al Fifa on line con los auriculares puestos y no vea usted los gritos que pega el chaval.
- ¡Vaya! ¿Qué edad tiene?
- Creo que once.
- Se le pasará.
- Eso espero.
- Puede usted dormir con tapones.
- Ya probé, Avelino… pero me oigo pensar y es peor, créame.
- Pues debe usted hacer algo…
- Leo mucho. Me relaja leer. Ahora estoy terminando El deseo oculto, de Fernando Ugeda.
- ¡Buen gusto! No le decepcionará en absoluto.
- No lo pensaba.
- Además, es un cielo de persona.
- Me encantaría escribir como él.
- Usted no escribe mal, don Pedro.
- Gracias, Avelino. Hago lo que puedo. Ahora estoy haciéndole un cuento a mi hijo, que es su cumpleaños.
- ¿Sí?
- Sí.
- ¡Felicidades! ¿Cuántos cumple?
- 15.
- ¡Oh! Debe ser un mocetón ya…
- Es casi como yo de alto.
- Pues seguro que le hace muchísima ilusión que le regale un cuento escrito por usted mismo.
- No sé… ya sabe cómo son los jovenzuelos de hoy. ¡Seguro que preferiría un iPhone!
- No diga eso. Seguro que es un cuento precioso.
- ¿Quiere usted leerlo, Avelino?
- ¿Lo tiene aquí?
- Es que no tengo muy claro el final y me he echado la libreta, por si se me ocurría algo. Aquí tiene.
- Veamos.
Escena 2
Hoy está siendo un muy buen día para Álvaro. Es 19 de diciembre, su cumpleaños. Con la inminente llegada de las navidades, las aulas en el instituto se han transformado en pequeñas salas de juego e improvisadas tertulias. Todos le han felicitado y han sido simpáticos con él. Le han cantado el Cumpleaños feliz y, en matemáticas, la profesora le ha dejado elegir la música. ¡Música en matemáticas! ¡Hasta eso ha sido chulo!
A la salida de clase, el móvil echa humo de tantos mensajes. Todos, absolutamente todos, han recordado su día. Todo ha sido perfecto. Además, el tiempo acompaña y luce un sol de los que calientan.
De camino a casa, ha hablado del tatuaje que se va a hacer y de que era la última vez que iban a acarrear las pesadas mochilas llenas de libros ese año. También de algún chismorreo sobre tal o cual chica. Se ha despedido de sus amigos y ha tomado la calle que sube hasta casa.
Al llamar al timbre, su padre le ha hecho la broma de pedirle la contraseña. Cuando ha salido del ascensor ha podido oír la agitada respiración de su perra tras la puerta, que ha girado mágicamente sobre sus goznes y un coranáptico «¡Feliz cumpleaños!» ha inundado sus oídos.
Ha cerrado los ojos y ha sido consciente de que todo empieza con una explosión y, a su alrededor, las rocas giran sobre sus ejes invisibles y las estrellas se esparcen por la nada, arrastrando consigo polvo y hielo. Ante él se ejecuta una extraña danza de caótica sintonía. Cada átomo, con una definición exacta, sabe cuál es su función en esta primera vez, porque, si algo han aprendido los átomos desde su nacimiento, es que todos los segundos se viven por primera vez.
Así, el engranaje universal se compone y se centra en una roca que se mueve en torno a un haz de luz en mitad de una galaxia de color lechoso. Así, en la roca, se dan las condiciones químicas y físicas para que se formen océanos y cubran su superficie gota a gota. Y los océanos (vaya usted a saber por qué) se llenan de microorganismos y de vida que luego mutan en algún tipo de larva que evoluciona en un pez que, probablemente huyendo de ser comido, sueñe con colonizar el espacio de roca que acaba de descubrir en la superficie. Un terreno hostil. Sin agua.
Ahora, Álvaro recuerda que no le gusta el pescado y se centra en esa masa de tierra seca. También pasan cosas ahí. Hay vegetación e, incluso, lagartijas. Sí, estos animales se creerán los dueños de todo y crecerán hasta convertirse en lagartos gigantes, llenos de orgullo racial, aunque la orquesta no esté por aguantar a músicos que se salen de la partitura y, con un redoble, los sepulte bajo la nieve.
Aprendida esta lección, los animales restantes van con más ojo, hasta que a uno de ellos se le ocurre ponerse a dos patas. Al principio lo oculta, no sea que esté incumpliendo alguna norma, pero después, se alza de nuevo para poder llegar a las sabrosas frutas que no alcanzaba a cuatro patas y le pilla el gusto al asunto. Así, su ego se pone de pie con él y empieza a sentirse superior. Comienza aquí una historia de descubrimientos, invenciones, mutaciones y apropiaciones que desembocan en una historia de supervivencia, luchas y mezcolanza de miles de generaciones de individuos hasta llegar al momento en el que junto a sus padres, vio la luz por primera vez el 19 de diciembre, a las 2 de la tarde, hace ahora justamente 15 años.
No sé si el mundo se formó un diecinueve de diciembre, pero sé que ese día, Álvaro transformó el mundo.
No sé cuántos millones de diecinueve de diciembre ha habido a lo largo de la historia, solo sé que, los que estén por venir, querré celebrar contigo que seguimos estando juntos.