Escena 1
El síndrome de la página en blanco o bloqueo del escritor es la incapacidad que padecen algunos (todos) los escritores para producir nuevas ideas. Es una cosa que puede durar minutos, horas o meses y que se retroalimenta. Es un rollazo, la verdad. Se puede tener una manera de expresar atractiva y pulida pero, sin una idea que le dé cuerpo, la cosa no camina.
Esto no le pasa, por ejemplo, a un ingeniero agrónomo o industrial: ellos hacen cuentas, no cuentos. Si le preguntas a uno si tiene una idea para escribir algo, o bien se quedará en blanco o un chimpancé comenzará a tocar los platillos dentro de su cabeza y el dicho ingeniero procederá a elaborar un algoritmo que determine cuántos platillazos da el primate por minuto y qué aplicación puede tener su sonido en la floración del almendro. No los culpo. Los ingenieros agrónomos y los industriales son así: necesarios.
El problema es que los escritores sí lo padecen y, no nos engañemos, no son demasiado necesarios. ¿Qué pasa si un poeta se queda bloqueado? Nada. ¿Se pierde alguna cosecha? No. ¿Deja de haber clases de calistenia en los parques? No. ¿Llora el niñito Jesús? Tampoco. Estamos, pues, ante un problema que realmente no es un problema.
Tristemente, son mucho más provechosos para la humanidad los entrenadores personales que los escritores, aunque, si lo pensamos bien, lo que más le apetece a un ciudadano medio después de una sesión de cardio es ducharse y echarse una serie de Netflix entre ojo y ojo.
Esto pone un poco en valor la labor escritora: esas series tienen guionistas. Para que nos entendamos, esos guionistas no pueden permitirse tener un síndrome de algo que no resulte rentable a HBO. No sé si esto hace que se resienta la calidad en la trama de las series y no, no estamos aquí para juzgar eso. Digamos que los guionistas de Movistarplus son medianamente necesarios.
Pero, ¿qué pasa cuando algún escritor que quiere contribuir al mundo con su literatura está seco de ideas? ¿Echa mano de un coach? ¿Se puede pedir un coach en Amazon? Es conveniente decir que, seguir los pasos de alguien puede llevar a un desatasco mental transitorio, pero se puede caer en el error del mecanicismo, por llamarlo de alguna manera: que todo parezca igual.
No sabe usted, estimado lector, la cantidad de cursos, charlas, manuales y (esto es lo que más me gusta) webinars que puede usted mismo encontrar con dos clic. Quizá, como consecuencia de ello, podríamos sustituir aquella típica frase de «¿estudias o trabajas?» por la de «¿estudias o autoayudas?».
No me haga mucho caso. Creo que, lo mejor de la raza humana es la imaginación y, este mecanicismo puede conllevar que todos los poemas que se recuerden de nuestro tiempo, hablen de lo mismo.
La creatividad se puede llegar a trabajar y desde el sofá: basta con poner creatividad en cualquier motor de búsqueda y aparecerán mil páginas con la milonga de «La creatividad se puede entrenar y sabemos cómo hacerlo» o «Con base en una actitud de mejora constante». ¿Cómo mejorar cuando la idea no sale? ¡Explíquemelo después de un anuncio con Antonio Lobato, por favor!
Como ve, amigo mío, el síndrome de la página en blanco no es una enfermedad seria. Eso se puede tratar con una dosis de montaña semanal, una dieta saludable, de 7 a 8 vasos de agua al día y un Tranquimazín para poder dormir 8 horazas. Fácil.
Así, de un plumazo, nos cargamos el romántico concepto de escritor de vida bohemia, al que tiran de los bares por carecer de crédito y trata a los editores como sanguijuelas que viven de su talento. No me imagino a Alejandro Sawa o a Rubén Darío en un webinar de esos, sentados en casa y bebiendo agua para canalizar su «chi» y ser más productivos, precisamente. Pero estamos en una nueva era y la tendencia es que todo sea controlable. Quizá sea lo mejor: tampoco me imagino a Ken Follet ciego de absenta. Sí, mejor que tenga hábitos de vida saludables, no sea que le dé por escribir libros más gordos, densos y profundos.
Según parece, Follet ha encontrado la manera de esquivar el Síndrome este: que estoy flojo de ideas, lo soluciono haciendo una completa descripción, de treinta páginas, de los cordones de los zapatos del protagonista y así, las musas lo pillan trabajando. No me parece un mal método. Tampoco descarta, el jodío. Me cae bien, Ken Follet. Por su apellido y porque toca el bajo. Es predecible y muy majo.
Así, si uno quiere escribir un libro, nada en él debe perturbar la paz interior del lector, no sea que alguien haga una reseña negativa en el Google y el cielo se precipite contra la tierra. Para evitar este apocalipsis, sospecho que hay editoriales que tienen encerrados a cientos de monos con máquinas de escribir, con folios y folios redactados con la misma frase repetida hasta la normalización y así asegurarse una calidad de producción controlada y a salvo del dichoso síndrome.
He estado tentado, a lo largo de este capítulo, en plantear soluciones a la sequía mental pero, ni descartando las ilegales, me creo con el poder de dar un consejo útil para nadie. No soy coach. De hecho, huyo de los coaches como de la peste: lo homogenizan todo y siempre ven el lado positivo de las cosas. Son lo contrario a Bukowski y, no nos engañemos, Bukowski mola mucho más que ellos.
Dicen que escribir a mano acaba con el bloqueo. Dicen que salir a la naturaleza, pensar en voz alta, ser disciplinado, cambiar de escenario o cambiar de actividad también desbloquea. Dicen que lo que más desbloquea es ponerse a escribir y, parece que, en mi caso ha funcionado: teniendo a Avelino todavía convaleciente del altercado del otro día, no sabía por dónde tirar.
¡Hale, hasta el jueves que viene!