Sociedad

25 años de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Villena

El 7 de junio de 1981 el Ayuntamiento hacía entrega a los miembros de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Villena de la llave del albergue recién construido que acogería, gracias al trabajo desinteresado de los voluntarios, a los animales abandonados a su suerte que hasta entonces deambulaban por las calles y cuya vida, como explica el artículo, concluía trágicamente. Qué mejor momento que la festividad de San Antón para hacer un poco de historia y reconocer el trabajo de tantos y tantas jóvenes de Villena en defensa de los animales y sus derechos.
En el verano de 1980, José María Tormos, Delegado de la ONCE en Villena, se puso al habla conmigo para manifestarme que, casualmente, se había enterado de que el ayuntamiento tenía contratados los servicios de dos individuos para cazar a los perros vagabundos y sacrificarlos después. Esto, en principio, no escandaliza a nadie, puesto que desde tiempo inmemorial se ha seguido en España la práctica de eliminar a estos pobres animales para que no estorben ni causen problemas a los transeúntes. Pero lo espantoso era el método seguido por esos “cazadores” para matarlos: conforme los cogían, los llevaban en un carro de mano, es decir, una jaula con ruedas, a una vieja calera abandonada al lado del cementerio, donde los metían.

Esta calera, parecida a un circo o una plaza de toros en pequeño, tenía un cobertizo con una estrecha puerta en la que los animales se resguardaban del sol. Cuando aquellos hombres consideraban que tenían bastante cantidad de perros allí encerrados, uno de ellos abría a medias la puertecilla y según iban saliendo al “ruedo” los iban matando a garrotazos uno tras otro. José María pudo oír hablar a uno de esos matarifes, entre el regocijo que ello le causaba, de cómo se manchaba la ropa de sangre y lo tercos que eran algunos canes para morirse.

Yo pertenecía entonces a la Sociedad Protectora de Animales de Alicante. Al tener conocimiento de esta barbarie, se me ocurrió la posibilidad de crear en Villena una delegación para tratar de poner orden en esa salvajada, que se estaba cometiendo sin que nadie hubiera hecho algo para evitarlo.

Por eso, comencé a hablar con las personas que yo sabía que eran amigas de los animales, para intentar unirnos y conseguir algún sistema de protección para los que no tienen voz ni ayuda de nadie para sobrevivir. Las primeras reuniones las hicimos en mi casa. Salvador Murcia Pastor, que entonces era un adolescente, fue uno de los más decididos para actuar en lo que hiciera falta. Poco a poco, fueron integrándose con nosotros otras personas sensibles al problema de los animales y dimos por formada la Delegación en Villena de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Alicante. A nuestras reuniones acudió Úrsula Navarro, de la que no hace falta decir nada puesto que todos conocemos su entrega total al servicio de los perros y los gatos. No quiero nombrar a todos estos “pioneros” de la Sociedad, porque temo olvidar a alguno, pero nunca dejaré de agradecer a todos su colaboración en los cometidos que nos impusimos en aquellos momentos difíciles pero esperanzadores.

Nuestro primer objetivo fue conseguir un albergue digno para recoger a los animales vagabundos. Tuvimos la inmensa suerte de que en esas fechas fuese alcalde de Villena el tristemente desaparecido Ramón Navarro, que comprendió nuestros deseos y que, en unión del concejal Ortega, nos facilitó todas las gestiones para alcanzarlo. Nos prometió la construcción del refugio y, mientras tanto, nos autorizó a cuidar de los 30 ó 40 perros que había encerrados en la calera. Me enfrenté con los que hasta entonces se habían dedicado a su captura y muerte, que desde ese momento dejaban de realizar un macabro trabajo, habiéndose dado el caso en ocasiones de que, con tal de cobrar más, incluso cogían perros de dentro de sus casas aprovechando algún descuido de sus amos.

Así que estuvimos todo el mes de junio y parte de julio cuidando de la mejor manera posible a aquellos prisioneros, que no tenían más delito que el de haber nacido en España, donde desgraciadamente no se daba importancia alguna al maltrato de animales ni a su abandono. Éramos 5 ó 6 miembros de la incipiente sociedad los que cada tarde, bajo el sol de verano, en plena hora de la siesta, íbamos al recinto con cubos de comida guisada en nuestras casas y bidones de agua limpia para que saciaran su sed. En la puerta habíamos de esperar la llegada de un Policía Municipal para que abriera el candado, puesto que no se fiaban de nuestro altruismo y no nos dejaban la llave, por si acaso liberábamos a algún recluso.

Pasamos muchas calamidades, pero todo se compensaba cuando entrábamos en el recinto y los pobres perros nos rodeaban, se alzaban en dos patas, se metían entre las piernas, lloriqueaban, se empujaban tratando de llegar hasta nosotros para darnos un lametón, que es su expresión más sincera de cariño, movían la cola y luego comían y bebían con ansia, con la necesidad que habían pasado durante los días que estuvieron solos deambulando por las calles bajo el terror de las pedradas y el peligro de los coches. Y sobre todo, sin sus amos.

Por fin el albergue
Al fin llegó el día más esperado por todos nosotros: el 7 de julio de 1981 nos fue entregada la llave del albergue que el ayuntamiento había construido. Era bastante reducido y no tenía las condiciones necesarias para su buen funcionamiento, pero nos pareció un sueño haber llegado hasta ese punto. Se trataba de un cercado de 3 metros de altura, con tan sólo una parte para machos y otra para hembras. Inmediatamente comenzamos el traslado de los que ya llamábamos “nuestros perros”. El albergue estaba a 300 metros del funesto recinto anterior, y los recorrimos muchas veces llevando dos o tres perros en cada viaje. Algunos iban sueltos y, como si hubieran entendido nuestras conversaciones, corrían derechos al nuevo domicilio. Todos los “huéspedes” fueron bañados y clasificados por sexos, y, por primera vez en mucho tiempo, los perros durmieron limpios y tranquilos bajo los techados que les habían puesto como resguardo.

Desde el día siguiente comenzamos a mejorar las instalaciones con los escasos medios que teníamos. Hicimos trabajos de albañil, de fontanero, de carpintero, de pintor… todo lo que podíamos con tal de conseguir un lugar lo más adecuado para los fines deseados. Y todas las tardes acudíamos al albergue cuatro o cinco personas de la Junta Directiva para limpiar, poner la comida y el agua, e incluso para curar alguna pequeña herida. En estas tareas ayudaban también algunos chicos de la rama juvenil, poniendo todo su interés en hacerlo bien.

Por cuestiones de trabajo tuve que abandonar Villena para trasladarme a Alicante, por lo cual, tras algunas consultas habidas entre todos, mi cargo de presidente fue ocupado por Úrsula Navarro, que continuó y mejoró mi gestión, como a la vista está.

Hoy la Junta Directiva es otra, pero creo que el entusiasmo y la buena voluntad de superación no se agotan. Cuando se piensa en aquel tiempo en que los perros abandonados eran tratados como basura y se compara con el criterio que ahora existe en la mayor parte de los habitantes de la ciudad de Villena en relación con los animales, creo que han valido la pena los sacrificios que tuvimos que hacer y que estaríamos dispuestos a hacer de nuevo si hiciera falta.

Agradezco de corazón a aquellos que me ayudaron en mi iniciativa y también a los que han seguido trabajando, sin dudar nunca, para proporcionar alivio y tranquilidad a los queridos animales, que gracias a Dios tienen ahora sus derechos reconocidos por ley.

Se cumplen 25 de años de vida de nuestra Sociedad, aunque a mí me parece que fue ayer cuando comenzamos una andadura en la que hace tiempo la Sociedad dejó de ser una delegación de Alicante para ser por completo autónoma.

La Cabalgata de San Antón es la mejor muestra de que mi querida ciudad de Villena, como en tantas otras cosas, se ha situado a la cabeza de muchas localidades en la protección y cariño hacia los animales.

José Cisneros Moya
Fundador y ex-Presidente de la S. P. A. P.

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