Escena 1
- … Juanjo, el jueves tenemos cita con el ginecólogo.
- ¿Otra vez?
- ¿Cómo que otra vez? ¡Estamos en la sexta semana! ¡Vamos a escuchar su latido, Juanjo! Por cierto, no te olvides que el domingo comemos con mis padres. ¡Qué ganas tengo de ver sus caras cuando les demos la noticia! Creo que mi madre se huele algo, pero no me ha querido decir nada… ¿se me nota ya la tripita?
- …
- Dentro de poco tendremos que ir a comprar un abrigo premamá y algo de ropa ancha.
- ¡Pero si solo estás de seis semanas! Cuando quieras ponerte el abrigo, será mayo, cariño.
- ¡Lo dices para no acompañarme!
- ¿Es que tengo que acompañarte?
- ¡Hombre, claro! ¿Prefieres que me vaya a comprar ropa premamá con López?
- ¿Es una pregunta retórica? No me lo veo montando una baby shower…
- ¡Desde luego, Juan José, que tienes menos sensibilidad que un estropajo!
- ¡Anda, que no te pones guapa cuando te sube la tensión ni ná!
- … ¡mira que eres tonto!
- Ya… por eso me quieres…
- No sé por qué te quiero.
- Ni yo. Oye, una cosa… esto del embarazo… ¿cuánto dura?
- Cuarenta semanas.
- ¿Pero no eran nueve meses?
- ¡Te odio!
- Me quieres.
- ¡Eso quisieras tú!
- Entonces, ¿irás con López al ginecólogo?
- Te odio.
- Moi non plus.
Escena 2
Tener todo organizado es bastante difícil cuando se comparte piso con Juan José Alcañiz. No es que sea dramático (aunque puede llegar a ser exasperante para una amante del orden como Clara) encontrar, por ejemplo, unas gafas de sol fuera del cajón que debe contenerlas. Y esto no quiere decir que nuestro teniente de alcalde sea un desastre, ojo: sólo es… despreocupado.
A ambos les gusta que las estanterías, repletas de libros ordenados según género, autor, año y color del lomo que, tan lucidamente remata esa figurilla de alabastro que representa a la Victoria de Samotracia, contrasten con las de vinilos revenidos de tanto uso.
Alcañiz abre, por tercera vez, el segundo cajón de la parte izquierda del armario y lo vuelve a cerrar negando con la cabeza.
- Clara, ¿has visto mi camiseta de los Pixies?
- ¿Te vas a poner una camiseta para escuchar por primera vez el latido del Pescaíto?
- No, mujer: es para ir a recoger el frac.
- ¿Por qué no te pones una camisa, amor?
- Porque, probablemente, el Pescaíto no se entere y, al ginecólogo le dé igual cómo vaya vestido.
- Pero a mí no me da igual, Juanjo…
- Y yo te quiero como eres, Clara, pero prefiero ir cómodo, por si acaso me da un apechusque.
- ¿Sabes? Creo que tengo las hormonas a mil. ¿Tú estás nervioso?
- No sé a qué me enfrento.
- ¿Has pensado que puede que no lo oigamos?
- No, pero me acabas de dar qué pensar…
- No estoy segura de poder hacerlo bien, Juanjo.
- ¿Hacerlo bien?
- Sí. Primero, parece que sea la única responsable de que el bebé nazca sano y fuerte: tú puedes comer jamón, yo no. Luego viene la lactancia. Yo no quiero darle pecho…
- Y yo te apoyo, ya lo sabes…
- ¿Sabes? Para mucha gente, le voy a quitar a mi propio hijo el regalo de alimentarse de mí.
- Pues, lo que diga la gente te ha de resbalar.
- No siempre es fácil. Sé que me va a tocar callar en alguna tertulia de primerizas.
- Todos juzgamos.
- Y, ¿crees que vamos a saber criar y educar, como es debido, a nuestro bebé?
- Haremos todo con el mayor cariño. No hay (o no debería haber) un manual de los “padres perfectos”.
- ¿Y si nos equivocamos?
- Cálmate, cielo. Nos vamos a equivocar seguro pero, decidamos lo que decidamos, estará bien. No te agobies. ¿Qué corbata me pongo?
- La camiseta está en el segundo cajón, cariño.
- ¡Impósibol! ¡He mirado tres veces ahí!
- Mira bien.
Escena 3
- ¡Buenos días, Avelino!
- Buenos días, señor Alcañiz. A pesar del frío, se le ve contento.
- Sí. Ayer tuvimos cita con el ginecólogo.
- Y fue bien, según parece…
- Escuchamos su corazón. Fue…
- Ahora entiendo su cara de felicidad.
- Eso y el frío que hace, Avelino, que se te queda la sonrisa congelada.
- El invierno asoma. Celebro que todo vaya bien, señor Alcañiz.
- Muchas gracias. Me conformo con que venga bien, la verdad.
- Siempre vienen bien, créame.
Escena 4
Desde la perspectiva de uno de los pedazos de pimiento que coronan la ensaladilla rusa del Bar Tulo (lugar de buen yantar y mejor conversación), todo es amenazante. Un puntiagudo tenedor atenta contra su integridad física y, aunque su lecho es cómodo, al estar adherido a una buena película de mayonesa, le es imposible esquivar el arma que le ataca desde las alturas y lo va a introducir, junto al atún y a los cuadraditos de patata cocida (la pobre), en la boca de nuestro teniente de alcalde. Es lo que tiene ser una tapa en un bar de tapas.
- Me sabe hasta mal estar tan feliz con la que tenemos encima. ¡No te lo puedes imaginar!
- ¿Un ritmazo, no?
- Ochenta y cuatro latidos por minuto, alcaldesito.
- ¡Guau! Para Reyes le compraré una batería. Así, de paso, te boicoteo las siestas.
- No creo que le contemos la milonga de los Reyes. No entiendo muy bien por qué les pretendemos enseñar valores como la sinceridad y, luego, les mentimos para “conservar la magia y la felicidad”.
- ¡Oh! ¡Clase teórica de Filosofía Parental!
- ¡No me seas zángano, alcalde! ¿Realmente necesitan crearse esas expectativas? ¿Crees que el rollo ese del libre albedrío es real? Nos dicen que seamos libres, pero nos imponen normas de conducta y nos clasifican según parámetros marcados por unos cuantos. Hay que portarse bien y así tendrás buenos regalos, ¿no? Y el premio es directamente proporcional al esfuerzo, ¿no? ¿Quiere decir esto que, si tu familia no puede permitirse un gran regalo, estás abocado a la marginalidad? ¿Eso no es crear expectativas?
- ¿Te estás leyendo Un mundo feliz a estas alturas?
- No, no. Solo me planteo dudas existenciales.
- ¡Ah! … pues no sé… Tulo, ¿me pones otra birra sin gluten?
- ¡Marchando!