Estación de Cercanías

¿A quién hablar?

Cuando la situación a describir es tan enmarañada que no alcanza la razón lógica a destejer su embrollo, o cuando la fuerza de la costumbre de la crónica política –una costumbre que hasta ahora nos mantenía en un continuo set con la pelotita de un lado al otro del campo– ha mutado en una lastimera partida de dardos que, con diferente diana pero con jugadores del mismo equipo, nos tiene perdidos ante la acuciante necesidad de encontrar un árbitro que pueda dar por finalizado el juego, retornando a los implicados a la cordura, o cuando la impotencia de sabernos espectadores de plomo sin posibilidad de movimiento nos ahoga en la desesperación, ¿cómo hablar?
Cómo hablar, o dónde, o con quién, cuando ves como nada parece importar, que nadie es capaz de conminar a los implicados, definitivamente, a dejar de agujerear el nombre y el honor de un pueblo que ve como día tras día el tablero va menguando en resistencia y creciendo en vergüenza común. Cómo hacerlo cuando los ciudadanos vemos como estos jugadores han entrado en una espiral de odio que les ha apartado de una realidad, cual adictos extremos, que los mantiene apartados de sus obligaciones, pues sabemos lo imposible de alargar los días malgastados en odiar, joder o zancadillear y volver a emplear el tiempo invertido en esos menesteres en la realización de provechosas labores ajustadas al trabajo por el que cobran y acordes con el sentido del honor y la lealtad que le deben al pueblo que les dio su confianza.

A quién decir que esta ciudad ya no soporta más orificios con puntas metálicas, pues ya está extenuada de aguantar esta partida y se hunde en el caos que propician unos acontecimientos que nadie, ni los más agoreros, hubiese pronosticado, y lo peor de todo, que nadie a corto plazo puede o quiere solventar. Dónde expresar que estamos paralizados por la indignación de sabernos desalojados de cualquier posibilidad de solución cercana y sencilla venida de la mano popular, o de los populares, que lejos de dedicar esfuerzos y horas remuneradas en devolver lo que se les ha dado sin ruborizarnos, sólo persiguen la victoria final a costa de su propio orgullo y dignidad, o consintiendo escenas deplorables y alejadas de cualquier conducta medianamente educada, adulta y coherente con quien se es y donde se está.

Lo que sí diré es que a mí, personalmente, quién tirara la primera piedra me da completamente lo mismo, pues el ridículo y grave incidente por todos conocido no es más que la consecuencia de lo insoportable de una convivencia rota, podrida y sin posibilidad de reparación que ha traspasado definitivamente la delgada línea que separa lo personal de lo laboral, transgrediendo con esta actitud las normas fundamentales que se han de cumplir en un grupo que pretende arrimar esfuerzos en una misma dirección, con el agravante de que, en este caso, las consecuencias de tan catastrófica relación las vamos a costear los y las villeneras que ajenos a estas luchas pero cercanos a la realidad vemos cómo nuestro pueblo adolece en estos momentos de casi todo, cultura bajo mínimos, ocio joven bajo cero, deporte arrinconado, presupuestos inexistentes, asociaciones ahogadas y en quiebra o calles que se hunden al compás de esta suma de individualidades, que pretendieron formar equipo y que a día de hoy y desde campos diferentes solo hacen que sembrar de dudas nuestro futuro y evidenciar con una lucidez total un presente que les reclama sin dilación abandonar la ambigüedad y acometer su vuelta al redil o su salida definitiva, por su dignidad y la de Villena.

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