Cartas al Director

Abdicación real

Se nos ha ido el rey Juan Carlos I y no quisiera quedarme sin escribir algunas palabras al respecto. Ante todo, deseo mostrarle mi agradecimiento más sincero por haber traicionado los planes del dictador Franco, ya que puso en él la máxima confianza para que, tras su muerte, España siguiera siendo un país en el que la gente no fuera ciudadana, sino súbdita. También extiendo las gracias al esfuerzo que realizó por conseguirse un régimen democrático. Este doble trabajo le permitió convertirse en el símbolo de la nueva España que consiguió entrar en la Unión Europea y situarnos en una muy buena posición en el mundo.
Pero nada hay perfecto en esta vida. Don Juan Carlos I pasó a ser el símbolo de una democracia que nació y se desarrolló bajo el multipartidismo político. El problema surgió cuando esos partidos fueron cada vez menos –hasta terminar siendo dos básicamente– y se dedicaron a gestionar el sistema democrático. Llegó un momento en el que fuera de ellos, poco quedaba por hacer y, dentro de los límites cada vez más estrechos de participación ciudadana, comenzó a vivir nuestra democracia.

Con el tiempo, sólo dos partidos políticos –PP y PSOE, con sus versiones en Cataluña (CIU) y Euskadi (PNV)– fueron utilizando la democracia y sirviéndose de ella. Es verdad que con permiso de una ciudadanía que fue convenientemente preparada para no ser participativa y alejada de la “ardua tarea” de gobernar, se convirtieron en “clase política”, es decir, en receptáculos de privilegios y redes clientelares donde, sin muchos remilgos, mucha gente comenzó a vivir espléndidamente, escalando puestos desde dentro del sistema y, además, manejando dinero público a su antojo. Nada se escapaba.

Sus tentáculos partidistas alcanzaron el ámbito judicial desacreditando la División de Poderes reflejada en la Constitución, pasando por el ámbito fiscal haciendo que no todo el mundo pagara impuestos, el ámbito financiero, permitiendo que la Banca adquiriera tanto o más poder como el que ya tenía durante el régimen franquista, colocando, casi con total impunidad, a gente de su “clientela” en puestos administrativos decisivos, y, finalmente, el ámbito económico, permitiendo siempre una buena cantidad de gente desempleada para legitimar reformas laborales que necesitaba la clase empresarial para ampliar beneficios monetarios.

Esta “clase política” buscó un sistema de sufragio que garantizaba su hegemonía gubernamental, se rodeó de prebendas propias –ser diputado o senador, además de un conseguir un buen sueldo, no es algo baladí– y se atrincheró tras ellas. Muchos de sus miembros, terminadas sus larguísimas carreras políticas, siguieron cobrando altos salarios en compañías importantes. ¡Círculo cerrado!

Durante años la ciudadanía española ha convivido con listas cerradas, escándalos financieros con implicación de miembros de la “clase política” y crisis económicas como la actual, quizás, la más larga y dramática de todas. Escribo todo esto porque usted, Don Juan Carlos I, ha sido el símbolo de esa España democrática elitista. Y ahora que se va, la agradecida “clase política” le permitirá seguir viviendo en un Palacio, tener una sustanciosa partida presupuestaria anual y el aforamiento necesario para seguir siendo un español más pero marcando distancias con el resto.

Por tal razón, le recuerdo que usted también es el símbolo de un país que cuenta con millones de españoles sin empleo; con millones de personas trabajando pero a quienes les cuesta mucho llegar a final de mes porque sus salarios llevan años bajando, por obra y gracia de sucesivas reformas laborales. Nos deja con miles de personas que no pueden pagar las cuotas de energía eléctrica y de gas y lo han pasado muy mal durante el invierno; nos deja con mucha gente en la calle por los desahucios bancarios; con suicidios motivados por éstos; nos deja con recortes en Sanidad, en una Justicia cada día más inaccesible y en Educación –son ya demasiado los jóvenes preparados que se ven forzosamente empujados al exilio–.

Nos deja, majestad, con la actividad diaria desbordada de Cáritas y otras ONGs y –esto es muy sangrante– nos abandona con muchos niños españoles médicamente diagnosticado como malnutridos, es decir, sin comer lo suficiente por lo que están condenados a ser futuros enfermos que no sé si llegarán a ser atendidos con la dignidad que se merecen. Es esta España la que nunca ha viajado con usted cuando acudía a algún país del mundo en calidad de Jefe del Estado.

Es verdad que sus gestiones abrieron muchas puertas al país pero, en realidad, las abría a los importantes empresarios que le acompañaban. El resto, esa última España que le acabado de describir, se quedaba aquí. Y ahora se va, nos dice adiós pero sigue dejándonos aquí con todos nuestros pesares cotidianos. No, majestad, usted no ha sido el rey de todos los españoles, sino el de una élite democrática. La pregunta viene de inmediato: ¿Lo será su hijo?

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