Estación de Cercanías

Aborto sí, pero…

Decía Felipe González al ser preguntado por la polvareda que sobre el aborto se ha levantado que “si bien nadie es partidario del aborto, el problema es que hay que regular situaciones en las cuales la mujer tiene derecho a decidir”. Yo con la segunda parte de su afirmación estoy totalmente de acuerdo, con la primera no tanto, pues peca de generalista y olvida a ginecólogos que han estado practicando interrupciones de embarazos al ras de lo legal, a psicólogos sin escrúpulos que han firmado hojas en blanco para ser rellenadas por sus colegas en esta praxis y a facultativos que abiertamente en contra de practicarlos en la sanidad pública, por objeción de conciencia, practican dicha objeción a jornada parcial, pues en sus clínicas particulares el dinero les provoca episodios amnésicos con respecto a su moral y sí son partidarios de él.
Y yo también lo soy por equidad, pero con matices y observaciones que echo de menos en muchas de las voces levantadas por esta cuestión. En primer lugar, acepto los tres primeros supuesto que la despenalización, que no la legalización del aborto, contemplan, a saber: violación, malformación fetal y riesgo físico y psicológico de la salud materna. Sobre la limitación de 12 semanas el primero, de 22 el segundo y sin fecha el tercero nada que objetar, porque una violación no es digna de conceder vida, porque bastantes taras tiene ya el mundo como para llegar a él en desventaja, y porque en el cambio de una vida por otra, para mí, prima la que ya está en marcha, la que puede volver a dar frutos.

Ahora bien, el cuarto y más controvertido supuesto es el gran vacío que la despenalización dejó al descubierto al precisar de valoraciones psicológicas que en la sanidad pública son lentas y en la privada inexistentes, dando cancha libre a prácticas que conllevan barbaries como triturar fetos de 7 meses. Detrás de esta realidad tan explícita, y por lo tanto tan susceptible de ser atacada por grupúsculos ultraconservadores, que alentados por un catolicismo cruel que grita ¡sí a la vida! pero dice ¡no! al preservativo que evitaría miles de muertes infantiles por sida, hambrunas indecentes y niños sin futuro ni presente, muertos en vida que por el mero hecho de haber sido alumbrados les conceden la paz con su Dios y sus creencias, y del mismo modo la ambigüedad del Partido Popular, que ahora se rasgas las vestiduras cuando nada ha hecho al respecto mientras pudo, ni tiene intención de hacerlo, y que, fieles a su estilo, aprovechan estos momentos preelectorales para explotar, cual filón, este triste asunto que forma parte de la realidad social, nos guste o no, están las mujeres y niñas (y sus parejas, importante matiz) que por causas miles se ven abocadas en algún momento de su existencia a tener que valorar este derecho reproductivo que nos pertenece.

No seré yo la que les cuestione, pues sé lo que es dar vida y puedo imaginar lo que supone quitarla. Pero lo que sí cuestionaré es la necesidad de ofrecer, sin velos ni tabús, abierta y estrictamente desde los colegios, la familia y la administración una seria y responsable educación sexual que garantice la libertad de su ejercicio pero a su vez trasmita la responsabilidad que conlleva practicarlo sin protección, pues el aborto no puede ofrecerse, parapetado de libertad, como la solución al descuido voluntario, la noche loca o la imprudencia, porque entonces estaremos errando, pues vida es toda, la de las mujeres y la de sus fetos, y ante esta difícil encrucijada considero que establecer una ley de plazos podrá concederle dignidad en ambas direcciones.

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