Vida de perros

Acabáramos

Miren, queridas personas, que una de las cosas que más me preocupa es que los hayamos visto venir. Y que aunque supuestamente resabiados: con las lecciones de historia bien aprendidas, y con las tramas de películas y novelas bien conocidas, todavía seamos capaces de morder el trozo de queso pinchado dentro del cepo. Aceptando nuestro inevitable Sino. Como escorpiones que a lomos de una rana cruzan un río. Lo sabíamos, lo sabemos y sin embargo somos incapaces de evitarlo, de hacer lo correcto. Quizás es la maldita esperanza, esa que nos vende la lotería que nunca nos toca. La esperanza de que todo cambie, de que los demás cambien, de que el mundo sea mejor y nuestra vida sea mejor, de que todo se arregle.
En cambio sabemos que no es así y que la confianza, la debilidad, el sueño, no sirve más que para vivir unos segundos de respiro antes de comprobar que de todo lo que podría ocurrir, ocurre aquello que ya sabíamos: el peor de los escenarios posibles. De modo que me alegra escuchar a los representantes de APADIS y del resto de asociaciones e instituciones socio-sanitarias, no solo respondiendo con incredulidad a las promesas que el gobierno valenciano (o nacional) hace respecto a la puesta al día del capital adeudado, sino respondiendo a las indecentes intenciones –próximamente indecentes reestructuraciones– que nuestros protectores, representantes, han ideado al margen de nuestros problemas y necesidades. Me alegra ver que frente al grito de ¡Hay que salvar España! ¡Hay que salvar la Comunitat!, hay quienes contestan: sí, pero ¿a costa de qué? Y somos cada vez más las personas que tomando en cuenta las palabras ministeriales, equiparando nuestro territorio con nuestro hogar, nos aferramos todavía más a la protección del más débil, consideramos que los excesos que no podemos permitirnos se encuentran en los despachos que pagamos. Allí desde donde no solo se nos pide sacrificio, sino que se nos obliga a renunciar a nuestros derechos más solidarios y fundamentales. Es más: se nos instiga y se nos provoca, escarbando ruinmente, para encauzar nuestros intereses hacia el bienestar opulento, lejos del bienestar social; para volcarnos hacia el bienestar de unos pocos, a costa de abandonar a inmigrantes, parados, desahuciados, ancianos, disminuidos… Una huida hacia delante que de cumplirse nos convertirá en el último eslabón de la cadena.

Escuché esta semana, como he venido haciendo, a los representantes de APADIS, como de tantos otros grupos sociales, y no puedo menos que darles todo mi apoyo. No por la lucha por sus sueldos, ni por la defensa de sus puestos de trabajo, sino por la reivindicación de su sentido social, algo que se pone de manifiesto cuando lejos de sus intereses personales nos advierten de que toda esta situación de retrasos en las aportaciones económicas que todos y todas realizamos a través de la Generalitat, ese dinero que todos y todas pusimos para que estos Centros funcionen, ese dinero que todos y todas pusimos y que ahora no llega, no está; nos advierten que tal retraso se descubre como un juego, una estrategia, encaminada a una minimización de la inversión en el sector social para así reducir la deuda sin necesidad de recortar las dietas, los extras, los sueldos de familiares y amigos, de nuestras consellerias y diputaciones.

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