Fuego de virutas

Aceite

"El vinagre un roñoso, el aceite un generoso". Esto dicen, o parecido, los libros de cocina a la hora del aliño de ensaladas. Con generosidad el aceite. Aunque digan que no es oro todo lo que reluce, el aceite, reluciendo, es oro. Oro con luz de miel y densidades. El aceite no es que parezca oro. El aceite es oro.

Pasar unos días por tierras de Jaén corrobora la valía de un producto que para nacer hace hermosos los campos y, una vez nacido, los cuerpos. Los cuerpos por dentro y por fuera. Que los atletas griegos desnudos se untaban en óleos para correr. Para los campos sirvan, por ejemplo, los pueblos alrededor de Segura de la Sierra. Se nos ocurre Orcera donde los olivos –"hermosura / de los troncos retorcidos" que dijo Miguel Hernández– invaden con sus verdes de plomo el piedemonte. Y hasta los montes. "Andaluces de Jaén, / aceituneros altivos, / decidme en el alma: ¿quién, / quién levantó los olivos?" –escribió también el poeta de Orihuela preguntando además por quién los amamantó y "de quién son" para ver, en las lomas, señas para la libertad: "Dentro de la claridad / del aceite y sus aromas, / indican tu libertad / la libertad de tus lomas".

Los versos resuenan con fuerza por estas tierras que son tierras de versos. Porque en Segura de la Sierra vino a nacer –otros dicen que en Paredes de Nava en la provincia de Palencia– Jorge Manrique. Por lo menos en Segura de la Sierra se conserva una casa que dicen de Jorge Manrique y periódicamente se honra su memoria y, con ella, por las célebres coplas, la memoria de su padre Rodrigo Manrique de Lara, Conde de Paredes de Nava, Comendador de la Orden de Santiago, segundón de Pedro Manrique y Leonor de Castilla, nieta de Enrique II. Rodrigo Manrique de Lara casó con Mencía de Figueroa, prima hermana del Marqués de Santillana, Íñigo López de Mendoza. Mencía murió cuando Jorge tenía cuatro años.

Segura de la Sierra, viéndolo mientras se llega, parece inaccesible. Siempre nos parecerá en lo alto porque está en lo alto. Pero llegamos. Si hace mucho tiempo llegaron los moros para situar un castillo que sería muy importante en los tiempos de frontera, también llegamos nosotros. Inaccesible aparentemente llegamos a él. Y quien quiera reposar y encontrar la paz, entre la amplia oferta hostelera que hay, puede echar mano de los Huertos de Segura, antiguos Huertos del cura, que son apartamentos (Huerto del Castillo, de la Sierra, de la Iglesia, del Valle, del Pueblo, del Yelmo) situados a los pies del castillo. Aunque aquí todo queda a los pies del castillo. Apartamentos regentados por Antón y Encarni. Residencia de paz.

En el lugar, además de Segura de la Sierra, Orcera y otros pueblos de la sierra que nos sorprenden a cada paso con su riqueza patrimonial, está la misma Sierra. La abundancia botánica y animalística es extraordinaria. Por ser tierras dedicadas a servir como provincia marítima –sus maderas lo fueron para barcos–, transformaron la vegetación hacia la hegemonía del pino. Pero aún quedan oasis de originalidad que sorprenderán al excursionista curioso de peculiaridades que disfrutará, entre otros espacios, del bosque de acebos en las Acebedas, mientras se asciende hacia la caseta forestal que nos permitirá una vista privilegiada de las sierras y valles que estando cerca de lo nuestro más árido salvo los oasis de huerta, nos parecerá –aun tan a la mano– mundo lejano, otro mundo. Porque aquí el monte, cuando no es trepado por los olivos montañeros, hermoseando las laderas para nutrir las almazaras, es monte abundante. De silencios hechos verso.

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