Al Reselico

Acho, con la venia

Una historia de Juzgados y de venganza

La historia que hoy les cuento no está basada en hechos reales, pero podría estarlo. Podría pasar perfectamente en cualquier Juzgado, un lugar donde a veces ocurren situaciones completamente increíbles y fantásticas, quizás fantásticas por ser increíbles. Asuntos ante los que no puedes evitar sonreír. Con sonrisas amargas, eso sí, incomodas y resignadas, de esas que de poder hablar dirían: “Qué le vamos a hacer. Esto es lo que hay, lo que tenemos y lo que seguramente nos merezcamos”.

Un Juzgado, ese lugar donde a veces ocurren situaciones completamente increíbles y fantásticas

Imaginen una joven abogada del turno de oficio hablando con su clienta, una señora algo mayor, vecina de nuestra ciudad, a quién llamaremos Doña Virtudes. La buena señora se comunica con un acento tan de aquí, tan rápido y cerrado, con tantas palabras autóctonas, propias de la tierra de Chapí, que parece que esté glosando al completo el diccionario villenero de Don José María Soler. Si lograran comprenderla, oirían que salen de declarar ante la Jueza porque Doña Virtudes está siendo investigada por un delito de coacciones contra el dueño del bar de debajo de su casa, también paisano de nuestra ciudad, al que llamaremos Don Pepito. Hasta aquí todo más o menos normal, pensarán ustedes. Dos vecinos que tienen sus diferencias, como tantos otros. Pero situémonos mejor, porque la cosa tiene su punto.

Nuestra paisana, Doña Virtudes, ha puesto en poco más de un dos años más de cincuenta denuncias contra el bar situado justo a los pies de donde reside, regentado por Don Pepito. De forma compulsiva, llevada por un frenesí imparable, la Virtu ha denunciado a su vecino de abajo ante el Juzgado, el Ayuntamiento, la Policía Local, la Guardia Civil, la Policía Nacional de Elda, los inspectores de Medio Ambiente, de Sanidad, de Consumo, hasta ante Protección Civil. Hay denuncias puestas por el ruido que hacen las persianas del bar cuando se abren o cierran, porque hay gente tomando café a las cuatro de la tarde, porque huele a frito sin tener licencia de freidora, porque incumple los horarios de cierre y apertura, por contrataciones ilegales, por daños psiquiátricos provocados por las molestias, por el sonido alto del televisor, por falta de extintores, por tener demasiados extintores… le falta ponerle al bar una denuncia por existir.  

Doña Virtudes ha puesto más de cincuenta denuncias contra el bar de Don Pepito

Don Pepito ha sido absuelto de todas las denuncias. Es un empresario serio, un currante formal y sensato, que se esmera en tenerlo todo en orden. Tras muchas inspecciones y visitas, todas las autoridades que han pasado por allí (que no han sido pocas) han comprobado que el local cumple de forma escrupulosa, a rajatabla, con absolutamente toda la legislación y normativa vigente. Pero aún así, como pueden suponer, tantas denuncias carentes de cualquier lógica y sentido común llevan frito a Don Pepito, trayéndole de cabeza. Así que decide demandar a su vez a Doña Virtudes. Y como no existe en ningún código jurídico la opción de demandar a alguien “por pesao”, la demanda por coacciones, a ver si de ese modo consigue que deje de marearle con tanta acusación voladora.

¿Dónde está entonces aquí el truco?, se preguntarán. ¿Por qué la buena de Doña Virtudes denuncia de esa forma tan exagerada y continúa al bueno de Don Pepito? Oh queridos amigos y estimadas amigas, muy fácil. Por pura venganza. Por rencor del bueno. Porque Don Pepito escribió en su día a las Administraciones Públicas, hace ya varios años, diciendo que alguien había acristalado el balcón comunitario del edificio donde se ubicaba su bar, apropiándose de una zona de azotea común. Esa alguien resultó ser Doña Virtudes y ese escrito acabó con una resolución de Urbanismo que ordenaba a nuestra apreciada vecina demoler su acristalamiento, prohibía la ampliación de su terraza y la obligaba a pagar una multa económica bastante considerable.

Y lo más gracioso de todo este asunto no es el fondo, que también, sino las formas. La conversación en ese pasillo del Juzgado, entre la joven chica del turno de oficio, tranquila y prudente, con su manera políticamente correcta de hacer las cosas, y enfrente suya Doña Virtudes, enojada e histérica, representando a la Villena real, la de a pie, a la ciudadana cabreada porque la Jueza no solo no le da la razón, sino que encima la investiga a ella por coacciones. A ella. Que toda su vida ha pagado la contribución, compra en el mercado de los jueves y hace la romería todos los años hasta la Virgen.

To llega. Abonico, pero llega. Acho

Ha pasado el tiempo, dice la abogada, y los rencores tenemos que dejarlos cicatrizar Doña Virtudes. ¿Ómo van a cicatrizar lo rencores niña? Ámunos. Ándariamos güenos. Quiero decir que aquello ya pasó hace años, matiza la letrada, que el resentimiento no será el mismo. Pue pa mí sí, contesta la Virtu. Pa mí que le tengo más tirria aún, tiricia. Quizá haya llegado el momento de perdonarse y de hacer las paces, insiste desesperada la joven picapleitos. ¿HAER QUÉ? ¿PERDONAR QUE? Amo a ver chiquilla, a ese hairia que partirle las gobanillas por el cacer que da con el jodio local. Achavo espolsá se merece. Pero tranquila que to llega. Abonico, pero llega. Y verás omo cierra el bar. Como me llamo Virtudes. Acho.


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