Vida de perros

Afectados

Hace unos días tuve la fortuna de escapar de esta Villena recalentada por intereses y asperezas, de oídos sordos y de aquello de que “el que no sabe es porque no quiere saber”. Junto a la mejor de las compañías posibles, nos adentramos en tierras murcianas con la idea fija de escapada y desaparición en compañía, de un mundo que hablaba y habla de incendios, guerras, responsabilidades políticas, memorias históricas y accidentes de tráfico. No saben cuánto nos costó deshacernos de los rumores residuales que martilleaban nuestros cerebros, salíamos de Villena, además, con los recientes hechos y palabras pronunciados en relación al futuro parking villenero.
Una vez transcurridas las horas entre piscinas relajantes y cañas a precio Salgado, la vida volvió a aparecer de nuevo: esa vida en la que uno siente transcurrir los minutos, en la que uno saborea y huele y respira. Nada allí estaba dispuesto para la indignación o el disgusto, ¿nada he dicho? ¡Miento! Quizás contagiado por el hombre que arrastra los pies, la misantropía –esa animadversión que se siente hacia la humanidad– apareció de forma sonora. Relajados y con poca propensión a situaciones incómodas fuimos avasallados en más de una ocasión por humanos que indolentes repetían turno en los artilugios que el espacio ofrecía, humanos que maliciosamente se saltaban las colas de espera, humanos que parecían no haberse molestado en leer las normas de funcionamiento y, las obvias, de cortesía. La solución a tal cambio de estado en nuestro ánimo no se hizo esperar: ante la impertinencia, la falta de respeto: seriedad, sobriedad, respeto y muy mala leche dedicados a tales interfectos.

La picaresca heredada, en un siglo donde la etiqueta es algo que todos conocemos y que hace todo más fácil, engendra odios –cuanto menos asperezas– sea en la piscina, en el buffet o en el supermercado. La picaresca, cuando hablamos de engaño, que lo es, resulta ofensiva en sí, más si se trata de engañar a multitudes. La picaresca aplicada a la situación vivida el pasado jueves –y antes y después, no lo olvido– unida a la ignorancia de las víctimas resulta altamente rentable para unos y terriblemente desfavorable para otros. Si habláramos de ignorancia –en relación a la ausencia de conocimientos, datos, de determinada cuestión– en el caso que nos ocupa a los villeneros tendríamos que amonestar a la Concejalía de Comunicación de nuestro Ayuntamiento; si habláramos de picardía en el mismo caso no tienen más que ver los vídeos de nuestra siempre imparcial Tv. Intercomarcal para averiguar de quiénes hablamos. (La inevitable pregunta: ¿por qué todas las personas consultadas en la encuesta a pie de calle por dicho medio tienen idénticas posturas?).

Asusta, ante todo, verse a uno mismo como un afectado por todo lo que rodea a la construcción del parking. Ver cómo se esgrime la opinión propia por quienes no te la han pedido, aunque sea de un modo hipotético: “Todos y todas / la mayoría de los villeneros quieren (o no quieren)…”. Asusta ver a esa señora sin argumentos gritando al objetivo de la cámara su indignación por no sabe bien qué. Asusta esa rebelión de las masas que como bien decía Ortega y Gasset no dialoga, sino que lincha. Asusta intuir que quienes increpan a las masas tampoco saben muy bien cómo manejarlas. Asusta leer, me remito a la columna de opinión del señor Rafael Román García, que “Quienes se ocultan… o no quieren que les vean… o que se sepa lo que están haciendo…”; para preguntarle por quiénes se ocultaban detrás de las columnas del Salón de Actos de la Casa de la Cultura increpando al público asistente, quiénes remitían en directo su personal versión de los hechos a quienes esperaban noticias en la Plaza de Santiago

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