Aquellos tiempos
Son tiempos del ayer que crean nostalgia. De los cuales aprendimos que la vida pasa
En los días de mi niñez era la luna la que no mandaba a dormir y en horas de descanso después de comer, había siesta.
En mañanas de sol las sábanas se blanqueaban meciéndose con el aire. Ventanas y puertas de par en par dejaban salir el olor de comidas caseras. Gente humilde y trabajadora con los bolsillos llenos de esperanza.
Solo había carros y bicicletas por las callejuelas estrechas y al caer la noche casi todas las aceras se llenaban de sillas ocupadas por familias enteras. Se daban a largas horas de charraícas mientras veían jugar a los niños. El ir y venir de vecinos entrando y saliendo de sus casas.
En los días de lluvia las mujeres se apresuraban a sacar cubos para llenarlos de agua bendita. Agua limpia que servía para muchas cosas.
Eran tiempos en que nuestro despertador era tu madre, los pájaros con su canto y algún gallo de granja. Se merendaba mortadela o Nocilla, de juegos de canicas y de domingos de misa.
Fueron días en que no sobraba nada, excepto el tiempo, que teníamos mucho, para estar con la familia, amigos o de largos paseos por el campo. De ver pasar los trenes sin prisas y saludar a ferroviarios como si fuéramos guardabarreras.
Había relojes de cuco que marcaban las horas con sonidos antiguos. De abuelos que vivían como reyes en las casas de los hijos. De vecinos eternos dispuestos a echarnos una mano, si fuera necesario.
El lechero repartía, casa por casa todos los días, leche que tenía que ser hervida. También el cobrador de los servicios funerarios nos recordaba que la vida es efímera.
En aquellos tiempos ya existían las mujeres de vida alegre y hombres maltratadores. Los que emigran por falta de trabajo o los que destacaban por su inteligencia.
Son tiempos del ayer que crean nostalgia. De los cuales aprendimos que la vida pasa. Que aquellos tiempos nos dieron otros y que ni unos ni otros, son los verdaderos.
Por: Fabiola Martínez Espinosa
