De recuerdos y lunas

Asesores

Lo escribió Antonio Gala en una "tronera" de este verano. Y más o menos venía a decir, ante la plaga de consejeros nombrados por los políticos de diverso pelaje ideológico, y en cualquier escalafón administrativo, ya local, ya provincial, ya autonómico, ya nacional, ya internacional, que con tantos asesores habrían de sobrar los asesorados. Más o menos así lo escribió, denunciándolo. Y me recordó al Roosevelt del discurso inaugural de cuatro de marzo de 1933 ante una población tocada y hundida por la crisis del veintinueve, un Roosevelt que decía entre otras cosas, con el objetivo de superar esa crisis y anunciando el New Deal, lo que sigue: "Podemos facilitarlo insistiendo para que el Gobierno Federal, el de los Estados y los gobiernos locales, se pongan a trabajar inmediatamente para reducir de una forma draconiana sus costes de funcionamiento." Inmediatamente.

Pero... Este verano –"Culo veo, culo quiero" que dice el dicho– percibiendo la proliferación de asesores, nos tentó la idea de solicitar al Director de esta casa –mi hermano– que nos asignara un asesor. O varios. Era entonces agosto, apretando la calor. Y era el sopor de una siesta sin aire, detenido el mar. Hecho aceite. Ni una brisa para movernos las velas de la inspiración. En dique seco para escribir. Perezosos hasta para la lectura. Así echamos de menos un asesor –o una asesora– que nos dictara o directamente nos escribiera los artículos de, por lo menos, un mes. O a falta de esto completo y servido, esperábamos un susurro. Y nada. Silencio de palabras. Silencio de voces. Ni siquiera pudimos descifrar en el constante e impertinente chicharreo de las chicharras un mensaje, por si en él se ocultaba la voz que pedíamos. Nuestro barco no se movía. Olor de algas pudriéndose, erizos ya putrefactos y moscas, varada la imaginación en una playa demasiado abandonada. Bueno, algo abandonada porque un día de un año vimos que nos echaban arena. Como para recuperarla. Pero esa arena olía muy mal porque era cieno del puerto. La denuncia vecinal se tradujo en rueda de prensa del político responsable que –asesorado o no– dijo que nos iban a hacer una playa tropical. No queríamos tanto, pero en la calor yo me vi entre palmeras, coimas y batidos refrescantes. Pero... Pero aquello no era arena tropical. Era pecina del puerto.

—¿Hay alguien ahí? —preguntábamos entre sudores—. ¿Alguien vive? ¿Alguien responde a la llamada de se necesita asesor para "De recuerdos y lunas"?... ¿Pero es que nadie nos trae un recado de Carlos Prats, director de estos papeles?... ¿Ni siquiera algún comentario de Carolina González, ni un chascarrillo de José Valdés o una butade de Andrés Leal, o una genialidad de Andrés Ferrándiz Domene, todavía embozado salvo para escribirme un SMS en Navidad diciéndome que tras leer mi artículo donde nombraba casi medio centenar de veces la palabra agua/aguas se iba a tomar una cerveza a mi salud? Así le sentara bien para que escriba para todos, o... ¿Pero vive alguien que nos sea voz orientadora?...

Silencio. Moscas. Olor de erizos. Algas. Ni una voz. Colonizados nuestros oídos por las chicharras tampoco podíamos dormir. Y nunca supimos leer en el vuelo de las aves. Mucho menos en el de las gaviotas carroñeras de los despojos de las barcas de pescadores al regreso de la faena y de las basuras de los basureros. ¿Pero no ha quedado nadie por colocar que nos sirva?... ¿Ni siquiera un roto para este descosido sin voz?... Definitivamente no somos nadie. Sin asesor o asesores, no somos nadie. Y habrá que seguir escribiendo, aun agotando recuerdos y lunas, de la nada.

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