Escena 1
A pesar del título, amigo lector, le pediría que no llenase su mente con la música de aquel popular y navideño anuncio de turrones que ahora mismo está reconociendo. Sí, esa tonadilla que lleva décadas instalada en nuestro hipotálamo y que nos remite a una estética de amplios y estrafalarios jerséis de lana gorda, de esos que te dejan la piel del cuello como si estuviera confeccionado con ortigas.
¿Tarde, no? ¡Vaya por Dios! Ahora no va a creer si le digo que no era mi intención invadir sus neuronas con tal aberración sensorial. Discúlpeme, amigo lector/a/e/x/@. Voy a intentar reparar el daño causado.
Estamos ante la puerta giratoria del Hospital General Universitario Virgen del Traje de Pana, situado en una vecina población, a unos 25 kilómetros de nuestra ciudad imaginaria.
Se trata de un edificio de finales del siglo XX de grandes dimensiones, con estética de mole de plomizo hormigón armado, que ha ido ampliando sus dependencias y sus especialidades, pero que no ha menguado en su número de usuarios: sus más de quinientas camas son apenas suficientes para albergar a los enfermos de tres comarcas del sureste peninsular. No es extraño, como usted imaginará, encontrarse con los boxes de urgencias colapsados, las salas de espera transformadas en improvisados alojamientos temporales y los pasillos salpicados de personas esperando su turno para someterse a la prueba pertinente. Este dato perturbador es fruto directo de las políticas que se han implantado en nuestro país desde hace demasiado tiempo, donde la privatización y la merma de servicios y caudales públicos nos han tatuado la idea de que el servicio sanitario universal no funciona. Pero no es así. Funciona. Sus profesionales cumplen su tarea con diligencia, cariño y solvencia.
Su interior, dadas las mejoras casi constantes, es bastante moderno y sorprendentemente acogedor. Su señalización hace fácil el acceso a las diferentes alas del complejo, a través de un entramado de pasadizos de pladur y suelo de granito.
En una de estas (ahora decoradísimas) alas, nos encontramos al doctor Jimeno Vargas, que dirige sus zuecos hacia la habitación número 314. ¿Entramos con él? Vale. Guarde silencio, por favor.
Escena 2
- ¡Buenos días, Avelino! ¿Cómo se encuentra?
- Buenos días, doctor. Deseando salir de aquí, si me lo permite. Creo que nunca he estado tanto tiempo ingresado en un hospital.
- Pues le traigo buenas noticias: he estado revisando sus informes, analíticas y radiografías. Su recuperación ha sido sorprendentemente rápida y creo que está usted listo para irse a casa.
- ¡Eso es…! ¡Gracias, doctor!
- Aun así, deberá usted llevar cuidado y visitar a su médico de cabecera y volver aquí en aproximadamente un mes, para que podamos realizar un seguimiento de su recuperación.
- Descuide, doctor.
- Deberá seguir tomando la medicación que le indicará la enfermera, cuando ésta venga aquí para que firme usted el alta. Felicidades, Avelino. Se ha salvado usted de una buena.
- Gracias, doctor. Me han salvado ustedes de una buena.
Escena 3
- ¿No ha venido tu madre?
- Está en casa, preparando tu vuelta.
- ¡Ay, Aurora! ¡Nunca se cansa de cuidarme! Bueno, ¿vamos?
- ¿Dónde vas? ¡Deja la mochila, papá! ¡Ya la llevo yo!
- Yo…
- Déjate cuidar por una vez, por favor. Anda, coge la muleta y vamos poco a poco.
- Je… Lo haré hijo.
- Bajamos, voy a por el coche y me esperas en el banco de la entrada. Paro y te ayudo a subir.
- ¿Y si viene alguien detrás?
- Se tendrá que esperar un par de minutos.
- Puedo caminar hasta el coche, Javier. No me parece bien hacer esperar a nadie.
- Papá, ¿te vas a dejar cuidar o no?
- Sí, perdona. Creo que voy a tener que acostumbrarme.
- ¿Vamos?
- Sí.
Escena 4
- ¡¡¡SORPRESA!!!
- ¡Oh!
- ¡Bienvenido a casa, cariño!
- Gracias, mi vida. Pero… ¡Qué sorpresa que hayan venido todos a recibirme! Señor alcalde, señorita Sira, don Juan José, señor López, todos… Estoy abrumado, de verdad.
- Es lo menos que mereces, papi.
- ¡Qué guapísima estás, Anna!
- ¡Es usted un héroe, Avelino!
- ¡Deberían haber más Avelinos en el mundo!
- Si les soy sincero, no sé muy bien lo que pasó. Todo fue muy rápido.
- No te preocupes de eso ahora, papá. Ahora solo debes pensar en recuperarte.
- Tienes razón. Ahora debo… destapar una botella de vino para celebrar que estamos todos juntos de nuevo.
- No se moleste, Avelino. Hemos de volver a nuestros quehaceres en el Ayuntamiento. Solo veníamos a recibirle como merece.
- Yo tengo que ir a revisar las obras del parque de María Auxiliadora y…
- ¡Oh! Prometo no demorarles…
- Papá, debes descansar.
- Avelino, gracias por todo.
- A usted, señor alcalde.
- Cuídese, por favor.
- Bueno, espero ser paciente.
- Nosotros también marchamos, papá. Hemos de recoger a los niños del cole.
- Gracias por traerme del hospital, hijo. Tráemelos esta tarde, así los veo y hablamos de Nochebuena.
- En Nochebuena cenamos con los padres de Virtu.
- Nosotros… tampoco vamos a estar, papá.
- ¿Tampoco, Anna?
- Nos ha salido un ofertón para visitar Nueva York y salimos el 23.
- Nueva York…
- Pero podemos hacer una video-llamada.
- Sí. Una video-llamada…
- ¡Buena idea! ¡Así estaremos juntos de alguna manera!
- … De alguna manera…
- ¡No te pongas triste, papá! ¡Habrá más Nochebuenas!
- Sí… las habrá.
- ¡Jo, papá! ¡Nueva York tampoco está tan lejos hoy en día! ¡Además, va a ser la última navidad que Alfonso y yo pasemos solos!
- ¿Cómo?
- Estoy embarazada, papá. Vas a ser abuelo.
- ¡Oh! ¡Anna! ¡Hija!
- ¡Papá, te quiero!
- ¡Y yo, hija mía! ¡Enhorabuena! ¡Gracias!
- ¡Gracias a ti, papá!
Escena 5
- Siento que esta Nochebuena la pasemos solos, Avelino.
- Aurora, soy feliz con lo que tengo. Lo tengo todo.
Le dejamos el siguiente enlace, amigo lector, para que haga disfrutar a sus allegados, en estos días que nos van a ocupar, de esta joya atemporal. No obstante, respetaremos que tome la decisión de no compartirlo aunque, una vez le dé al play, el daño ya estará hecho y será irreparable. También puede verlo con otra perspectiva y usarlo como contraataque cuando su cuñado le mande el «Last Christmas» de los Wham! ¡Para que luego digan que la Navidad es tiempo de paz y amor, oiga!