De recuerdos y lunas

Betty Harris

La Betty Harris que traemos aquí, no es la Betty Harris cantante de Soul y Rhythm & Blues nacida en Orlando en 1941. La Betty Harris que traemos es minera. Es la mujer trabajadora que unos cien años antes de que naciera la cantante de Florida nos cuenta sus penalidades en una comisión de investigación del Parlamento inglés creada para conocer las condiciones de trabajo. Entonces, hacia 1842, Betty Harris tenía treinta y siete años. Y como se verá por lo que cuenta, tuvo que sobrevivir a muchas miserias.

Betty Harris nos dice que cuando tenía doce años era tejedora. Y que desde que se casó, con veintitrés años, trabaja en la mina. Que no sabe leer ni escribir. Que se dedica a tirar de las vagonetas de carbón. Que trabaja doce horas. Seis por la mañana, seis por la tarde. Y que dispone, para comer, de casi una hora. Y que come un poco de pan y mantequilla. Sin nada para beber. Y que por su trabajo, algunas veces, gana siete chelines. Otras veces menos. Que tiene dos niños demasiado pequeños para que trabajen. Por ello, una prima suya se los cuida durante el día. La alusión a sus hijos le recuerda que cuando estaba embarazada también tiraba de las vagonetas y que las correas y las cadenas de las vagonetas son peores cuando estás embarazada. Porque en el trabajo que hace Betty tiene una correa alrededor de la cintura y una cadena en los pies. Y que hay sitios por los que hay que andar a gatas. Y cuestas muy empinadas. Y que ha arrastrado vagonetas hasta arrancarse la piel. La memoria del embarazo, le recuerda que una mujer, un día, al terminar el trabajo volvió a su casa. Se lavó. Se metió en la cama. Y parió. Y en menos de una semana volvió a trabajar. También, la Betty Harris minera en Little Bolton (Lancashire) dirá que en la mina donde trabaja hay seis mujeres y seis niños y niñas. Que es un trabajo muy duro para una mujer. Porque el lugar es un lugar húmedo y el agua les llega hasta los muslos. Que cae agua del techo. Que sus vestidos están empapados durante toda la jornada.

También cuenta que cuando vuelve a su casa está muy cansada. Muy cansada. Tan cansada que muchas veces se queda dormida incluso antes de lavarse. Y que se nota cada día más cansada. Que cada día resiste menos el trabajo. Y además, además de todo lo que nos ha contado, nos cuenta que el capataz –algún texto dice que el marido, malditas traducciones– le ha pegado más de una vez. La versión que habla del marido dice que le ha pegado por no estar dispuesta para él. Los textos que dicen el capataz, dicen solamente que le pega por no estar dispuesta –suponemos que para el trabajo. Esto es, más o menos, lo que nos cuenta en su declaración Betty Harris. Hasta aquí su testimonio de penalidades.

En 1843, Gran Bretaña prohibirá el trabajo de las mujeres en las minas. Algunos lo verán como discriminación. Pero las leyes no se cumplen. Y los censos no nos informan de mujeres que trabajan donde no pueden trabajar. Historias como la de Betty Harris seguirán repitiéndose en clandestinidad. Así que peor. Estos testimonios nos sitúan en el abismo de la Historia. Porque uno se asoma a los rasgos globales de la Revolución Industrial y aprecia con curiosidad sus avances técnicos, pero si no se percata del precio humano, puede no ver las rozaduras de las cadenas en la piel de las gentes.

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