Escena 1
- ¿Por favor, me pone lo de siempre?
- ¡Media de aceite y corriente con leche!
- ¡Hombre, Juan! ¡Cuánto bueno por aquí!
- ¡Avelino! Últimamente he pensado bastante en ti y en nuestras correrías de niños. ¿Recuerdas la sala de proyección?
- ¡Cómo olvidarla!
- El olor del celuloide todavía se siente en mis fosas nasales. La penumbra eterna y el sonido del motor moviendo las cintas. La aflautada voz del don Ernesto avisando a tu padre de que había unos gamberros fumando en el gallinero. El sereno y curtido rostro que se levantaba de su silla y enfrentaba el problema como Clint Eastwood en las latas de Sergio Leone. Nadie se atrevía a rechistarle al señor Santiago.
- A pesar de que era un hombre de buen carácter, aunque serio, todos le respetaban, sí.
- ¡Cómo echo de menos aquellas tardes!
- Una vez se me ocurrió abrir la linterna del proyector encendido y sentí la enorme mano de tu padre sobre mi pecho. De pronto, los doce años de mi escaso metro y medio impactaron con la raída butaca que le habían subido para que descansara entre pase y pase. Cerró la portezuela con su serena maestría y, se volvió hacia mí informándome: “Juanillo, los seis mil vatios de esa linterna le podían haber deshecho las córneas como mantequilla en una sartén. Cuide su vista, muchacho, o se perderá muchos metros en la película de la vida”.
- Nunca lo vi nervioso. Ni cuando se cortaba la cinta en mitad de la proyección, a pesar de las quejas del público asistente.
- ¿Recuerdas aquel jueves que nos dijo: señores, mañana vamos a pasar cuatro veces “Aguirre, la cólera de Dios”, así que deberán venir a ayudarnos a recoger los cadáveres de detrás de la pantalla, antes del cierre.
- Nos quedamos dormidos y, cuando nos despertaron, ya los habían retirado entre Ernesto y él.
- Cuando cerraron ese cine, perdimos la inocencia.
- Cuando se acerque el fin, amigo mío, ya no quedarán imágenes en el recuerdo, tan solo palabras.
Escena 2
- ¡Pero don Leopoldo! ¿Cree de verdad que revestir de palabras imposibles y de explicaciones de chistes para iniciados va a dar empuje al casco antiguo?
- ¡Por supuestísimo, señor Alcañiz! ¿Acaso no es un barrio lleno de historia? ¿Qué mejor que una publicidad cargada de latinismos y referencias culturales para ilustrar el barrio con más arraigo de la ciudad?
- No sé, yo dudo que sea efectivo. ¿Qué piensas tú, Antoni?
- Em sembla que aquest no és un bon reclam per al públic. Hem de fer-nos entendre i deixar-nos d'embolics lingüístics.
- ¡Esto es pura vanguardia! ¡Dentro de unos años, esta campaña servirá de ejemplo para todas y cada una de las ciudades que quieran promocionar sus virtudes!
- Yo creo que no es para nada como usted lo ve, don Leopoldo. Es una visión tan complicada que resulta irrelevante.
- ¡Exacto! ¡Irrelevante como un televisor en la noche de bodas!
- Don Leopoldo, es usted delirante.
- Au contraire, mon ami! ¡Es pura xenoglosia!
- Creo que confunde usted xenoglosia con glosolalia. Esto no es más que un barrunto de ideas que no llevan a ningún sitio. Quizá pueda llamar la atención de los que dicen ser entendidos, como aquellos que presumen de haber leído a Joyce y no saben ni en qué zarzales se mete. Esta campaña es, al mundo de la publicidad, lo que las zapatillas de Emilio Aragón al Prêt-à-porter.
- ¿Se atreve a insinuar que mi trabajo es placebo? ¿Se atreve usted, señor Alcañiz, a mirar por encima del hombro artístico de mi obra? Esto, señor teniente de alcalde, es una sublimación matemática-estética-astronómica-física-mecánica-geomética-cuántica-química de las bonanzas del casco antiguo de esta ciudad.
- Será todo lo que usted quiera, señor Leopoldo Flor, pero a mí me resulta muy poco resultón.
- ¡Mon dieu! ¡Observo que sus gustos son tremendamente plebeyos! ¡En mi obra conviven las cosas que no hace falta explicar!
- Déu cagat! Més aviat les que no tenen ni cap ni peus, home! Sembla vostè un cineasta centre-europeu molt enfadat amb la poca atenció que es presta a l'efímera magnitud de les coses trivials.
- Por favor, no nos haga perder más el tiempo.
- Ustedes me tratan como si yo fuese Nadie. Pero sepan que volveré como mendigo, como Ulises y, entonces, seré todos: ¡estaré muerto! ¡Tengan ustedes un buen día!
- Fotre! Fotre! Què cop de porta! Aquest home és tot un anti-heroi!
- ¡Anda, que a ti también te vale con lo de hablar en valenciano, Antoni! ¡Con la mala aceptación que tiene eso entre nuestros lectores!
- ¿Y qué quieres, Juanjo? ¡No tengo ni idea de hablar en latín!
Escena 3
“Sé que tus obligaciones de alcalde te roban demasiado tiempo y que los problemas que han surgido con esto de la pandemia han resultado agotadoramente absorbentes, pero me he sentido olvidada y desplazada. He tejido y destejido tu sudario cada noche. La ilusión que pusimos, en un primer momento, se ha convertido en paciencia. No es que dude de lo nuestro, alcalde: dudo de tu interés. Dudo del deambular del océano de quehaceres que antepones a lo nuestro. No te echo en cara el hecho de que me relegues a un eterno segundo plano, sólo te pido que recuerdes que, cuando uno empieza algo con alguien, debe hacer lo posible por que la otra persona sienta que no está sola. Llevamos 6 meses de relación y, si he de ser sincera, me saben a poco: apenas hemos tenido oportunidades para demostrarnos nada. Sólo te pido un día, un día en el que estén todos los días del tiempo, como aquel día en que dije sí quiero. Sí”.
Dejemos pues a Elisa con sus pensamientos y sumerjámonos en una odisea (sónica, esta vez). Feliz Bloomsday, amigo lector.