Estación de Cercanías

Callejón hecho Avenida

Posiblemente en esta ocasión me esté dejando llevar por el orgullo, posiblemente. Pero estando en disponibilidad de hacerlo no quiero dejar pasar la oportunidad de elogiar a quienes lo merecen. El flamenco y rotundo nombre de Callejón de las Moradas fue el elegido por Raúl Micó para bautizar al espectáculo que él y ocho artistas más nos ofrecieron el pasado sábado en el Teatro Chapí.
Denominación con doble interpretación que en realidad pertenece a una preciosa calleja sevillano del barrio de La Santa Cruz, pero que también nos evoca un escueto pasaje salpicado de pequeñas ventanas que siendo los ojos de sus casas hacia la tenue luz son a su vez muro transparente que nos brinda la ocasión de asomarnos dentro de ellas para poder contemplar emociones, sentimientos, sensaciones y experiencias que a todos aquellos que vivimos las expresiones artísticas como mero objeto de disfrute y evasión, nos resultarían imposibles de entender.

No voy a ser yo la que desde aquí realice una crítica profesional sobre lo que el pasado sábado pudimos ver en el Teatro Chapí, y no lo haré por dos importantes razones: en primer lugar por mi escaso conocimiento crítico y mi respeto total para con este arte, y en segundo lugar por la dudosa objetividad con la que lo trataría y que a buen seguro haría hablar a mis sentimientos en mi lugar. Lo que no voy obviar es el rotundo éxito popular de este concierto flamenco; éxito que avala una taquilla de la cual colgaba el cartel de “No hay Billetes”, un aforo expectante que conforme transcurrían los minutos se entregó sin remilgos a estos nueve artistas que levantaron de sus asientos a un público pletórico que acudió para escuchar al cantaor, al hijo, al hermano, al vecino de siempre, al amigo, al alumno, al compañero de trabajo en la fábrica o al de Villena sin más, que estuvo grande, muy grande; pero no solo él brilló sobre las tablas: Cristina, Nader, Mariano, Manuel, Luis y Toni dieron perfecta replica a la voz con unos pies y unas manos cuajados de arte y buenas maneras, llenos de ilusiones, de ganas, de trabajo y dedicación, en definitiva de amor por lo que hacen. Y del mismo modo compartir con ustedes, por ser más profundo que el trabajo bien hecho, que no solamente el triunfo de estos jóvenes venidos de lugares tan dispares y alejados como San Francisco o Irán fue la representación, ni mucho menos.

Su verdadero triunfo ha quedado en aquellos que como yo, afortunadamente, hemos podido compartir con ellos casa y mesa durante una semana y que hemos aprendido, escuchando las vivencias de sus duros caminos, la comodidad de nuestras vidas. A través de sus historias he podido enfrentar a contraluz nuestros temores cotidianos y bulliciosos con sus soledades de artistas y su deambular por los mundos de las bambalinas y los tablaos y las eternas esperas en salas de embarque y la frustración que supone no comprender ni ser entendido con la palabra por los que habitan su nuevo país y notar la envidia sobre la carne, y sólo en este momento he percibido con nitidez la dura travesía en la que se embarcaron para conseguir su sueño. Su verdadera victoria ha sido la posibilidad de hacer piña que esta semana les ha supuesto, de saber alguno de ellos que no va a volver a caminar solo por Sevilla, de saberse ya parte de un algo, un algo que han conseguido ensanchar de punta a punta, para dejarnos contemplar en primera fila lo inmenso de la palabra amistad y el verdadero significado de este sentimiento cuando los tuyos quedan lejos. Tan, tan lejos.

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