De recuerdos y lunas

Carmela Sudas y la compaña

Lo comenta Andrés Trapiello en el "Álbum" que acompaña a la edición especial de "Miau" que Alianza Editorial hizo en el trigésimo aniversario de la empresa: En abril de 1882, Benito Pérez Galdós publicó "El amigo Manso". Una de sus grandes novelas. Para Unamuno, la más personal. Elogiada por Clarín, Pereda y José Ortega Munilla, director de "El Imparcial", padre del filósofo José Ortega y Gasset. Desde la publicación de "El amigo Manso" –es lo que nos interesa que dice Trapiello– Pérez Galdós gustó de buscar para sus personajes nombres que encerraran las características morales de los mismos. Así sucede con Máximo Manso, hombre pacífico. Así con Ángel Guerra en "Ángel Guerra", hombre calavera en quien pugnan lo tranquilo y lo violento. Así Tormento en "Tormento". Así Fortunata en "Fortunata y Jacinta". Así Benina en "Misericordia". Así Tristana en "Tristana". Así la desprendida viuda alemana Halma de "Halma". Así, incluso antes de 1882, en el canónigo Inocencio Penitenciario y en Perfecta de "Doña Perfecta", habitantes en Orbajosa, la ciudad de los ajos y del oscurantismo, de la intolerancia y de la beatería supersticiosa y dañina de la religión.

Carmela Sudas, que titula nuestra columna, no es personaje galdosiano. Visto lo anterior, podría serlo, porque su nombre delata su carácter, como desvelan personalidad los nombres de los compañeros de instituto de Carmela. A saber, el indagador Jesús Picaz, Alfredo Nista, Carmen Tirosa, la derrochona Mercedes Pilfarro, Inma Durez, Dámaso Quista, Lorena Morada, Eduardo de Amor, las gemelas Torio –Susana y Aitana–, el exclusivita Evaristo Cracia, los respectivamente delegado y subdelegado de la clase Melchor Lito y Lorenzo Quete, o Pascual Quiera –candidato a serlo–, Ignacio Nalista, Víctor Tura, Alfonso Berbio, Joserra Cista, la impulsiva Elvira Cunda, Paz Guata, el tranquilo Román Surrón, la cochina Ester Colero, Plácido Sulfúrico, Enrique Cimientos.

Esta es, genial, la tribu que Luis Calero Morcuende, profesor de filosofía en el IES Tháder de Orihuela, de quien ya trajimos a EPdV su "Catecismo pedagógico" y en Información su "Ficcionario", acuarteló en sus "Historiéticas", diez cortas historias publicadas (Aguaclara, 2001) en un manual de ética para uso didáctico.

Desde la humildad que Calero otorga a sus cosas, nos explica que estas "historiéticas" habrían de utilizarse "como preámbulo ligero para luego presentar y discutir algunas cuestiones de moral". Fíjense bien en lo que dice el profesor Calero, dice "presentar y discutir". El profesor no dice "aleccionar", no dice "adoctrinar". Cosa que se agradece en estos tiempos de debate en torno a la asignatura Educación para la Ciudadanía. Debate que podría ser en torno a cualquier asignatura porque... ¿Por qué no podríamos desde la Geografía transmitir valores que vulneren el derecho de los padres a la educación de sus hijos? O desde las Matemáticas. ¿Que en Matemáticas no? Planteemos, por ejemplo, el siguiente problema: "Un inmigrante ha robado veinte melones..." ¿Seguimos?... Donde "emigrante" pongan sus prejuicios. Pero el profesorado no es así. El profesorado es, afortunadamente sensato, más allá de los temarios. Por esto, lo que peor llevamos los profesores es que se nos vea como instrumento robótico de planes de estudio, en instrumento del Estado. El profesorado, sin renunciar a su quehacer trasmisor de la cultura, desea que el alumno camine con zurrones llenos de saberes y destrezas que le hagan crecer como persona por los caminos de la libertad. Los saberes y destrezas han de alimentar su espíritu crítico, han de despertar el ansia de más saber porque los zurrones se vacían en el andar y hay que ir rellenándolos toda la vida.

Discutir, discutir desde el conocimiento de las cosas. ¡Menudo reto con menuda tribu, Luis!

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