Bien estamos, estamos

Cegados, desdentados, mancos, cojos, quemados, heridos, golpeados y muertos

"Quien a hierro mata, a hierro muere", indicarán quienes vengativos viven en el sinvivir de la violencia

Si como decíamos ayer el magnicidio de Carrero Blanco nos desveló un mundo más complejo que el que creíamos, también nos confirmó que la violencia sólo provoca violencia. Lo demuestran hechos desencadenados por y encadenados con el atentado. Porque inmediato al crimen, en Madrid, una reacción policial a la desesperada se llevó por delante la vida de un joven de diecinueve años.

En la madrugada del veintiuno de diciembre, Pedro Barrios González, camarero en el Drugstore de Velázquez, regresa de trabajar. Hace frío y llueve una lluvia helada. Punticas de demonio decía mi madre a la lluvia helada. Pedro se resguarda en un edificio de la calle Alonso Heredia. En un instante escucha ruidos y ve a gente armada. Asustado huye. No sabemos si escucha, o no, el "alto" que le grita alguien. Seguro que sí que oyó los disparos que se justificarán con la ley de fugas.

Uno le acierta en la mandíbula. Herido, morirá el cinco de enero de 1974. Víspera de Reyes. Mientras estuvo en el hospital, le vigilan como sospechoso. Alguien lo ha identificado –dicen– con el etarra Iñaki Mujika Arregi, alias Ezquerra. Tras su muerte, silencio. Cinco años más tarde, en abril de 1979 el Estado reconocerá que Pedro Barrios González fue víctima de una fatal confusión. Su madre, viuda, con incapacidad permanente y tres hijos menores a su cargo, recibirá en compensación tres millones de pesetas. Cantidad que ni con la cantinela de "de las de entonces" compensa la pérdida de un hijo. Daños colaterales.

A saber, Pedro Barrios estuvo en el lugar inadecuado en el momento más inoportuno; cuando miembros de la Brigada Político-Social, policía secreta durante el franquismo, hacen pesquisas por el barrio madrileño de La Guindalera, deteniendo en el número trece de la calle Alonso Heredia a Simón Sánchez Montero, histórico dirigente comunista. Por entonces, la policía temía más a los comunistas que a ETA. Precisamente, el mismo día del atentado se había iniciado la vista oral del juicio contra diez dirigentes de la cúpula de Comisiones Obreras, el conocido como Proceso 1001.

Veintiuno de diciembre de 1978 –a cinco años y un día del atentado que provocó la muerte de Carrero Blanco, la del chófer José Luis Pérez Mogena y la del escolta Juan Antonio Bueno Fernández, más siete heridos– en Anglet, en el País Vasco francés, José Miguel Beñaran Ordeñana, veintinueve años, fallece por el estallido de una bomba colocada en los bajos de su coche.

El atentado –otras fuentes dicen que no– lo reivindican los terroristas del Batallón Vasco Español. José Miguel Beñaran o Beñarán, alias Argala (flaco en euskera), fue quien vestido con un mono azul accionó el disparador que explosionó la carga que catapultó treinta y cinco o cuarenta metros el Dodge del Presidente aquel veinte de diciembre del 73. "Quien a hierro mata, a hierro muere" (Mt. 26, 52), indicarán quienes vengativos viven en el sinvivir de la violencia. Espiral sangrienta, imperio de la ley del Talión (Ex. 21, 23-25): "vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe".

Entre medias, ETA después de lo de Carrero consolidó su línea terrorista, apuntalando la política de sangre por aquello desnortado de la acción-reacción-acción. Esto es, yo actúo violentamente para forzar una reacción violenta del Estado para que el pueblo reaccione uniéndose a la lucha revolucionaria. Trece de octubre de 1974. Otra vez Madrid. Calle Correo, cafetería Orlando. Unos setenta heridos y trece muertos. Vidas segadas. Suma y sigue para un triste recuento de… desdentados, mancos, cojos, quemados, heridos, golpeados y muertos.

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