Escena 1
Es jueves de nuevo. Avelino ha salido a tomar un poco de sol a su plaza favorita. Todo ha cambiado y ya no hay estanque. Quizá nunca lo hubo o, tal vez, la anatomía de aquel parque fue edulcorada en su memoria.
Ahora, el banco donde reposa es un palco rodeado de hormigón, goma, algún arbusto disperso y tres arbolitos con predisposición a dar escasa sombra. También hay una fuentecilla que lleva meses sin verter una sola gota de agua.
Incluso el banco en el que se ha sentado durante tantas mañanas de domingo ha sido vandalizado y no es inusual encontrarlo arrancado del suelo, entre los vómitos y los orines de una esperanzadora nueva generación de jóvenes humanos. Su parquecito se ha transformado en una colección de contenedores soterrados, un seto donde abunda el abono orgánico de las deposiciones perrunas de los canes del barrio y una pequeña casita de juegos, más aprovechada como tambor o letrina que como mobiliario lúdico. Mira su reloj, suspira y se siente cansado. Viejo.
A su espalda se hace perceptible el sonido de unas Chelsea y una alargada sombra se cuela entre la calle adyacente a la pequeña plaza.
Escena 2
- Buenos días, Avelino.
- Buenos sean, señor alcalde.
- ¿Cómo se encuentra?
- Aquejado de algún dolorcillo, pero bastante bien. ¿Y usted?
- Bien, Avelino. Cansado de forzar la sonrisa, pero bien. ¿Todavía no han llegado…?
- No. Deben estar al caer.
- …
- …
- ¿Sabe? Es la primera vez que no sé qué decirle…
- Tampoco tiene por qué decir nada, señor alcalde: tal vez sea mejor cerrar los ojos y dejar que el sol tiña de naranja el interior de los párpados.
- … Sí…
- Buenos días.
- Buenos días, señora Mimi. Don David…
- Disculpad nuestra tardanza pero…
- No se justifiquen, por favor. No han tardado tanto como para inquietarnos.
- Gracias.
- ¿Por qué nos ha llamado, Avelino?
- Verá, señor alcalde: en las últimas semanas he tenido demasiado tiempo para pensar. La convalecencia ha ido transcurriendo pesadamente y…
- ¿… ?
- Hace unas semanas comencé a interesarme por los trámites de la jubilación y… esta mañana me ha llegado la respuesta. Dados mis años de servicio, me sobrarían varios para asegurarme una buena pensión así que, aprovechando mi lenta recuperación, he decidido no reincorporarme.
- ¿Cómo?
- Me jubilo, señor alcalde.
- Pero… ¡Eso no puede ser! ¿Qué vamos a hacer sin usted, Avelino?
- Lo mismo que hasta ahora: cuidar de que todo sea como debe.
- ¿Tú sabías algo de esto?
- Algo me imaginaba, alcalde. Lo de ser un autor omniscente… ya sabes que no es lo mío.
- …
- Pues… con perdón, Avelino, esto me parece una putada.
- No lo crea, señor alcalde. Considérelo un buen final. Ya que todo acaba, que sea de una manera agradable. ¡Miren! Hagan sitio en el banco, por favor. Llega nuestro último invitado.
- ¡Buenas!
- Buenos días, don Carlos. ¿Qué tal?
- ¡Brrrrr! ¡Helado de frío, Avelino!
- ¡Buenos días, Monsieur!
- ¿No os apetecería más ir a tomar un cafetico al J.J.?
- El J.J. es un sitio de encuentro, no de despedidas.
- ¿Despedidas?
- Sí. Ha pasado mucho tiempo desde que Juan Diego y yo soñábamos con crear algo muy abstracto. Todo se canalizó en un lejano mes de julio de hace unos cuantos años, cuando Mimi me animó a hablar con Carlos sobre la publicación de El Ordenanza. Luego, Pepe nos hizo un logo simplemente impresionante… Ahora todo parece lejano… Este es el último capítulo.
- ¿Estáis seguros de que queréis dejarlo?
- Si me permites, Carlos, asumo toda la responsabilidad. En los últimos capítulos, el esfuerzo y el cansancio se han reflejado en cada letra. Es muy duro crear y mantener un universo cada semana… ¡Y eso que somos como un taller de escritura! Ha sido una experiencia que me ha marcado para siempre.
- Ha sido muy bonito vivirlo juntos.
- Y tampoco es que las cifras de lectores hayan acompañado mucho en este viaje.
- Las cifras no reflejan nada, David. ¡No seas derrotista!
- No lo soy, pero sacar adelante cada capítulo lleva demasiadas horas de preparación y, al final, pesa.
- ¿Así que ya sabías que esto iba a ocurrir?
- Era predecible desde el capítulo 80, más o menos. Hemos hecho casi doscientos capítulos más. No me arrepiento de una sola palabra de las que he escrito.
- Yo… estoy muy agradecido por haber llegado a conocerles. Creo que han sido unos años muy bonitos.
- ¡Y locos, Avelino!
- Ha habido más de una ida de olla, sí.
- Es una lástima que los personajes…
- Alcalde, sal del bucle. No pasa nada. Las cosas se acaban, ¿sabes?
- Ya, pero seguro que tú te pones a hacer cosas nuevas, mientras que nosotros…
- Nosotros, señor alcalde, tenemos un espacio infinito por delante, ni siquiera limitado ya por una combinación de ceros y unos. Hemos ganado la libertad de ser eternos.
- ¿Qué piensas, Carlos?
- Que, conociendo al Samoano, seguro que en poco tiempo me está dando la turra con otra movida. ¡Jajajaja!
- ¡Jajajajaja! ¡Dalo por hecho, Monsieur!
- Jajajajajajajajaja.
Escena última
Cinco años y pico; doscientas sesenta y nueve semanas (si contamos el capítulo piloto). Más de doscientas cincuenta mil palabras. Incontables personajes. Más de doscientas cincuenta cancionacas que han acompañado las entregas. Muchísimos capítulos especiales, bien sean de Halloween, Navidad o Semana Santa. Humor cercano y, a veces, chusquero. Mucha diversión. Escenarios bellísimos. Emociones. Momentos compartidos. Vocación. Cariño. Reencuentros. Romanticismo. Inspiración. Temas candentes, controvertidos, comprometidos y, en ocasiones, desagradables. Trabajo e ilusión. Apoyo incondicional. Algún tropiezo. Homenajes y dramas. Historias de amor como las que suceden tras los muros de cualquier casa. Parodias. Experimentación. Flipadas.
Todo esto y mucho más ha sido El Ordenanza, amigo lector. Lo es todavía, ahora que faltan pocos segundos para que acabe.
Gracias por haber leído. Es usted una «rara avis». GRACIAS.
FIN