Apaga y vámonos

Ciencia versus Religión

Escribo esta columna como respuesta a la carta publicada hace unos días por Isabel López Pérez, gran profesora y mejor persona, a la que aprovecho para saludar cortésmente desde estas líneas.
Estimada Isabel: Aunque indica que va a comentar mi columna “Especie protegida”, es obvio que no lo hace en su totalidad. De hecho, centra su escrito en dos cuestiones sobre las que yo paso por encima: la naturaleza del aborto y el caso del niño sevillano Andrés –que me sigue pareciendo maravilloso–, porque lo cierto es que la mayor parte de mi columna se centra en criticar la actuación al respecto de la jerarquía eclesiástica española.

No quise entrar a debatir sobre la esencia del problema porque, para mí, no es ése el debate que nos ocupa, aunque muchos han optado por obviar interesadamente la realidad, que no es otra que la siguiente: en España se puede abortar libremente desde 1985, ya que la Ley de Supuestos aprobada entonces es, como se ha demostrado en la práctica, un auténtico coladero. Por lo tanto, acusar a los actuales gobernantes de promover el aborto es cuanto menos demagógico, ya que incluso algunos estudios señalan que la propuesta Ley de Plazos puede reducir el número de abortos frente a la vigente ley, puesto que esta última no fija –en el supuesto del peligro para la salud psíquica de la embarazada– un límite máximo de semanas de gestación para proceder a la intervención, al contrario que la ley que se quiere aprobar ahora.

Así las cosas, querer buscar réditos políticos en este asunto es cuanto menos sospechoso, porque una amplia mayoría social ha respaldado la legislación vigente, como prueba el hecho de que tanto PSOE como PP han gobernado con mayoría absoluta en el intervalo 1985-2009, es decir, han podido cambiar la ley a su antojo, y ninguno de los dos partidos la ha modificado en lo sustancial.

Por otro lado, afirmar que la vida animal o vegetal se protege más que la humana me resulta sencillamente surrealista, ya que desde el momento en que un bebé llega a este mundo cuenta con la máxima protección legal contemplada por los diferentes Estados. Obviamente, aquí llega el quid de la cuestión: ¿Cuándo hablamos de un ser humano: desde el parto, desde la concepción, desde alguna fase concreta del desarrollo del embrión…?

En este sentido, reconozco que no tengo una respuesta, sino muchas dudas, dudas que algunos intentan despejar desde el ámbito religioso –católico, en este caso– sin aportar evidencia alguna. Servidor, no obstante, prefiere recurrir a la ciencia, y más concretamente a la neurobiología, que nos indica que no es hasta el tercer trimestre de gestación cuando se forman, morfológica y funcionalmente, las estructuras necesarias para que existan sensaciones conscientes, es decir, que hasta entonces no existe un sistema nervioso digno de tal nombre, sin el cual el feto no puede tener percepciones y por tanto es insensible al dolor, así como absolutamente incapaz de sufrir o gozar y de tener conciencia, porque todavía no ha adquirido las estructuras, las conexiones y las funciones nerviosas necesarias. Dadas estas circunstancias, muchos científicos señalan que dicho feto no puede ser considerado, biológicamente, un ser humano.

Me haría falta, estimada Isabel, mucho más espacio que éste para explicar todo lo que siento y pienso al respecto, pero estoy firmemente convencido de que, llegado el triste momento de tener que tomar una decisión tan difícil, toda mujer tiene derecho a hacerlo respaldada con la mayor de las garantías legales, médicas y sociales.

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