De recuerdos y lunas

Continuons le combat

Se acabará mayo, pero no la primavera. La primavera continuará. Como nuestro combate. Es necesario que, primavera y combate, continúen. Que siempre continúen. Porque algún día llegará el verano. Y recogeremos los frutos. "Ce n'est qu'un debut, continuons le combat!" "Sólo es el comienzo, continuemos el combate" —proclamaban los jóvenes en París. ¡Oh, París! Era 1968 y era el año del estallido de aquellas utopías que más allá de sus contradicciones buscaban un mundo más justo. Un mundo más equitativo en medio de la guerra fría y de la explosión de la independencia de los pueblos explotados que levantaban el estandarte de la no alineación para caer más pronto que tarde, pobres entre los pobres, pulgas a perro flaco, alineados en las garras del neocolonialismo.

En París, juventud del mundo capitalista "desagradecida" al consumismo que todo se lo daba o todo se lo ofrecía, manifestaba su insatisfacción buscando las soluciones debajo de los adoquines, como queriendo excavar en las tripas de la ciudad de la luz toda su arqueología revolucionaria (La Bastilla, las gloriosas jornadas de 1830, las barricadas de 1848, La Comuna...). En Praga, juventud del mundo comunista, "desagradecida" con el buenísimo de papá Estado, gritaba sus deseos de libertad colocando flores en los fusiles y deteniendo, también con flores, a los tanques. En Méjico Distrito Federal, juventud del mundo pobre, "insolente" desde su pobreza, clamaba por un mundo mejor derramando su sangre, sangre de los pobres, en la plaza de Tlatelolco.

Cuarenta años después hay quienes quisieran que estas experiencias sólo fueran historia. Historia sólo. Archivo. Pero no deben ser sólo historia y archivo, porque si embalsamamos París, Praga y Méjico del 68 estamos realmente muy muertos. Que concretamente mayo del 68 francés persiga como pesadilla a Sarkozy porque el presidente francés, muy obsesionado con el dichoso mayo lo ha incluido en su maleta de aversiones y manías y quiere ver en aquel mayo la caja de Pandora, quiera ser que aún tienen sentido los valores contestatarios de aquella protesta. Que cuarenta años después, en un "argumentario" del Partido Popular madrileño y español, sí, en un "argumentario" –esos catecismos infames que han matado y matan la reflexión en los partidos y modulan desde las cavernas burocráticas especialmente las voces de los jóvenes militantes haciéndolas esclavas–, sí, en un "argumentario" de esos que hacen del partido secta y no foro libre, se califique a las ideas que impulsaron la revuelta estudiantil inspirándose en la fobia de "Sarko" como ideas "funestas, hipócritas y fracasadas" (El País, 6.05.2008), descubre un enfermo temor a la vigencia de las mismas. Porque puede que hubiera en la espontaneidad del movimiento juvenil de finales de los sesenta bastantes contradicciones, o demasiado idealismo –"(...) los universitarios intentaron caminar sobre las nubes", ha escrito bellamente el profesor Antonio Elorza– pero la esencia del mayo francés, de la primavera de Praga y de la revuelta en Tlatelolco, nos debería seguir moviendo contra la resignación, nos debería motivar contra la aceptación cobarde de que ante los problemas de hoy sólo cabe un cruzarse de brazos, un laissez-faire, laissez passer comodón e indolente frente a una realidad que tenemos la obligación de cambiar. Y esto, aunque sólo fuera espoleados egoístamente por un instinto de supervivencia, aunque sólo fuera por evitar que en el presente y en el futuro nos molesten los pobres con sus moscas.

Sí, irremisiblemente se acabará mayo, pero no la primavera. Neruda lo dijo de otra forma mejor, con más fuerza y belleza, como siempre dicen los poetas las cosas: "Podrán cortar todas las flores, pero no detendrán la primavera."

El combate, entonces... Nuestro combate, continúa.

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