De recuerdos y lunas

Cosa rara

"Es usted muy amable, joven —pronunció de pronto con voz gangosa, áspera y dura—. Por los tiempos que corren, es cosa rara. Permítame que le felicite: le han dado a usted una buena educación." Este comentario aparece en "Un sueño", un cuento de Iván Turguéniev escrito entre diciembre de 1875 y mayo de 1876; y publicado en 1877 en el periódico Nóvoe Vremia (Tiempos Nuevos). Damos estos datos, apuntados en la traducción de I. Vicente para Siruela, para sosegarnos, al apreciar que en el último cuarto del XIX ya preocupaban por campantes los malos modos de la juventud. "Por los tiempos que corren, es cosa rara" —revela el personaje agradecido y sorprendido por la amabilidad de un joven.
En un boletín interno de corta vida que artesanalmente editábamos en la Asociación de Padres y Madres del colegio de mis hijas, colaboraba con una sección titulada "Cita con las citas", sección que algún día me gustaría recuperar. Ahí, periódicamente, firmando con el seudónimo El Recitador, traíamos una frase que comentábamos con brevedad. En una ocasión, titulando "Sócrates y la juventud", escribimos, relacionado con lo que aquí nos remuerde, lo que sigue: "El sabio Sócrates, acusado y condenado por sus contemporáneos de quebrantar las tradiciones, honrar a dioses inapropiados y corromper a la juventud, refunfuñaba precisamente contra los jóvenes de su tiempo: 'Los jóvenes de hoy aman el lujo, tienen manías y desprecian la autoridad. Responden a sus padres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros.'" Y después de la cita seguíamos: "Con más de dos mil cuatrocientos años de por medio, nos queda como consuelo el pensar si no será cierto aquello de que la juventud no es más que una enfermedad que sana con el paso del tiempo y atrás se queda. Porque el caos atisbado hace siglos, por fortuna, no ha hecho las mellas que desde el presente aventuramos para el futuro cuando observamos a nuestros jóvenes sólo con ojos de reproche."

Y así estamos. Preocupándonos por el comportamiento de los jóvenes. Siglo tras siglo. Milenio tras milenio. El que escribe ya lleva mili trabajando con la juventud. Y agradeciendo todos los días a Dios el que nos haya permitido desarrollar tan venturosa profesión. Pero nos duelen los desmanes de la juventud. La preocupación por ella no merma. Y nos preocupa, sobre todo, no lo que hacen contra nosotros, que ya estamos socarrados hasta el estoicismo de un mártir como San Lorenzo que pidió a sus verdugos que le dieran la vuelta en la parrilla, sino lo que hacen contra ellos, contra sí mismos, no aplicándose en el estudio, y contra sus compañeros, fastidiándolos con su indisciplina.

Pero aquí dos esperanzas: Primero, que lo que nos desvela –por lo leído de antes y de después– no es novedad. Segundo, que lo que nos atosiga, normalmente se cura. No faltan los días en los que aquel que fue un gamberro en clase te llega al Instituto o te para por la calle con el placer de que conozcas a su mujer o a sus hijos. O para ponerte al corriente de su brillante carrera profesional. Eso cuando no pasa que un día matricula a sus hijos en tu Instituto. Entonces –me lo han dicho compañeros mayores– te persignas a escondidas porque en su descendencia mocosa, no pocas veces, ves los antecedentes que te hicieron mucho pelear. Pero te concilia la educación que él ya tiene y el agradecimiento a los tiempos pasados que trae en su recuerdo como excusa. Sí, cuando se despide y te confía a sus hijos, sonríes y piensas: Bueno, ¡volver a empezar! —Esto dicen.

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