De recuerdos y lunas

Derrota o victoria

El año pasado por estas fechas, en torno al 25 de abril, con motivo del tercer centenario de la batalla de Almansa, el historiador y catedrático de la Universidad de Valencia, Jesús Millán García-Varela, tuvo la gentileza de adelantarme un artículo que había escrito al alimón con el historiador Manuel Culiáñez Celdrán, historiador oriolano que sin renunciar a sus inquietudes investigadoras vive hoy entregado al compromiso político como concejal de Los Verdes en el Ayuntamiento de Orihuela. El artículo, titulado "La derrota de Almansa, una fecha en la difícil historia de la ciudadanía", hacía un lúcido y divulgativo análisis de la trascendencia política de aquel acontecimiento.

Pero más allá de los hechos concretos que se analizaban en el escrito, desde el primer párrafo los autores instaban a la conciencia ciudadana actual, la invitaban, desde el conocimiento de los hechos conmemorados, a trascender los hechos conmemorados para rentarlos en el presente: "La efemérides sentimental o erudita puede ser, además, una referencia interesante para la a veces precaria conciencia cívica de nuestros días". Aquí, para mí, la inteligencia del escrito. Ese escaparse de los ruidos de la parafernalia conmemorativa del pasado para indagar con responsabilidad en lo útil para el presente. Que también lo es para el futuro.

Leído el artículo recuerdo que contesté al profesor Millán, en carta abierta para Culiáñez, agradeciéndole –agradeciéndoles– la cortesía de mandármelo antes de que fuera publicado. De paso, metidos en materia, aproveché para regalarle el "¡A los cañones! El asedio al castillo de Villena de 1707" del paisano Arnedo Lázaro porque sabía que le iba a interesar. En la carta, desde la confianza y algo de villenerismo, con cierta ironía yo le hablaba, contra el título del artículo, de la "victoria" de Almansa; recordándole que Villena era "Muy Noble, Muy Leal y Fidelísima" por gracia del rey Felipe V. Que Villena celebró y vengó la caída de quienes la saquearon con muchas violencias; ensañándose feroz, por ejemplo, contra Caudete, convertido en aldea como represalia por maulet, por austracista, por seguir al que pretendía ser Carlos III.

Pero, más allá de derrota o victoria, elogiaba del trabajo su buena redacción y su carácter divulgativo. Y sobre todo que el conocimiento del pasado sirviera para interpretar con talento el presente, para comprender lo habitual que vivimos y preguntarnos, teniendo como referente la historia, sobre nuestra satisfacción ante la realidad cotidiana. Esa invitación a la reflexión sobre el presente –y en este caso en torno al ser ciudadano– es lo que me había gustado del escrito. Más allá de derrota o victoria, más allá de las cunas que no debían determinar nuestra lectura de la historia y tampoco nuestra posición ante la historia –¡Dios nos libre de ser papanatas!–, lo que me había gustado del artículo era que desde él se hacía balance sobre los derechos ciudadanos atropellados tras aquella Guerra de Sucesión que fue también, además de pelea por trono y fronteras, guerra social propia de una sociedad en cambio. Y en ese balance, que resultó de pérdida en derechos cívicos, está lo importante del artículo. Después de Almansa, los autores enumeraban: "poder militarizado, reacio a convocar Cortes, rígidamente aristocratizante y que reducía aún más las cortapisas a la arbitrariedad, al remitir las decisiones a centros remotos y discrecionales." Esto al margen de que para los vencedores de entonces "el triunfo de la homogeneidad se presentaba como un paso positivo en sí mismo o un obvio factor de progreso."

Si el conocimiento de la historia, si la memoria crítica sobre el pasado, nos sirve para comprender el presente y construir el futuro, así, ¡viva la historia!

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