De recuerdos y lunas

Don Jerónimo S.D.B.

Si cierro los ojos lo veo, siempre en acción, mezclándose diferentes imágenes. Entre la neblina que tienen los sueños. Con esa luz vaporosa y algo desteñida que tienen los recuerdos. Así me aparece con su sonrisa de siempre. Y su voz aguda dispuesta para animar. Transmitiendo una energía grande.

Una de las escenas es en el patio del colegio, entonces inmenso de arena. Don Jerónimo Lloret, Salesiano de D. Bosco, está rodeado de un enjambre de chiquillos que como enjambre se mueve. Sin despegarse del centro. La patulea busca el balón que el salesiano ha ocultado bajo su sotana. Entre los pies. Las criaturas, que son muchas, meten patadas y empujones. Que aumentan cuando el balón se deja ver. Entonces, cuando redescubre el balón, el salesiano le pega un patadón mandándolo lejos. Y el enjambre arranca como un todo, alargándose al destacar en vanguardia los más ágiles.

Otras escenas son excursión... En las piscinas Navarro de Biar o... O en Godelleta, donde los Salesianos tienen un magnífico colegio en plena Sierra Perenchiza. Y no sé ahora si es desde aquí o desde Burriana desde donde nos acercarán a Onda. A ver ese museo de Ciencias Naturales El Carmen donde se exhiben algunos vertebrados raros, con malformaciones, que nos llamarán la atención y nos darán miedo. Otra es en el Chicharra. Debió de ser en uno de sus últimos viajes. En este recuerdo me veo muy pequeño, pero mi infancia ha ido muchas veces como remolque de mi hermano Joaquín. Don Jerónimo nos lleva a la Virgen. Aquí recuerdo un accidente. Carlos Hernández –Carlos "Geysa"– se corta el pie con un cristal en el Hoyo, donde tantas veces, renacuajos, refrescamos nuestra infancia entre renacuajos.

Ésta de ahora es en clase. Suenan los truenos de la tormenta. Es ciertamente como si el cielo se resquebrajara. Alguien se santigua. Aumenta la penumbra. Somos pequeños y se respira húmedo el desasosiego. Don Jerónimo calma la inquietud colegial explicándonos por qué los meteoros y enseñándonos a calcular la distancia del centro de la tempestad. ¡Ya pueden encender el cielo los relámpagos, ya pueden sonar tremendos los truenos que nuestra atención está en las explicaciones del maestro! Han sido bálsamo como magia. Y ahora viajamos por toda Europa. En el aula D. Jerónimo nos manda cerrar los ojos. Relajarnos. Concentrados en la oscuridad interior empezamos nuestro viaje. Y yo, con los ojos cerrados, veo que estamos en un avión. Y yo, con los ojos cerrados, veo que sobrevolamos la Península apreciando la magnitud de la Meseta y... Yo, también con los ojos cerrados, veo ahora los Pirineos y... Y así hasta París y... Volvemos dando una vuelta por Alemania y... Y Suiza. ¡Qué maravilla y espectáculo los Alpes! Otra es en Navidad y D. Jerónimo me anima a escribir felicitándome por la felicitación que le envié y... ¡Don Jerónimo!

Mi cumpleaños coincide con su santo. Este año no le hemos felicitado. Sirva esta columna para cumplir –aunque sea con retraso– con la correspondencia. Porque él sí que lo ha hecho. Él nunca falla. Ni por mi santo, ni por mi cumpleaños, ni por Navidad. Y ya es, por lo menos, desde hace treinta y ocho años. No sé. Más o menos. A mis hijas les gustan mucho sus cartas. Y siempre que nos escribe, don Jerónimo nos dice que reza por nosotros. Falta nos hace. En los tiempos que vivimos, siempre tan ocupados, siempre alejados por los ruidos de ese sosiego y paz que requiere el rezar, falta nos hace que recen por nosotros. Don Jerónimo siempre lo ha hecho por mi familia. A Dios gracias.

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