El Ordenanza

E1 R0C10

El Ordenanza. Capítulo 241

Escena 1

Diario de bitácora. Día 10072002. La nave C4T4L0N14 ha tomado tierra a las 10:27 hora local (las diez y media hora universal, más o menos) en las coordenadas terrestres 38.631659-0.863935. La maniobra de camuflaje ha sido un éxito rotundo y la C4T4L0N14 se ha mimetizado perfectamente como contenedor de vidrio en la isla de reciclaje situada en la plaza.

La citada plaza tiene una distribución bastante irregular, lo que demuestra nuevamente que el coeficiente intelectual de la especie humana está muy por debajo del estimado en nuestros primeros contactos con ella, en Mesopotamia y Mesoamérica.

El extremo norte de la plaza está ocupado por un templo erigido en honor de uno de los muchos dioses menores de esta civilización que, para mi gusto, es exageradamente politeísta, ya que celebran a festividades a dioses menores todos los días del año, en ocasiones a varias de estas deidades en un mismo día. Su sentido religioso es tan extravagante que, una misma deidad puede tener varios nombres que, los más cultos, tienen costumbre de llamar «advocaciones».

Así pues, una vez enterado de que en la población se iba a celebrar la festividad del R0C10, he decidido tomar la apariencia de José Ortega Cano (icono cultural de masas), para no levantar sospechas entre los indígenas.

He de decir que la citada festividad es anacrónica y, como dicen los modernetes, oopart, ya que es como una adaptación o imitación de la festividad que se celebró hace aproximadamente 15 días en una aldea de Huelva (a diez minutos de mi posición actual), donde los asistentes se parten la cabeza para sortear el escudo protector que los separa de la imagen de una de estas deidades menores, para ser los primeros en tocar su manto y comenzar, así, una romería.

Esta pseudo-barroca competición es llamada por los teóricos «salto de la reja» y, los campeones de tal hazaña son recompensados, parece ser, en el Reino de los Cielos.

NOTA: Averiguar la ubicación exacta del citado reino.

Escena 2

Aproximadamente a las 11:46 hora local (doce menos cuarto, hora universal, a partir de ahora HU-HA!), una gran afluencia de especímenes humanos se han congregado en las inmediaciones del templo, ataviados con ropas ceremoniales típicas de otras latitudes, adaptadas a estos lares. A saber: botas, pantalón de tiro alto con tirantes, tocado cordobés y camisa humedecida en las axilas (imagino que para contrarrestar el calor reinante) para el género masculino y bata de cola y claveles reventones en el cuero cabelludo, para los especímenes de género femenino.

Para dar constancia de las bárbaras costumbres de este extraño pueblo, he decidido adentrarme en el santuario y mezclarme con los feligreses.  Debo decir, no sin un acusado sentido de vergüenza que, al ir transcurriendo la breve ceremonia, me he ido contagiando del fervor de las gentes hasta el punto que me he sorprendido expulsando, por los apéndices oculares, una mezcla de H2O (en proporción del 98,2 %), un 1,1 % de sales y un 0,7 de glicoproteínas y proteínas (todo ello con un pH entre el 7,3 y 7,7) cuando ha terminado el rezo del Ángelus, al mediodía.

A la salida del templo, me he encontrado con un rudimentario y pesado carruaje (al que llaman Simpecado) tirado, contra su voluntad, por dos bóvidos azuzados por un humano (al que he dado en denominar «el tío de la vara»), en el cual se carga una réplica de una de sus diosas, a escala presumiblemente mayor a 1:1000000, a juzgar por los gritos de «¡Viva la más grande!» emitidos por los allí congregados, que han comenzado una tortuosa romería hacia un lugar llamado «La Virgen», según he podido conocer en su trayecto.

NOTA: He de encontrar la forma de liberar a los dos bóvidos de su esclavitud.

Escena 3

Una vez la comitiva ha llegado al enclave designado para la celebración de sus ritos, no sin antes hacer una parada en una pequeña ermita en la que se ha dado de comer al hambriento y beber al sediento (a excepción de las monturas y los dos bóvidos), se ha procedido a la ceremonia del tardeo, durante la cual, los asistentes hemos podido degustar, copiosamente, un brebaje llamado «manzanilla», que dista mucho de la infusión ya registrada por anteriores expediciones, sobre todo en el percentil de alcohol en volumen, cercano al 17%, que ha ido mermando algunas capacidades entre los feligreses menos tolerantes, hasta el momento del rezo de un conjunto de oraciones interminables, llamado Santo Rosario, tras el cual ha reinado un ambiente lúdico-festivo en el que me he visto irremediablemente envuelto, por lo que he tenido que recurrir, a expensas de un simpático participante, a una sustancia con fórmula empírica C17H21NO4 para no sucumbir a los efectos adversos del brebaje antes mentado, cosa que ha potenciado mi tolerancia y me ha impedido dormir en toda la noche.

Escena 4

Diario de bitácora. Día 10072003. Resaca descomunal. A las 11:29:56 aproximadamente (las once y media HU-HA!), los romeros se han encaminado con frescura hacia otro templo, en el que se haya la imagen de otra de sus diosas, en la que se ha celebrado una ceremonia en la que, el punto álgido es la transubstanciación de alimentos cotidianos en la carne y la sangre de su Dios. Esto ha hecho que mi sistema defensivo haya disparado las alertas, pues esta alquimia me ha pillado a contrapié, pero tras observar e imitar el comportamiento de los rocieros (así les gusta que se les conozca), he comprobado que lo que consumen es una delgada porción de oblea y no la carne de nadie. ¡Ni mucho menos de un dios! Ni siquiera se nos ha ofrecido un buchito de vino, que ha apurado el oficiante por entero y que me hubiera venido de perlas para despegar la porción de oblea que se me ha adherido al cielo de la boca, cosa que no me ha impedido cantar la Salve rociera con desahogo, por lo que he tenido que emplear la técnica fónica conocida como «play-back». El colofón de la ceremonia ha sido, por consiguiente, muy emotivo para mí.

Acabado el acto, hemos disfrutado de un opíparo ágape, tras el cual hemos emprendido el regreso al templo de referencia, al que hemos llegado pasadas las diez (HU-HA!).

Al llegar a la nave, me ha sorprendido la cantidad de CO(NH2)2 humano que recubre su exterior, pestilente advertencia de que debo llevar más cuidado a la hora de escoger aparcamiento.

Escena 5

  • Buenos días, Avelino.
  • Buenos días, don Roque. No trae usted buena cara.
  • He estado en el Rocío este finde y no he podido descansar demasiado bien.
  • ¡Ay, la juventud!

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