Opinión

Education

Nuestro amigo y colaborador Mateo Marco Amorós –profesor de Historia en el IES de Bigastro– publica hoy en Diario Información un artículo de opinión a raíz de la polémica que ha generado la creación de la nueva asignatura de “Educación para la Ciudadanía” y la forma que la Conselleria de Educación ha elegido para impartirla en la Comunidad Valenciana: en inglés. Por su interés, lo reproducimos a continuación:
Hello! Hello friends! Vaya por delante que si los lectores pudieran oírme cuando digo en inglés, apreciarían que mi inglés es como el de Los Manolos, un inglés lo-lailo-lailo, un inglés de orquesta de terraza veraniega de los sesenta, acampanado, con tupé o melena y manga ancha, un inglés de garrafa. Que los de mi generación fuimos más de francés. Lo siento.

Lo siento porque ha venido el destino a querer que yo, profesor de geografías y de historias, de humildes saberes que compenso en el día a día con estudio y vocación, tenga que impartir en la Comunidad Valenciana -acompañado de intérprete entonces- la asignatura de Educación para la Ciudadanía y Derechos Humanos, perdón, quería decir Education for Citizenship and Human Rights. Que no digan que no pongo interés.

Si alguien quiso hacerla inútil por no querer oponerse directamente a una asignatura en entredicho desde que nació, no pudo diseñar mejor estrategia. Porque si se decidió lo que se decidió a conciencia, quien lo decidió demuestra conocer el paño con el que hemos de trabajar. Un paño que todavía no hilvana, para los altos contenidos y reflexiones que puede pedir la cosa, la lengua en la que Milton bordó su paraíso perdido. Artera, vil y cobarde es entonces la actitud de quien así actúa. Porque actúa a sabiendas de que lo que se pide, lo que se obliga, es imposible. Y más cuando encima te toca decirla en un grupo, que los hay aún, que cursan sólo francés.

Si por el contrario no hubo mala intención sino hasta buena -el Conseller ha dicho que "con esta medida se favorece a las familias menos acomodadas, a quienes no pueden mandar a sus hijos a un colegio británico o a cursos de verano en el extranjero", esto ha dicho con la falta que hace que nuestros alumnos vean mundo- o -atiéndase el anuncio institucional- que sirve para ser actor o actriz y más cosas atractivas para la juventud, no merece seguir en la gestión porque, entonces, entonces demuestra no tener ni idea de con quiénes hay que jugarse el prestigio de impartir una docencia responsable.

Quienes me conocen, bien saben que desde los tiempos de María Castaña no soy amigo de estas asignaturas parche o cataplasma que se quieren para curar los desvelos de una sociedad que delega todo, y todo es demasiado, en los maestros. Que hay accidentes de tráfico... La escuela. Que hay embarazos no deseados... La escuela. Que hay bulimias y anorexias... La escuela. Que obesidades y malnutrición... La escuela. Que racismo y xenofobias... La escuela. Que violencia de género... La escuela, la escuela y la escuela.

No desdeño en mi trabajo la responsabilidad de trasmitir valores. Es imposible el no hacerlo. Todos de alguna manera u otra, positiva o negativamente, lo hacemos. Quien detrás de un mostrador masca chicle haciendo pompas y al mascar sin disimulo te enseña hasta los empastes. Quien sistemáticamente llega tarde a su trabajo y no pasa nada. Quien chapuzas cobra -eso sí, sin IVA- como especialista... Todos transmitimos valores y, especialmente en la Enseñanza, cuidamos que sean positivos desde el consenso sensato de los Derechos Humanos.

Éste es nuestro referente. Lo que duele y es denunciable siempre es el adoctrinamiento aprovechando la cátedra. Y en la asignatura que nos trae, hay quien ha querido hacerla ariete para tumbar prejuicios y fobias, y algunos textos o capítulos de textos desafortunados han errado al pretender la escuela como secta. Tampoco se nos escapa que los tribunales están dando la razón a familias que honradamente blanden la conciencia para negarse a la materia. Pero también, en el río revuelto, los hay quienes han hecho trinchera para salvaguardar privilegios. En fin.

Lo peor, las víctimas: un profesorado que ante la sociedad aparece como un robot al que se le puede programar para adoctrinar; unas asignaturas, las de siempre, reducidas en su horario, asignaturas que precisamente desde la transversalidad que desarrollamos y bien impartidas educan en esos valores positivos que se deben pretender y, finalmente, un alumnado utilizado como cobaya que se queda perplejo cuando un profesor, vencido el tiempo, sonando la campana, se despide diciendo:

-That's all folks!
Y el otro:
-¡Eso es todo amigos!

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