Apaga y vámonos

El año del falo

Proteja a los niños, señora, no les permita leer esta columna, que pasado ya el trámite de presentarse uno como Dios (y los alemanes) mandan, me está pidiendo el cuerpo quitarme el corsé y empezar a incordiar como el Diablo (y los Buendía) acostumbran.
Imagino que todos ustedes habrán visto estos días en la tele la recién inaugurada Torre Agbar. Por si el nombre no les dice nada, seré más gráfico: Me refiero a ese enorme rascacielos con aspecto de vibrador que acaba de abrir sus puertas en Barcelona. Inspirado en las formas de la mágica montaña de Montserrat según las mentes bienpensantes, yo creo más bien que el arquitecto se “iluminó” (la iluminación nocturna del edificio así lo sugiere) en algún sex-shop del Paralelo. Con todo, y puestos a buscar simbolismos, mejor rascar un poco: la torre Agbar (nada que ver con Alejandro Agag, le juro) es la nueva sede de la todopoderosa Aguas de Barcelona, controlada por la megapoderosa La Caixa, empresa que está detrás de la Opa planteada por Gas Natural contra Endesa, una operación económica con mucho y serio trasfondo político. El caso es que me da a mí que esa demostración de poderío tiene varias lecturas. Entre ellas que, por mucho que se opongan el PP y Caja Madrid, la Opa va a salir adelante, ya que estamos, por cojones.

Para desengrasar, que ya está bien de macroeconomía, política autonómica y arquitectura, vamos a hablar de otros falos. El orgullo patrio, el mejor exponente de la raza, el español más admirado de los últimos años (lo de Fernando Alonso es una minucia a su lado, y no se me entienda mal), la bestia parda del sexo, Nacho “vaso de tubo” Vidal, ha colgado las botas (que no las bolas) y ha abandonado, a los 30 años y con 3.000 películas a sus espaldas (por ser fino), su profesión: el cine porno. ¿Y por qué digo esto? Pues porque el otro día leí que el alcalde de su pueblo, Enguera, ha decido erigir (obviamente) un monumento a tan ilustre embajador de la especie local y de las milagrosas cualidades de los productos de la tierra. Lo gracioso es que no se le ha ocurrido mejor cosa que plantar (naturalmente) un falo en medio de una rotonda. Una estatuilla de nada, vamos. 27 metros de falo (dicen que proporcional a la medida en centímetros de la herramienta de trabajo del artista) en medio de un pueblo para goce y disfrute de ellas y de algunos de ellos, y para escarnio y burla de todos nosotros, que hemos de conformarnos con lo que la rácana naturaleza nos dio. En cualquier caso, mi envidia no pasa de ahí. Al fin y al cabo en Villena tenemos desde hace muchos años la fuente del coño y no vamos presumiendo por ahí.

Y ya que estamos hablando de Villena, de falos y de coños, recuerdo que un buen día del pasado mes de mayo un paisano se asomó a la ventana y exclamó “¡Qué coño es eso!” al ver cómo una empresa de transporte urgente levantaba (lo-que-sea-mente) un monolito (otro falo, of course) que impide ver el Castillo de la Atalaya desde según que sitios. Rápidamente se puso en marcha el mecanismo de respuesta y se instó a los responsables de la empresa, por medio de la Policía Local, a cambiar el poste a otro lugar donde no se perjudicara ni entorpeciera la visión de nuestro monumento más querido y preciado. Aquello fue en mayo. Y ahí sigue el falo. Sí señor. Con un par.

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