El Ordenanza

El archivo municipal IV (Oscuridad)

El Ordenanza. Capítulo 211

Escena 1

Como todos los años, por estas fechas, lo desconocido se apodera de El Ordenanza. En esta ocasión, dos de nuestros personajes harán frente a algo inherente al ser humano: el miedo a lo sobrenatural.

Si quiere seguir mi consejo, lea este capítulo a medianoche, a oscuras, preferiblemente cuando esté muy, muy solo.

Escena 2

  • Así que, me encontré a mí mismo explorando el sótano del Archivo, fascinado por la gran cantidad de documentos guardados allí, pero mi entusiasmo se desvaneció cuando la puerta se cerró de golpe, dejándome atrapado en la oscuridad absoluta. Mis llamadas de auxilio resonaban en el vacío, sin esperanzas de ser escuchadas. Después de un rato tratando de acostumbrar los ojos a la oscuridad, una luz tenue se filtró por los cristales de la puerta. Parecía venir del final del pasillo, acompañada por el sonido de unos pasos lentos. No estaba solo, tal como yo creía. ¿No estaba solo? La puerta se abrió despacio y contuve la respiración. ¡No estaba solo! El terror me invadió, y desesperado, empecé a recorrer la estancia a tientas, buscando a mi indeseado acompañante o una salida, preparado para golpear o huir, lo que antes se terciase. Una voz ahogada y rasposa me susurró al oído: "No escaparás, pequeño". Quedé paralizado. Las luces parpadeaban intermitentemente, arrojando sombras grotescas por toda la sala. El aire se volvió denso y frío, y mis suspiros resonaban en mi cabeza, agudizando aún más mi pánico. Mientras intentaba reunir el coraje para enfrentar mi destino, escuché un ruido detrás de mí. Me di la vuelta y vi una figura agachada, con los ojos brillantes y una sonrisa terrorífica en su rostro demacrado. "¡No me atraparás!", grité, tratando de alejarlo. Sin embargo, la figura se abalanzó sobre mí, inmovilizándome. Sentí su aliento helado y su risa siniestra resonó en mis oídos. Aterrorizado, dejé escapar un grito que se perdió en el oscuro abismo. Un destello de luz invadió la habitación, revelando la figura. "¿Quién eres?", pregunté, aún temblando. "¡Soy tu peor pesadilla, el maestro del terror y el guardián de los archivos perdidos!", respondió el hombre con una risa espeluznante. Dicho esto, desapareció ante mis ojos. He corrido como nunca en mi vida, Juanjo.
  • ¡Pero mira que eres mantellina, Andrés!
  • Tú dirás lo que quieras, pero yo no vuelvo a bajar ahí ni harto de vino.

Escena 2

Como todos ya saben, Avelino siempre es la última persona que abandona el Ayuntamiento. Como todos los días, se asegura de que las luces queden apagadas, que no haya nadie en el edificio, etcétera. Se suele quedar solo, mientras el resto marcha. Como hoy. Mientras comprueba que los ordenadores de la sala de informática están apagados, escucha un ruido extraño resonando en el pasillo. Un ruido débil, que no llega a reconocer: le parece un arrastrar de pies que debe venir del final del segundo piso.

Igual queda algún rezagado, se dice, mientras camina hacia las escaleras por el inmueble poco iluminado. El sonido se aproxima hacia su posición. Su corazón late más rápido con cada paso pero, al llegar arriba, el ruido cesa y no hay señales de nadie presente.

Perplejo, mira a su alrededor, esperando encontrar alguna pista sobre la posible causa. Sin embargo, el pasillo parece vacío. Así, decide continuar su búsqueda en otras partes. Recorre silenciosamente las diferentes dependencias, revisa cada rincón, abre cada puerta y se asoma a todos los escondidos rincones. No hay rastro de nada ni de nadie.

Justo cuando está a punto de abandonar su búsqueda, no sabe muy bien por qué, se encamina hacia la puerta entreabierta que conduce al Archivo, en el sótano. Decidido a descubrir el origen del misterio, baja las escaleras con cautela. El sótano es frío y oscuro, con solo un tubo fluorescente que, parpadeante, ilumina pobremente el área. Avelino avanza y sus suaves pasos resuenan en el inquietante silencio.  De repente, escucha el ruido nuevamente: el mismo sonido de arrastrar los pies.

Siguiéndolo, se topa con el viejo trastero. La puerta está ligeramente abierta y el sonido parece venir del interior. Conteniendo el aliento, abre más la puerta y mira dentro. Nada.

Al regresar, siente un aire frío que le congela el alma, como si llegara directo desde el reino de los muertos. Se siente solo, con un nerviosismo insoportable. Recorre el camino de vuelta en silencio, arrastrando los pies lentamente sobre el piso. El aire acumulado en sus pulmones le quema el pecho. Camina como si estuviera siendo absorbido por el lugar, sin saber cuál es su destino.

Sus ojos se agrandan cuando, tras subir la escalera, ve lo que hay al otro lado: el pasillo es mucho más largo que antes. Todo le parece cambiado. Irreconocible. Silencioso. Muerto. Siente que el aire frío lo abraza mientras sigue avanzando, perdido. En su confusión, se pregunta cómo ha llegado allí.

De repente, se percata de la puerta que se encuentra frente a él. No la había visto antes. Nunca. A escasos dos metros, la imponente puerta le parece la entrada a un lugar oculto. Un lugar al que no debe entrar. ¡De nuevo aquel sonido!

Da un paso adelante y toca la madera con sus manos temblorosas. La puerta se abre con un leve chirrido, dejando pasar una bocanada de brisa mohosa, como un antiguo lamento. Intenta calmarse. Aquello no puede ser más que viento. La sangre se agolpa en sus sienes. Se lleva las manos a la cabeza y cierra los ojos. En ese instante, un soplo de hálito llameante le abrasa el cuello y, un amenazante gruñido demoníaco golpea sus oídos. No, no son alucinaciones.

Presa del pánico, corre hasta la calle, sin detenerse ni mirar a su alrededor, con la incertidumbre de no saber qué ha ocurrido, realmente, aquella tarde.

Feliz Halloween/Día de Todos los Santos, según crea usted conveniente.

(Votos: 4 Promedio: 5)

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