Escena 1
En este preciso instante usted, estimado lector o estimada lectora, tiene en sus manos un artefacto milagroso. Su verdadero poder reside en la capacidad de transformar, de manera inequívoca, el discurrir de su tiempo.
Bien puede utilizarse para viajar, para combatir el aburrimiento, para solucionar problemas, para curar enfermedades (ya sean clínicamente palpables o abstractas), para nutrir el intelecto o para cambiar la percepción de la realidad establecida.
Según el uso que se le dé, podemos adjetivar este artefacto con conceptos como «evocador», «moralizante», «innovador», «entretenido», «divertido», «morboso», «perturbador», «revelador», «irreal», «excitante», «revolucionario» o, incluso, «incendiario» y «subversivo».
Es un arma que, desde su invención, ha sido objeto de deseo por parte de la élite y de la plebe. Su posesión es un activo; su creación, un misterio; su interpretación, infinita.
Muchos han sido los que han sabido alcanzar la inmortalidad, desde reyes a mendigos, al darse cuenta del potencial que encierra, pues tiene la capacidad de marcar nuestras vidas desde su interior.
Aprovecho, si usted me permite, la casualidad que nos brinda el más absoluto azar para, siendo éste el capítulo 234 (veintitrés de abril), rendir el homenaje que merece la avainillada lignina liberada por el paso del tiempo en la composición del nuestro instrumento: las delicadas y afiladas páginas de los libros.
Y, ya abusando de su benevolencia, voy a hacer un breve homenaje a aquellos que tienen la suerte de llenar de manchitas negras sus hojas: los escritores. Nombraré a mis allegados, con los que tengo la suerte de poder compartir aquello que nos une: la escritura.
Así, daré las gracias a Pepa, a Mateo, a Rosa, a Fernando (siempre guardaremos tu ejemplar en el alma), a Chari, a Gonzalo, a Fernando, a Bego, a África, a Guillermo, a Jerónimo, a Juan Miguel, a Marcos, a Ismael, a María José, a Sergio, a Pedro, a Pepa, a Samuel, a Silvia, a Ana, a Virtu, a Raquel y a Mimi. Todos ellos son miembros de una nueva agrupación de escritores a nivel local, la AVE.
Dicho esto y para festejar la celebración de su día, le invito ahora a conocer los libros de cabecera de algunos de nuestros personajes y le aconsejo que, a partir de ahora, los trate con el cariño y el respeto que precisen, más que nada porque, como todos los artefactos, un libro le puede estallar en las manos en cualquier momento.
Escena 2
Vicente, el suicida.
- ¿Mi libro favorito? Déjame que piense… Dado que empecé siendo personaje teatral, me inclino por Prohibido suicidarse en primavera», de Alejandro Casona. ¿Realmente esperabas otra cosa?
Aurora.
- Sin lugar a dudas, «Rosa-fría: patinadora de la luna», de María Teresa León. Es una deliciosa colección de cuentos de una de las grandes olvidadas de la Generación del 27.
Clara.
- «Dios vuelve en una Harley», de Joan Brady. La mezcla de un Dios que escucha, una chica con complejos y una Harley Davidson cambió mi idea sobre la vida, la libertad y la autoestima. Luego conocí a Juanjo.
Juan José Alcañiz.
- ¿Un libro? «Yo soy el Diego».
Roque Acevedo.
- Hace un tiempo, quizá hubiera dicho que «Avellanita y su gran sombrero», de Otfried Preussler pero, desde que leí «La leal oposición», del gran hombre de estado don Manuel Fraga Iribarne, se convirtió en mi libro de cabecera.
Mostoboy.
- ¡Pues yo prefiero a Avellanita mil veces pares!
Anal·lítica.
- Pueden tratarme de romántica, pero mi libro favorito es Mein Kampf, de Adolf Hitler. Es un libro trepidante y divertidísimo, que debería estar en todos los hogares, como la Biblia. No es peligroso, ni inmoral. Es… es… ¡es una revelación! Si lo leyera más gente, se convencerían de que el nacionalsocialismo es la respuesta y Hitler el Mesías. Nada que añadir.
Manocuero.
- ¿Un libro? ¡Hostia puta! ¡Ja ja ja ja ja ja! ¿Quién te crees que soy? ¿Antonio Gala? ¡Amosnomejodas! ¡Jamás en mi vida me he leído uno, ni pienso hacerlo! ¡Yo soy más del Marca o el As, chavalote! Anda, Efraín, ponme otro sol y sombra y una ración de callos, que ya son las nueve de la mañana y todavía no he desayunao. ¡Ah!, Y paga aquí, el licenciado.
El Gólem.
- El Ordenanza ya les digo yo que no. Este mamotreto con ínfulas de novela, humor mezquino y escabroso gusto, no es digno ni del más mínimo desprecio. Es… cómo decirlo para no herir ninguna sensibilidad… un panfleto infumable del que solo son parcialmente salvables los espacios en blanco que quedan entre párrafo y párrafo. Los personajes son inconsistentes y se ven enredados en continuas andanzas, a cada cual más estúpida e insustancial, que solo pueden haber salido de una mente obtusa y chabacana. No hay nada brillantísimo. Nada es destacable ni buscándolo con una lupa: todo es como una masa de mierda con el mismo acento.
Margarita.
- El de mi hijo, por supuesto… lo que pasa es que no me acuerdo cómo se llama.
- Bestiario dominical, mamá.
- ¡Eso! ¡Bestiario dominical! Es que mi hijo escribe como los ángeles, ¿saben?
- Mamá…
- Además, miren ustedes qué guapo me ha salido. Tengo cuatro soles de hijos, pero este pequeño es el que ha salido más artista, aunque mi Javi pinta unos cuadros que te caes de culo.
- Mamá…
- Dime, cariño.
- Me estás avergonzando.
- ¡Anda, que siempre estás con el cachondeo! Te quiero, hijo.
- Y yo a ti, mamá.
Sira.
- ¿Uno solo? ¡Tengo muchos! Me es difícil pero… creo que «El caballero de la armadura oxidada», de Robert Fisher. Lo leí de pequeña y fue una de las primeras lecciones morales que aprendí, aparte de las inculcadas por mi familia. No sé si cambió mi vida, pero sí creo que influyó en mi manera de verla.
Veda.
- «Cachorro», de Tomás Salvador. ¡Woof!
Avelino.
- A riesgo de parecer conservador, les diré que mi libro favorito es «El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha», de Miguel de Cervantes Saavedra. Se considera como la primera novela moderna y la primera novela polifónica, además de haber sido traducida y editada en todo el mundo. Una obra universal que no ha perdido ni un ápice de actualidad y que, además, es un libro de viajes, una maravillosa guía culinaria y que, en mi caso, tiene una gran carga de sentimiento familiar: en un lugar privilegiado de mi estantería, conservo el ejemplar con el que mi abuelo aprendió a leer por su cuenta.
Feliz día del libro, estimado lector.