Vida de perros

El código de Vinci vs. La Pasión de MG

Y es que aunque me resultaría tan fácil como saludable –por aquello de descargar la mala hostia– adentrarme en refutar las patrañas extremistas, irreverentes e inflexibles del “pequeño” PHM (autor del innombrable Web Log villenero del que les hablé hace ya algunas semanas y que continúa descargando con furia como animal herido), prefiero emplear mi tiempo en tareas más elucubrativas, en zonas donde cualquiera (por todos–¡gracias a la guía de lenguaje no sexista!–) nos sintamos más cercanos (ups, fallé, pero sigo).
Nos llegan noticias acerca del estreno en versión cinematográfica de El código da Vinci, como no puede ser de otro modo (la pela es la pela), y lo que llega habla de censura, de imposición por ejemplo de un cartelito –como los del tabaco– que nos indique que la película que vamos a ver a continuación trata de un tema ficticio (por cierto, no he visto dicho cartel en ninguna película de Suarcheneguer, como me indicó Aureliano), y de otras medidas similares que adviertan o impidan que cualquier persona libre acuda al cine sin prejuicios. Reacción triste y restrictiva como la que sufrimos hace ya años con la proyección del film del gran Scorsese La última tentación de Cristo. Reacción quizás como la que sufre Peter Handke en París, donde se suspendió su último estreno teatral (y lo escribo y escribiré en aras del arte pese a los 150 intelectuales que respaldan la censura); reacciones que me hacen suponer un idiota ante la mirada del obispo de turno o del político (todavía más de turno) por obviar mi capacidad de distinción entre ficción y realidad, y más todavía por sojuzgar mi criterio y determinar intelectualmente mi discernimiento (sin entrar en la razón que tienen si uno piensa que escuchan la palabrería que se vomita en los bares de turno, cosa que no afecta, por supuesto, a cualquier tío cabal).

Pienso entonces en el bueno de Gibson y su film gore La Pasión de Cristo, donde únicamente vemos el descuartizamiento de un héroe, semejante (sino copia) a los que nos presentaron los griegos en su teatro ya milenario. Pienso en el homófobo visionario de Gibson y en su extremismo religioso, y en su versión “realista” de hechos acaecidos hace más de dos mil años. En su película, un film que, según titulares de prensa, consiguió durante su visualización desmayos y arrepentimientos del tipo: “Un delincuente se arrepiente tras ver la película de Gibson y se entrega a la policía”. Deduzco pues que la iglesia y las autoridades piensen que este titular se pueda repetir de forma distinta y suponga otros como: “Un delincuente arrepentido tras ver La Pasión de Cristo vuelve a la delincuencia tras visionar El código da Vinci”. Válgame la imbecilidad planteada tanto como parece valer el escudo censurador que se levanta, a favor de las cuentas bancarias de Brown en cualquiera de los casos, contra la proyección del film citado. Queda plantear, ¿no estará la iglesia invirtiendo en la obra de este autor a quien tanta popularidad otorga con su rechazo?

Lamento en cualquier caso si se juzga esta exposición tan sólo a favor de la obra de Brown, que me parece poco apetecible, más que como rechazo a la censura y a la coacción de la libertad individual. Si en esto no ven más que una defensa en lugar de entenderlo como un impulso encaminado a la reivindicación de la capacidad de las personas. Si creen que mi afán es de rechazo a ciertas creencias e irreverencia ante tales costumbres e influencias. Tampoco niego que lo sea, caso aparte, pero ante todo espero la indulgencia de su facultad de coherencia.

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