El Ordenanza

El español que vino del mar (Un capítulo de hispanidad ejemplar)

El Ordenanza. Capítulo 210

«Durante los primeros siete segundos en la vida de un bebé,

no palpa los problemas o indicios de violencia propios de nuestro mundo». (Neneh Cherry)

Escena 1

  • Mi nombre es Aliou. Soy nacido en Senegal, en Sindia, un pueblecito al lado de Dakar. Sí, donde termina el rally. Hace muy poco que soy ciudadano español, aunque he luchado como muchos de mis compañeros, por conseguir la nacionalidad. Pese a esto, nadie me reconoce como español. La única diferencia entre el nacido aquí y yo, es el color de piel. Es una lástima que esta pequeña diferencia, represente un abismo. Todos los españoles somos iguales ante la ley, pero ningún español blanco es insultado e, incluso, agredido por su color. El mío es negro. Ningún tigre puede cambiar sus manchas. A principios de siglo, la vida en mi país era realmente dura. En mi familia somos nueve hermanos y, mi padre, Imám de nuestra comunidad, apenas podía mantenernos. Dar a mis hermanos la posibilidad de ir a la universidad fue uno de los motivos que me llevaron a emprender mi viaje. En mi país no había trabajo, ni futuro para los jóvenes. Así que, no sé muy bien cómo, me vi enredado en negociaciones con unos supuestos amigos, los cuales me iban a facilitar «el sueño europeo», a bordo de una embarcación. El proceso era sencillo: llegar a las costas de Canarias y, desde allí, dar el salto a Huelva. El proceso era sencillo y caro. Más de un millón de cefas. Un euro equivale, aproximadamente, a 650 xof senegaleses. Así que, tuve que trabajar duro y medir el dinero para poder ahorrar el montante del viaje. El proceso era sencillo, caro y arriesgado. Al llegar al punto indicado, una remota cala a pocas horas de Dakar, nos avisaron de que no podríamos zarpar, pues el mar engulló la patera que nos iba a llevar a nuestro destino. Esto retrasó mi partida hasta que el Atlántico permitiese botar una nueva embarcación: una balsa plana y austera, con una cortina que daba la suficiente intimidad para hacer nuestras necesidades. El proceso era sencillo, caro, arriesgado e implacable. En ese pedazo de madera pasamos catorce días sesenta y cuatro personas. Apenas teníamos sitio para estirar las piernas. Catorce días sin poder ponernos de pie. Catorce días sin sombra ni refugio, viendo cómo, mis compañeros de viaje languidecían. No olvidaré nunca a Abdoul, cuyo cerebro no pudo resistir la presión y se lanzó al océano. Abdoul no sabía nadar. Durante la travesía, perdimos a dos amigos más. Intentamos darles un tránsito digno en su encuentro con Allah: rezamos por su alma y los arrojamos por la borda.

Escena 2

  • Sí, mi nombre es Aliou, nací en Senegal y soy musulmán practicante. Observo todos y cada uno de los preceptos del Islam, para que mi vida sea plena y pura. Todos ellos se resumen en ser buena persona.  Como decía antes, el proceso era sencillo, caro, arriesgado e implacable, pero también ilegal. Al llegar a Canarias nos encontramos con una comitiva de bienvenida formada por efectivos de la Guardia Civil costera y miembros de Cruz Roja. Nos llevaron a una cárcel abandonada donde nos facilitaron algo de ropa, agua y comida. Tortilla de patatas. Mi primera comida en días. Desde allí, a los que no teníamos contactos en Canarias, nos llevaron a Huelva en avión. Allí pude hablar por teléfono con mi tío, que vivía en Francia, para que informase a mis padres de que había llegado y estaba bien. También pude hablar con un amigo, residente en Barcelona, para que viniese a buscarme. Recuerdo lo amargo de sus palabras: hermano, no puedo ir a por ti, pero te mandaré algo de dinero para que vengas como puedas. Esto me hizo deambular unos cuantos días, por un terreno desconocido para mí, buscando cualquier cosa comestible para mitigar el hambre, que hincaba las uñas en mi vientre.

Escena 3

  • Mi nombre es Aliou y soy senegalés de nacimiento. Hablo seis idiomas: wolof, serer, fula, francés, catalán y castellano. En aquel momento, desconocía los dos últimos. Estaba solo. Incomunicado. Vivíamos en un campamento improvisado en mitad de un bosque. Mi amigo mandó a buscarme a un paisano con carné de conducir. Con él recorrí los mil cien kilómetros que separan Huelva de Barcelona. Al llegar a Barcelona, fui a pedir algo de ayuda a Cruz Roja. Allí conocí a Meritxell, una voluntaria que nos enseñó a manejarnos por la ciudad en metro y unas nociones de castellano y catalán muy básicas. Allah sabe que nunca olvidaré su generosidad. Por supuesto, también encontré gente que me trató mal… o que lo intentó. No lo tengo en cuenta. Mis oraciones diarias también van por ellos. La falta de empatía no es un pecado. La falta de solidaridad tampoco. Han sido muchos los que han criticado mi cultura materna. Mi país es lo suficientemente pobre para que prevalezcan las tradiciones, aunque haya prácticas que no son legales allí desde hace décadas. Luego la vida me llevó a Granollers, donde aprendí catalán y español. He trabajado de chapista, de chico de los recados y de dependiente en un locutorio, que acabé comprando gracias a mi trabajo. No he venido a que el Gobierno me mantenga. Nunca he pedido una paga, por tanto, nunca la he cobrado. Siempre he querido trabajar y, cuando no lo he hecho, no ha sido por falta de ganas. Me casé con una española y fui feliz. Nos divorciamos, aunque ella seguirá siendo mi hermana para siempre. Sé que ella me considera su hermano para siempre. Me siento orgulloso de haberla conocido, de haberme casado con ella y de haberle presentado a mis padres, cuando pudimos ahorrar el dinero necesario para ir a Sindia, después de diez años sin ver el rostro de los míos. Diez años sin abrazar a mi madre. Al final, mi tierra es el lugar donde piso. Hacer este viaje ha sido duro, pero me ha enseñado todo.

Escena 4

  • Buenos días, Avelino.
  • Buenos días, don Aliou. ¡Qué alegría verle por aquí! ¿Todo bien? ¿Sus padres bien?
  • Todo bien, Avelino, gracias. ¿Cómo está Aurora?
  • Guapísima, como siempre. ¿En qué te puedo ayudar, amigo?
  • Verá, Avelino: he venido a recoger un certificado de empadronamiento.
  • ¡Oh! Eso quiere decir que…
  • Sí. Después de casi veinte años en España, he conseguido la nacionalidad española.
  • ¡Enhorabuena, don Aliou! ¡Estoy feliz por ti!
  • Gracias, Avelino. Muchísimas gracias.
  • ¿Sabe? Es usted un ejemplo para los españoles nacidos aquí. Es usted un español por derecho propio. Gracias a usted por haber aparecido en nuestras vidas.

 

Dedicado al Petit Aliou.

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