De recuerdos y lunas

El feudo de Carrancio

Seguro que aquí la memoria no es justa, porque es memoria de un niño asustado. Ésta se refrescó disfrutando del precioso libro que se editó con motivo del centenario del Círculo Agrícola Mercantil -Círculo Agrícola Mercantil Villenense-, libro que tuve bajo la custodia y cuidado de mi amigo Pedro Hernández Valdés y que bien se preocupó Joaquín –Chimo– Sánchez Huesca de que me llegara. A los dos agradezco su atención y amistad.

La memoria se refrescó y tembló, porque entre las cosas que encontré leyéndolo me tropecé con un apunte de un acuerdo de la Junta Directiva en noviembre de 1964 decidiendo nombrar como conserje de la sociedad al Sr. Arsenio Carrancio Herrezuelo. Que su nombre bien podría haber servido para algún personaje de los que inventó la literatura de Camilo José Cela. Su nombre y, tal como la recuerda mi memoria de niño asustado, su persona. Pero su nombre y su persona sirvieron para que el niño que fui se espantara de vez en cuando. Luego, el adolescente fue menos pávido; pero nunca irreverente. Por respeto.

Arsenio Carrancio Herrezuelo había sido Guardia Civil y como tantos del Cuerpo cumplieron retiros en menesteres de condominios. Bien en porterías, bien en Institutos, bien en Colegios, bien en instituciones diversas u organismos públicos. Para Carrancio tocó el Círculo Agrícola Mercantil, l'Agrícola. Y según hemos leído en el libro conmemorativo comenzó su labor desde primeros de diciembre de 1964, cuando yo tenía un año y poco más. Por ello, el ejercicio de Carrancio ocupó mi infancia cuando muchos domingos o sábados por la tarde nos soltaban por el salón este del Círculo Agrícola. Salón que recuerdo –ahora que orgullosamente se imponen los espacios sin humo– rebosante de humo. No menos que el de los juegos, donde algunos billares, donde el chamelo, donde el ajedrez y las cartas. Ahora que hemos dicho el chamelo, la percusión de las fichas sobre las mesas de mármol blanco quiere despistar mi memoria.

Fue en el salón este donde empezaron mis miedos porque Carrancio, siendo celoso en su labor, siempre fue conmigo expeditivo. Primero, cuando esta infancia, cuidando de que no saliera; después, algo más crecido y suelto en una Villena libre, cuidando de que no entrara. Y especialmente cuando nos dio por "pasarnos l'Agrícola". Pasarse l'Agrícola consistía en recorrer toda su fachada inferior desde la calle de San Francisco hasta la calle Madrid de balcón en balcón sin tocar la acera, salvo en las puertas principales donde no obstante había que subirse donde las farolas. Bajar, subir, subir y bajar y continuar por el perímetro hasta las casas de la calle Madrid. Y volver. La proeza exigía cierta pericia de gato –o de araña– al tener que ir agarrándose con las manos en las jambas y apoyando los pies en los estrechos salientes de entre los ventanales. En ocasiones la aventura se veía interrumpida por la aparición de Carrancio que se hartaría de vernos a través de los cristales.

El casino de Orihuela, Casino Orcelitano que ocupa un hermoso edificio de finales del XIX en el centro de la población, conserva la figura del conserje con vestimenta que lo identifica como tal. La amabilidad con la que me trata cuando enseño la ciudad a algún amigo o familiar no puede contrarrestar todavía el recelo preventivo que, por el recuerdo de Carrancio, tengo hacia los conserjes de casinos o sociedades. Luego, he conocido y conozco a descendientes de Carrancio y he sentido la bondad de sus personas. Y lamento –ya se ha dicho– que el recuerdo de hoy, por ser memoria de un niño asustado, sea recuerdo asustado.

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